Bangkok Reloaded, Tailandia #28
Acabo de despedirme de Duby después de 2 meses de viaje. Hasta el momento de subirme a la combi todo fue silencio. Ninguno de los dos tenía nada más para agregar después de 2 meses. Unas últimas palabras junto a la van que salía hacia el aeropuerto, el beso argento entre hombres, y un abrazo.
En el viaje hasta el aeropuerto, donde estoy ahora, fui haciendo un recorrido visual del viaje, de lo que vivimos juntos. Los San Fermines parecen parte de otro viaje que ocurrió hace muchos años, un viaje que vivieron otras dos personas. Lo mismo siento con todo el resto del viaje. Es que es imposible que hayamos hecho lo que hicimos. Recuerdo a alguien intentando romper el carnet de prensa mientras avanzaba en la cola para entrar a Siria; recuerdo al viejito que repetía “Arjantin, Arjantin” mientras, con el codo doblado, acercaba y alejaba el puño cerrado de su cuerpo, indicando que nos iba a garchar, o que la teníamos adentro; recuerdo una cena de shabat con una familia iraní, probando el vino clandestino y casero; recuerdo aquel intento por aplacar el calor de 52 grados de Dubai, entrando a un mar de 54 grados; recuerdo al hindú de Kuala Lumpur gritando “Who’s going to Fuket?” y “sí” igual que Gato en el video del niño; recuerdo el recorrido en moto en Phuket, los “Lady Boy Check Out” en Phi Phi, las estafas, las meriendas y los templos de Camboya, la tranquilidad de las 4000 islas, las motos bajo la lluvia yendo a Tadlo, la meditación y el hotel de Vientiane, hacer dedo en el Tubing en Vang Vieng, la gallega gritando “Metedme el puño” en Luang Prabang, los “QUE NO, ADELA!” de Javi en Luang Namtha, la ruta camino a Pai; recuerdo a alguien gritando desaforadamente en un Ping Pong Show de Bangkok, hoy mismo.
Y es curioso que yo mismo recuerde estas historias como si alguien me las hubiese contado. También es raro el sentimiento de misión cumplida. Planificando el viaje en casa, veía la cantidad de vuelos que teníamos por delante, toda la planificación con fechas a cumplir, y me parecía algo prácticamente imposible. Algo tenía que fallar. Sin embargo de a poco fuimos avanzando y acá estamos. A la distancia debe sonar raro que haya un sentimiento de misión cumplida cuando se trata de unas vacaciones, de disfrutar el momento y no de tener un objetivo. Pero tengo el sentimiento de misión cumplida, y se siente bien. ¡Qué quieren que le haga!
Me emociona volver a Buenos Aires. Dos meses allá son muy diferentes a dos meses acá. Siento que ver a cada uno de ustedes es como tener el increíble placer de volver a conocerlos. A lo Lanata digo: Como si un comentario característico que hagas traiga aparejada una ola de recuerdos de quién sos, y por qué te quiero. Creo que eso significa, en pocas palabras, que los extrañé mucho. Desmotivando mucho estas líneas que humildemente creo que no venían tan mal, creo que comerme un bife de chorizo también va a ser casi como comerlo por primera vez y recordar lo buenos que son y cuánto los extrañé. Así que bánquenme un par de días, o de bifes de chorizo, y después nos vemos.
Les estoy tirando toda la parva de sentimientos que experimenté mientras la combi se alejaba del centro de Bangkok y se acercaba al aeropuerto que me llevaría a Beijing. Miedo. Eso sentí también. Muchos miedos por la vuelta.
Mejor paso a contar qué pasó en Bangkok este último día.
El micro desde Chiang Mai llegó hoy a las 6:30am. Estábamos muchísimo más curtidos que en el último arribo, y no teníamos pensado pagar 250 Bahts nuevamente. Terminamos arreglando con un tuk-tuk por menos de 150 (5 dólares). Pedimos que nos lleve a toda la zona de mochileros, cosa que no habíamos hecho en la última visita.
Fue recorrer puntualmente muchos hostels. Buscábamos uno con: buenos colchones, barato, con un cuarto twin, y early check-in. Ninguno nos convencía, y después de dar 4000 vueltas, lo encontramos. El cuarto no estaba mal, me permitían a mí quedarme hasta las 21 horas (horario en el que me iba a Beijing) por sólo 100 Bahts en el cuarto de Duby. Afortunadamente tenía dos camas, así que nos tiramos a dormir un buen rato. A las 11am nos levantamos, yo por mi parte más descansado que en todo el viaje, y salimos a caminar.
