Misiones #1
Por la mañana intercambié autos con mi viejo. Diesel y pistero Vs. Nassstero e inseguro. Tuve que lavar el Rover antes para no dejarle la catramina repleta de botellas de tequila, preservativos usados y jeringas con restos de heroína.
A las corridas, volví a mi casa a hacer el bolso. Perdí una enorme cantidad de tiempo haciendo Dios sabe qué. Creo que bajando las memorias de la cámara a la compu por el rodaje de Iñaki. Me llama Karen a las puteadas porque todavía no había salido. Mensaje salvador de Ilo: “recién ahora me levanto, ni hice el bolso, soy un desastre, me gusta mucho el sexo sin forro”. Listo, mi llegada tarde estaría justificada por la desubicada de Ilo que se levantó con resaca rodeada de todos los integrantes de la banda Arbolito.
Hice el bolso, me despedí del barba, y poco tiempo después la máquina Diesel avanzaba por Av. Cabildo. Primer escala: Ilito. Todavía no estaba lista. Despidió a los últimos integrantes de la banda, y se subió al Passat.
Segunda escala: Karen. Ya estaba lista. Ilo iba de copilota, cumpliendo una tarea por demás deplorable. Chocamos 4 veces y el auto terminó en un desarmadero antes aún de pasar a buscar a Tino.
El Tino subió al auto con su guitarra y sus bártulos. Iña me había recomendado dormir en La Cruz, un pueblo a 100 Km. de Paso de los Libres, Corrientes, pero Tino resultó tener familia distribuida por todo el mundo (salvo afortunadamente en Japón y Libia), así que el destino era Paso de los Libres, donde tendríamos techo y comida.
La primer escala fue en un puesto en la ruta donde vendían cosas increíbles. No sé si eran tan increíbles o si estábamos de demasiado buen humor, y teníamos el juicio nublado, atormentado. Me desesperé por comprar un machete. Quería caer al campamento hippie del Rainbow escuchando Los Redondos a todo volumen, sacando el machete y revoleándolo por el aire, cortando cabezas de hippies mientras avanzaba a toda velocidad con la máquina de sangre diesel. La sangre salpicada en el limpiaparabrisas, en nuestros rostros extasiados por tanta justicia capitalista, la mirada perdida y el machete aún dibujando con sangre el espeso aire húmedo de Misiones. Todo eso imaginaba mientras encaprichado le pedía a mamá Ilo y mamá Karen que me dejen comprar el machete, mi pareja de madres homosensuales.
Logré convencerlas y al rato éramos los afortunados dueños de un hermoso machete, motivo de alegría por el resto del viaje. Nos sacamos (me saqué) algunas fotos representando a Conan el bárbaro, y volvimos al auto.
Saqué la bandera del Che Guevara roja que tenía en el baúl (que había llevado intencionalmente para limpiar la sangre de los hippies y que no se note que era sangre por compartir color e ideología política – pienso en todo) , y la colgamos del techo del Passat. El principal temor era que al frenar la bandera baje del techo y tape el parabrisas, haciéndonos chocar, volcar en una zanja y darnos contra un árbol. Obviamente en el grupo habían personas como Ilo que decían: “no pasa nada”, otros como Karen que decían: “es peligroso”, y a Tino que estaba enojado porque íbamos a lo de los hippies y no opinaba al respecto de la bandera – pero creo fervientemente que él también hizo el viaje con el objetivo de librar a este mundo de los hippies.
Colgamos la bandera y logramos atar la parte de atrás a la antena del auto, para impedir que caiga sobre el parabrisas al frenar.
Tino, Ilo, y la bandera del Che en el techo de la máquina.
Hicimos algunas fotos más, como esta de Karen que salió super fachera con los anteojos del casamiento de Zetu y Meli.
Seguimos viaje. Todo iba bien, escuchando músicas hippies, con no demasiado diálogo entre nosotros, bajo el reinado de un buen clima de amistad que no requiere rellenar los espacios vacíos con palabras vanas.
Llamamos al Pampa, primo de Tino, habitante de Paso de los Libres, y le preguntamos si podríamos tirar la carpa en su casa. Aceptó sin hesitar (¿hesitar?). Unos cuantos kilómetros después, nos adentrábamos en Paso de los Libres. Tomando una rotonda, tuvimos que detenernos por unos segundos para dejar pasar a unos caballos salvajes que se le habían escapado a Héctor Alterio. Karen quiso llamar al 911 para avisar que había caballos sueltos y que era peligroso. Pasamos junto a la frontera de Brasil, y al notar que ya estábamos en el centro de Libres, llamamos al Pampa. 10 minutos después, nos pasaba a buscar. Lo saludamos, el Tino se fue en el auto del Pampa, y nosotros lo seguimos hasta su casa.
