Venezuela #7 – Canaima
Aterrizamos en Canaima. Al bajar del avión, vimos cómo todas las agencias de nuestros acompañantes de vuelo los pasaban a buscar. Unos los esperaban con guirnaldas, una banda de folclore y coca-colas bien frías. Otras agencias los esperaban con putas, merca y Keith Richards. Nosotros bajamos del avión, y nos esperaba un charco de lodo donde se hundiría nuestra primer pisada en Canaima, y el sonido de algunos sapos que decían: “Wey Tepuy giles, Wey Tepuy”. Las siguientes líneas léanlas de forma tal que cuando hablo de nosotros, el cielo está nublado, se escuchan sapos y hay feo olor siempre. Cuando hablo de otros campamentos hay caviar y el sol baña con dulzura las copas de las palmeras.
Preguntamos a un seguridad del aeropuerto por Wey-Tepui, y nos dijo que en un rato iban a llegar. Una hora más tarde, no aparecía nadie. Todos los pasajeros de todos los vuelos ya se habían ido en limusinas, con Mick Jagger haciéndoles petes terribles. Volvimos a preguntarle al seguridad, quien hizo una llamada telefónica, y nos dijo que enseguida venían a buscarnos. Hay una pendeja atrás mío riéndose cada 10 segundos que me está sacando. Para qué vienen los chicos al mundo la reputa madre. Que se queden encerrados mirando tele hasta que cumplan 18 y no se rían como mongoliquitos. Perdón Karen.
Seguimos esperando pero la puta madre pendeja. Seguimos esperando, y un buen rato después, el sujeto al que le habíamos preguntado por Wey Tepuy nos dice: “ya vinieron a buscarlos”. Hice un giro 360 grados, buscando en todos los recovecos quién podría ser nuestro guía hacia el campamento. Cuando terminé, sin suerte, el giro, sentí que me tironeaban de la remera hacia abajo. Nuestro guía era un nene de casi 10 años. Sin decir una palabra, giró sobre su eje y empezó a caminar. Tratando de tomarlo con humor, entendiendo que habíamos pagado menos de lo normal, lo seguimos. O era mudo, o sólo manejaba el sí o el no. Ah, esto es genial. La pendeja que estaba a 3 asientos atrás mío se vino a sentar JUSTO atrás mío. Me cago en Dios.
Llegamos a nuestro campamento, donde por supuesto, no había nadie para recibirnos. Algunas personas con valijas, preparándose, aparentemente, para salir a Salto Ángel. Entre ellos había algo que parecía poder ser un guía. Le pregunté qué onda, y me dijo que nos – tiene la risa más insoportable del mundo, en serio – . Me dijo que esperemos a que esté lista la comida, y que a la tarde iríamos a ver el salto del sapo, o no sé qué goma. Al día siguiente iríamos a Salto Angel según lo convenido.
Nos sentamos a relajar en unos bancos, a esperar que esté lista la comida, muy hambrientos, cuando conocimos a Alexander. Punto y aparte.
Alexander iba a ser nuestro guía por los siguientes 3 días. Un pibe de rasgos europeos, que tranquilamente podría haber pasado por argentino. La historia de Alexander, o al menos lo jugoso de ella, parece remontarse al año 1997, cuando él tenía 20 años: conoció a una piba, hermosa, y se fueron a vivir juntos. El hermano de la muchacha lo condujo por caminos poco correctos: robó, se drogó y estuvo cerca de matar. Hasta que el suegro lo encontró robándole a él mismo, y le dio dos opciones: ir preso, o hacerse guía de Canaima. Con este sujeto apático estábamos obligados a pasar los siguientes 3 días. Un tipo que no tenía ganas de estar ahí, sin ningún conocimiento o interés turístico. Resultaba divertido.
Alexander, en su primer intervención en nuestras vidas, nos dijo que íbamos a tener que ir ese mismo día a Salto Angel, recién bajados del avión, contra todo pronóstico o arreglo hecho anteriormente. Alegamos hambre, alegamos cansancio, alegamos que no era lo convenido. Pero Alex y su apatía pudieron más. Creo que en el fondo nos dio pena el pibe. “Es que el bote para salir tiene que tener al menos 8, y sin ustedes 2 somos 6”. Idas y vueltas de discusión, hasta que aceptamos.
Alex caminaba delante, sin hablarnos, sin hacer comentario alguno. Más que guía parecía un maníaco depresivo que no conocíamos y que justo caminaba en el mismo sentido. No sabíamos a dónde íbamos, cuánto íbamos a tardar, cómo iba a ser el recorrido, si el maníaco depresivo intentaría suicidarse arrastrándonos a todos nosotros con él: no sabíamos nada. Las otras 6 personas que nos acompañaban: 2 noruegas hermosas, 3 finlandesas, 2 brasileras fanáticas del pete y una ninfómana neozelandesa. Obvio que NO.