Nos tomamos el 19 ramal Panamericana que nos dejó en el Siam, un shopping importante de Bangkok. Flashback: hace unos 8 meses fuimos a pasear a Tigre, y mientras mirábamos el menú en un restaurante, se nos ocurrió guardarnos la diferencia económica entre unos ñoquis y un pacú. Eran 18 pesos cada uno. Entre los dos: 10 dólares. Dijimos que la íbamos a usar para darnos un gustazo en el viaje. Eso hicimos: fuimos directo a un sushi en Siam. Era nuestro último día de viaje, y nos lo merecíamos.
Todos los párrafos anteriores de este relato los escribí efectivamente en el aeropuerto de Bangkok, esperando el avión para Beijing. Lo que sigue, lo escribo desde mi departamento de la calle Ciudad de la Paz, viendo cómo el sol de atardecer pinta de naranja al Monumental de Nuñez, casi dos meses después.
El sushi era libre en cantidad, pero no en tiempo. Te daban una hora para entrarle con ganas a todo lo que veas. Nos sentamos en una mesa y vinieron a ofrecernos esa sopa asquerosa que habíamos comido en Laos. La rechazamos, y le dimos con ganas al Sushi. Un espectáculo. Todas las mesas estaban colocadas al costado de una pequeña cinta transportadora, que llevaba alimentos cual valijas en un aeropuerto (¿?). Se nos ocurrió poner la cámara en la cinta transportadora, mientras grababa. La cámara se recorrió unos 20 metros sobre la cinta, grabando a la gente comer. Algunos se daban cuenta, al levantar la vista, que estaban siendo grabados, y miraban con curiosidad buscando al dueño de la cámara.
Sushi Libre.
Salimos del Sushi, y fuimos a conocer un parque. En el camino nos encontramos con aquel hombre que nos había querido estafar la última vez que estuvimos en Bangkok. El que decía que era profesor de escuela y nos había querido vender tickets carísimos al barquito ese. Esta vez, estaba tratando de estafar a dos minitas yanquis. Nos paramos al lado para intentar advertirles, pero las minas no levantaban la cabeza. El estafador se dio cuenta, y nos dijo que nos vayamos. Obviamente nos negamos. Dijo que era policía, y que si seguíamos ahí nos iba a meter presos. Había cambiado de profesión muy rápidamente. Le dijimos que no estábamos haciendo nada ilegal, que podíamos estar parados en la vía pública. Insistió, pero no le dimos bola. Las minas, dos idiotas definitivamente, seguían sin mirarnos. Era obvio que les queríamos decir algo… pero bueno, de tan estúpidas que eran se merecieron que nos vayamos. Ojalá les hayan robado todo su dinero, liquidado a sus padres y crucificado a su perrito.
Pasamos por un museo muy raro donde había muchos “artistas” jóvenes exponiendo, y diciendo cosas como: “a tal lo conozco del ambiente“, frases muy Rawski. En la puerta del museo había un tacho de basura gigante con pedazos de basura gigante tirados.
El tacho de basura gigante, y yo como una basura más.
Acá imitando a Dazo en esta publicidad del museo de Madame Tussauds.
El parque muy copado. Había un lagarto en el agua. Nada más. Nos fuimos para la zona de Patpong, donde estaban los Ping Pong Shows y el Night Market. Era nuestro último día y se nos ocurrió hacernos un buen masaje. Ya sé lo que van a pensar: estos dos picarones haciéndose un masaje en Tailandia. Pero posta, no fue nada raro. Ni happy ending ni nada por el estilo. Dos putos. Caminamos mucho buscando un precio razonable, pero todos costaban cerca de 200 Bahts. Al final nos decidimos por un masaje de hombros y brazos, por 150 Bahts. Era el último día y estábamos para darnos lujos. Entramos, nos sentaron en unos sillones como de gerente, y arrancaron con el masaje. Inmediatamente cambié de idea, por 50 Bahts prefería un masaje de cuerpo completo. Me hicieron ponerme un delantal como de hospital, y arrancó el masaje. Es muy especial y lo recomiendo mucho, para la dama y el caballero. La mina usaba todo el cuerpo para hacer el masaje. Te clavaba las rodillas en la espalda, te giraba de un lado para el otro, te estiraba cada músculo y cada hueso. Algo parecido a lo que hace Chichi en los rodajes, pero más completo. Creo que el que tiene happy ending debe ser el Oil Massage, por si a alguno le interesa.