El Pampa
La familia Campos resultó ser de las más hospitalarias que nos alojaron en nuestras vidas. Gente increíble si las hay. Salimos a comprar unos vinos con el Pampa y Tino, recorrimos un poco el centro, vimos el casino, la vinotera cerrada, y volvimos a la casa sin vinos, todo para cruzar la calle y comprar unos vinos enfrente. Las chicas se habían quedado conversando con Mirna, mujer del Pampa, un fenómeno de mujer.
La Mirna
En la búsqueda de vinos el Pampa nos contó que tuvieron a su hijo mayor Ernesto cuando él tenía 21 años, y que le hubiera gustado ser mochilero. La segunda hija del matrimonio Campos era Lucía, una niña hermosa de ojos negros, oscuros como noche sin estrellas.
Mirna había hecho unas pizzas de atún, excelentes para todos menos para Karen que no come carne (vegetariana), ni cebolla, berenjenas o champignones (comida con energía negativa según Rabí Shankar) ni pastas (no le gustan). Nos bajamos 3 tubos de vino. El Tino tocó una de sus canciones. Este muchacho tiene una voz impresionante, de a de veras.
El Tino y su guitarra
Karen le faltó el respeto a los anfitriones yéndose a dormir antes que todos. Le explicamos que era una falta de respeto pero a ella no le importó, dijo que no
podían importarle menos los Campos, le pegó una cachetada a Mirna y se fue a dormir a la cama matrimonial de los Campos. Les dijo que ellos duerman en la carpa. Sacada.
La banda
Nosotros nos disculpamos y seguimos conversando con alegría con nuestros anfitriones. El Pampa escuchaba nuestras historias de viajes con mucho interés, con un poco de envidia sana, como una vida que en parte le hubiera gustado vivir, hasta que percibía la mirada de Mirna, y acotaba: “Igual no podría ser más feliz con la familia hermosa que me tocó”. Tienen una relación increíble, se toman con mucho humor todo, con mucha picardía. El Pampa nos contó que tiene picos de estrés jodidos, de mucha ansiedad, y que siente que le titilan los ojos. Tino y Karen intentaron convencerlo de hacer meditación, yoga, Arte de Vivir, pero el Pampa no cree mucho en esas cosas. La Mirna también nos comentó de sus ataques de pánico, de épocas en las que tenía mucho miedo de salir a la calle, hasta que fue a hablar con un cura, que le dijo que lea La Biblia todas las noches, y se tome un lexotanil todas las mañanas. No está segura cuál de las dos cosas la ayudó, pero ahora ya estaba joya. So much for tranquile country people.
A dormir pues. Me desperté cerca de las 8am. El Pampa ya se había ido a trabajar (tramitaba los pases de camiones de Brasil a Argentina). La Mirna estaba tomándose unos mates en la cocina. Me senté a charlar un rato con ella, y decidí ir a comprar facturas. Me encantó el plan, perderme en un pueblo nuevo, solo, preguntar cómo llegar, sentirme libre de mamá y mamá por un rato. Lo cierto es que no me perdí, llegué de toque al Supermercado La Frontera. En la puerta me cruzo de casualidad con el Pampa, que estaba yendo en su auto para la casa. Entré. Había una cola importante, pero no me iba a dar por vencido. Fue más rápido de lo que esperaba. Volví a la casa, desayunamos con unos mates, facturas, muy relajados, muy de vacaciones, muy felices, queriéndonos mucho. En paz con la tierra y el sol. Solucionando mediante paz y amor los problemas de Japón y Libia.
Nos despedimos de la familia Campos, quienes nos prestaron una bolsa de dormir y unas colchonetas para sobrevivir con holgura el campamento hippie, y partimos. Arrancó manejando Ilito. Ibamos todos agarrados de donde podíamos, temerosos de lo que la húngara pueda llegar a improvisar, pero lo cierto es que manejó magistralmente el vehículo.
Ilito manejando
Lo cierto es que disfruté muchísimo ir de copiloto. Iba mirando el paisaje, escuchando a Johansen, sacando fotos. Un placer real. Me encanta manejar pero disfruté demasiado mi nuevo rol.