A la salida del masaje, nos faltaba la última actividad típica de Tailandia: ver un Ping Pong Show. No sé si saben en qué consiste esto. Básicamente, unas chicas se ponen pelotas de ping pong en sus órganos sexuales, y las disparan desde ahí con mucha potencia. No sonaba a algo muy agradable, pero es un show típico tailandés y no daba irse sin haberlo presenciado. Nos habían advertido en muchas ocasiones que es peligroso ir a dichos Shows, que pueden dejarte en pelotas, obligarte a pagar cualquier cosa, etc. Esa tarde le preguntamos a una mexicana que trabajaba en un hotel cerca del sushi cómo podíamos presenciar uno de estos shows sin ser estafados, y nos dijo que vayamos a alguno que dé a la calle, no muy escondido.
Esperamos como una hora hasta que empezó a abrir el Night Market. Eran las 19hs y todavía era temprano para ver un Ping Pong Show, pero no teníamos mucho tiempo porque yo tenía que estar a las 21hs en el aeropuerto. Un tiempito después, un flaco nos ofreció un Ping Pong Show. Preguntamos si empezaba inmediatamente, y dijo que sí. Nos llevó hasta el lugar. Quedaba en una callecita a 10 metros de la calle principal de Patpong. Había que subir una escalerita chiquita, oscura y alta. Duby se quedó afuera, y yo entré a ver si tenía pinta de lugar de estafadores. Estaba muy oscuro, era medio deprimente, pero parecía la única opción. Por lo menos no había patovicas. Apenas entré, el “disc jokey”, si se lo puede llamar así, empezó a anunciar que estaba por empezar el show. Claramente, lo anunció apenas me vio entrar. No había ningún otro cliente. Alguna mina sentada en una mesa que parecía puesta por el lugar para rellenar.
Bajé a buscar a Duby, le dije que todo bien. Dudó un buen rato, y finalmente me siguió. Nos sentamos en una mesita, mirando al escenario. Preguntamos varias veces el precio de las cervezas para evitar estafas posteriores. Costaban 100 Baht cada una. Nos sentamos tranquilamente a beberlas, mientras empezaban los shows.
Arriba del escenario 4 chicas bailaban sin ganas. Un transexual delante de todas, mirándose fijamente en el espejo mientras movía su cuerpo apático. Era un escenario muy deprimente. Daba lástima todo, la verdad. Una de las gordas del escenario (la única flaca era el transexual), se sacó la bombacha de una sola pierna, y se la ató a la otra. Se recostó en el piso de la mesada del bar, y empezó a hacer sonar un silbato con la vagina.
Se iban turnando entre las chicas para hacer espectáculos vaginales. Así transcurrieron varios. Una que disparaba dardos a unos globos y los pinchaba, otra que abría botellas de agua con gas, otra que se sacaba pañuelos. Nada de esto tenía gracia, daba lástima de verdad. Entró un nuevo cliente, un bigotudo, y se sentó a 2 mesas de distancia de nosotros. Lo acompañaba el que nos había hecho entrar a nosotros, y se lo estuvo chamuyando por un rato largo. Le preguntaba si no le podía comprar una coca cola por haberle encontrado ese lugar. Cada tanto venía una minita con un trago, se le sentaba al lado, y dejaba el trago en la mesa. Así se le fueron acumulando bebidas, y ya se la veíamos venir al pobre bigote. Nosotros nos empezamos a poner nerviosos con la situación, aunque a nosotros no nos habían encajado tragos de más, y habíamos preguntado bien el precio de lo nuestro.
Lo cierto es que el ejército de vaginas intimidaba. Y no empiecen a psicoanalizarme pensando que le tengo miedo a la vagina. Estábamos en un lugar donde claramente las cosas se podían complicar, podían caer dos patovicas en cualquier momento y pedir que paguemos una suma astronómica; nosotros negarnos, y emprender una batalla campal contra ese ejército de vaginas. Una disparándonos dardos, la otra chorros de agua con gas, la otra ahorcándonos con los trapos que se sacaba de la vagina, el transexual cagándonos a trompadas limpias, la otra dejándonos sordos haciendo sonar el silbato. Por un momento me imaginé la situación y me asusté. Igual es muy buena la situación para un corto flashero. Una especie de Kan El Trueno, ese corto de Szifron, pero con un final diferente. Muy diferente.
Todavía no había llegado el Ping Pong Show, y ya nos estábamos por terminar nuestras carísimas cervezas (3 dólares cada una), cuando 2 gordas gigantes se pararon delante nuestro, entre nosotros y el Show, y apoyaron la cuenta en la mesa. Una llevaba las manos en la cintura y la otra los brazos cruzados, de forma muy hostil. Este es el detalle de la cuenta:
- 2 Beers $200 (hasta acá venimos bien).
- 2 Show Looking $2000
- 2 First Drink $600
En total eran como 2800 Baht, unos 95 dólares. Las gordas se nos quedaron mirando en situación amenazante, y nosotros mirando la cuenta, atónitos. Teníamos 500 Baht, 10 Euros de Duby y la cámara de fotos. Habíamos dejado pasaportes y el resto de la guita en el hostel porque sabíamos que esto podía llegar a pasar.
Mi reacción fue decirles “no”. Inmediatamente replicaron: “NO WHAT?”, enojadas…
Y me saqué. No sé cuántos de ustedes me vieron realmente sacado, pero si hay algo que me molesta en serio es que haya mala fe, y que no haya dudas de la mala fe. Confío mucho en la gente, a veces demasiado, por eso me enojo exorbitantemente cuando pasan estas cosas. Me paré de golpe y empecé a gritarles: “NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!! WHAT IS THIS???!!!! WHAT IS THIS???!!!! LADRONES!!! LADRONES!!!! HIJOS DE PUTA!!!!! WHAT IS THIS????”
Las minas se asustaron y retrocedieron un paso, empezaron a pedirme que me tranquilice. Yo aproveché el momento y pasé en medio de las dos, con mucha destreza, y me acerqué a la puerta de salida. Duby todavía estaba ahí sentado, con los brazos entre las piernas, mirando lo que pasaba sin poderlo creer. Las gordas empezaron a pedirme que al menos paguemos los 200 Bahts de lo que consumimos. Yo seguía como loco, gritándoles cosas mitad castellano y mitad en inglés. Es entendible. ¿Alguna vez probaron de gritar THIEF? Es imposible enojarte y gritar THIEF. Menos aún THIEVES. Es muy de puto. Poner el labio de abajo medio salido, con carita de travesti peruano. No da gritar THIEVES. LADRONES suena más convincente. Aparte a lo mejor los chabones piensan que estás gritando: “Soy de la mafia siciliana, los voy a cagar a tiros”. Está bueno que no te entiendan a veces.
Se me acercó un bigotudo, no el mismo que estaban estafando, sino el dueño del lugar o un encargado, y me pidió que al menos pague los 200 Baht. Yo le seguía gritando ladrón en la cara, hijo de puta. Duby le pagó los 200 Bahts, y empezó a bajar las escaleras hacia la calle. Yo seguía recontra caliente, indignado, gritándoles, cuando ya me podía ir. El de bigotes encargado se acercó a la puerta de salida, y le hice un fuck you. Se me acercó más aún, amenazante, y me dijo: “Why? Why do you do that?”. Me acerqué más aún al tipo, y le hice aquel fuck you en medio de los ojos. Después me di vuelta y me fui. Es cierto, esta última parte fue al pedo, pero no se imaginan la bronca que tenía. Me fui temblando de los nervios.
Camino al Sky Train, se nos cruzaron varios flacos para ofrecernos Ping Pong Shows, y yo los empujaba enojado, con ganas de agarrarme a trompadas con alguno. Es raro como a veces los sentimientos más primitivos se apoderan de uno y eso nos hace sentir bien, ¿no? Después de eso me sentía el rey del mundo, que nadie me podía lastimar, muy seguro de mí mismo. Las horas que pasaron hasta que salí al aeropuerto las pasé sintiéndome de esta forma. Comimos unas brochettes de pollo en unos puestos callejeros, unas sandías, me di una ducha en el hotel, y partí hacia el aeropuerto.
Ultima foto del viaje.
Esa fue la despedida con Duby, y jamás nos volvimos a ver.
FIN.