Iban a ser unos pocos kilómetros. El primer destino era La Candelaria, donde pensábamos buscar Cucumelo. En algún momento volví a manejar yo. La máquina avanzaba a velocidad reducida por aquellos paisajes ya Misioneros. A unos 120 kilómetros por hora. El horizonte describía jorobas de asfalto caliente. Subiendo una de estas jorobas, vemos acercarse una Kangoo, con un Renault 21 ó un Peugeot 405 detrás, que venía zigzagueando dentro de su carril, muy cerca de la Kangoo. Se me ocurrió que el conductor se estaba divirtiendo, que extrañaba la sensación de montaña rusa de la infancia. Que tal vez creía que estaba en una carrera de fórmula 1 y estaba calentando las cubiertas. Pasé al lado de la Kangoo, sin acelerar, sin frenar, y luego al lado del 405 bordeaux. Apenas lo paso, veo por el espejito que el 405 se abre, pasa a la Kangoo, empieza a patinar, la Kangoo clava los frenos, el 405 pierde el control y sale de la ruta hacia una zanja. Inmediatamente pegué la vuelta en la ruta y retomé. Los chicos me preguntaron qué hacía. Hipócritamente contesté: “Quiero ver si podemos ayudarlo!”. Creo que en realidad quería saber cuántos litros de sangre había dejado desparramados por la ruta, y si había algún órgano que todavía sirva para vender en el mercado negro. Ahora en serio. No volví por el morbo, sino por la curiosidad de ver qué había pasado. Nos bajamos corriendo del auto. Lo primero que vimos fue a conductor y acompañante de la Kangoo bajándose del auto con las manos en la cabeza. El conductor intentaba llamar desesperadamente al 911. Todavía no habíamos visto al 405 ni a su conductor pero temíamos lo peor. Desviamos la vista hacia la zanja, y ahí lo vimos. El auto inclinado de costado, un árbol reemplazando al motor, y el conductor parado, sacando el torso por la puerta abierta, llorando. Lo primero que se me ocurrió fue sacarlo cuanto antes de ahí, por temor a que el coche explote. Demasiadas películas. No se veía fuego, ni combustible, y además el boludo no parecía querer salir. Se quedaba ahí llorando, diciendo: “mi auto, mi auto”. Con Tino le insistimos para que salga, le dijimos que se ponga contento porque zafó por un pelo, que estaba vivo. El flaco seguía llorando: “Sí, pero mi auto”. Lo ayudamos a salir, y en cuanto comprobamos que estaba bien, nos fuimos a la goma. No queríamos esperar a la policía, salir de testigos, que nos retengan por 2 días en un pueblito de la cadorcha (aunque bien podría haber sido una experiencia interesante).
Proseguimos viaje pues. Hicimos una escala en un mirador para calmar un poco los ánimos, descansar, desestresarnos, olvidarnos que si íbamos un poco más lento el 405 nos la ponía. El paisaje del Río Uruguay realmente garpaba, la puesta del sol, los amigos. Volvimos al coche, para encontrarnos un kilómetro más tarde con un intento humo blanco que dificultaba la visibilidad en la ruta. Parecía película de ciencia ficción. A nuestros lados un pueblito de mala muerte. 200 metros más adelante, un sujeto zaparrastroso, desgarbado, con las ropas carcomidas y la mirada perdida nos miraba, parado en medio de la ruta, caminando hacia el auto. Mantuve la velocidad. El sujeto llevó una mano a la espalda. Algunos imaginaron que buscaba un arma. Me fui corriendo al carril contrario para esquivarlo, y el sujeto también fue avanzando hacia ese carril, aún con la mano en la espalda. Lo pasamos, y al mirar por el espejo restrovisor, vimos que aún nos miraba. Venían pasando cosas raras.
Creo que mezclé todo el día, porque la puesta del sol no pudo ser antes de ir a buscar los hongos (cuando era muy de día).
Hicimos escala en La Candelaria, donde el Paraguayo nos había dicho que había muchos hongos. Cada vez que veíamos una vaca o un buey parábamos a revisar su estiércol (qué palabra de Volver al Futuro, ¿no?). Las hippies de K e I llevaban un dedo hacia el estiércol, lo hundían a ver si adentro estaba húmedo, luego lo sacaban y se lo llevaban a la boca. Pensaban un rato con la mirada perdida, y decían: “A la derecha”. Con Tino las seguíamos sin entender, sospechando que conocían alguna fórmula hippie de hace miles de años para detectar Cucumelo. La búsqueda fue infructífera, pero nos divertimos mucho saboreando mierda de vaca y preguntándole a la gente “¿Dónde podemos encontrar un campo con vacas?”, o un poco más adelante, ya desolados por no haber encontrado aún el cucu el cucu el cucumelo: “¿Dónde podemos encontrar mierda de vaca con hongos alucinógenos?”. Hasta preguntamos en una estación de servicio y en un puesto de peaje. Nos dijeron en Montecarlo (lugar donde vivía otra prima de Tino).
Buscando hongos y de paso teniendo sexo con vacas
Llegada la noche encontramos el pueblo de El Soberbio. Ya nos acercábamos al campamento hippie, y decidimos hacer algunas compras para brindarle felicidad a los hippies que salvarían nuestro planeta haciendo un food circle de energías positivas.
To be CONTINUEEEEDDDDDDDDT.