Las otras 6 personas eran una familia patética: un gordo venezolano que se la pasaba gritándonos: “eh! BOLUDO! ARHENTINO! Venga! Arhentino! Messi! Arhentino!”. Tenía una cantimplora con ron, y se la pasaba chupando pija y gritándonos. Se llamaba Simón. Iba acompañado por su hijo, un gordito de unos 14 años, remera ajustada, que intentaba imitar al padre y nos gritaba las mismas cosas. Imaginarse al señor barriga con 14 años. También ocupaban el grupo la hermana de Simón; una morocha que si hubiera usado aparatos fijos apenas nació, podría ser linda. Parecida a Heddy; un amigo de Simón, un grandote al pedo que no hacía un comentario; una VECINA de Simón (definida así por él mismo) que tenía como 70 años. Lo cierto es que eran buena gente, intentaban integrarnos, y nosotros éramos los porteños ortivas. Pero bueno, tampoco era fácil bancarse esos gritos de ARHENTINO ARHENTINO!!
Nos sentamos hábilmente en el último asiento del bote, en donde teníamos la heladera de respaldo. El resto se bancaron las 4 horas sin apoyar la espalda. Seré muy puto, pero sólo imaginarme eso me da dolor de espalda. Perdón Tibu.
El viaje era largo. Una canoa, con un conductor adelante, que empujaba – palo mediante – el piso desde arriba del bote, y el de atrás que manejaba el motor, nos conducía por el río. Lo complicado era que en muchos trayectos había muy poca agua, y la hélice podía tocar las piedras del piso. Por lo tanto, la tarea consistía en tomar envión, apagar el motor y levantarlo al llegar a la parte baja con piedras. Estuvo bueno el viaje, hubo momentos emocionantes.
Desde las orillas del campamento podíamos observar con claridad el Salto Angel. Estábamos lejos, y probablemente no se trataba de las épocas de mayor caudal de agua, aunque lo importante del Salto Angel no es el caudal, sino la altura. Era un lindo espectáculo. Intenté hacer un timelapse con lo que tenía (cámara, sin trípode, sin intervalómetro), y más o menos algo salió: http://www.youtube.com/watch?v=Tq434fqxk7k&list=UU-a5znJGX8NqjBtyLRvYJBQ&index=3&feature=plcp
En el campamento surgieron conflictos con las hamacas paraguayas. Obviamente, si nuestro guía podía hacer algo mal, lo haría mal: faltaban hamacas. Algunos tendrían que dormir en el piso. Una pareja de franceses, a la que le costaba mucho hacerse entender, se había quedado sin nada. Menos acostumbrados que los sudacas a tomar todo apenas podemos (ellos siempre tienen). Mientras el francés salió a buscar algo para cubrirse a la noche, el resto de los sudacas empezamos a masticarle el brazo a su mujer (somos sudacas, tenemos hambre).
Comimos unos pollos al asador muy ricos, mientras escuchábamos a un ruso llamado Lary (que resultó ser el mismo ruso que bailaba en Choroní sólo con los brazos) contar historias limadas.
Ale estuvo chamuyándose a una nena de 12. Que en realidad no tenía 12, pero para los intereses de prenderlo fuego garpa esa edad. Tenía 74.
Al día siguiente, nos despertamos temprano y salimos con el estómago vacío a conocer Salto Angel. Cruzamos el arroyo en unas canoas, y emprendimos la caminata cuesta arriba. No fue la caminata más complicada de nuestras vidas, pero para la VECINA de 70 años probablemente sí lo haya sido. El tema de no haber desayunado nos indignaba por sobre todas las cosas. ¿Quién se pone a subir una montaña durante dos horas recién despertado y sin haber comido nada? No tenía sentido. Si no disfrutase mucho de las caminatas de éste tipo, habría llegado arriba con una calentura importante. Pero no, lo disfruté, y me senté en una roca a ver, desde lejos, Salto Angel. Nos sacamos algunas fotitos, y nos dispusimos a continuar la marcha. Habíamos visto fotos de gente bañándose justo abajo del Salto, y a eso nos disponíamos, cuando nuestro queridísimo guía Alex nos dijo: “No, hasta acá llegamos, esto es la excursión”. Mientras Ale lo sostenía de las piernas, con la cabeza apuntando a Salto Angel, yo le meaba la cara. Era un meo concentrado, hacía 15 horas que no probaba bocado. La determinación de Alex no se vio comprometida, y con muchísima bronca conmigo mismo por obedecerlo y no irme por mi cuenta, volvimos al campamento.
Habremos paseado, a lo mejor almorzado, no lo sé. Poco tiempo después estábamos de nuevo en el bote, tomando ron y sintiéndonos Maqroll el Gaviero. Yo iba grabando tranquilamente con mi cámara, cuando notamos que una araña gigante y pelusa se deslizaba por la espalda de un ruso también gigante. El resto del viaje lo pasamos muy atentos, buscando la tarántula venenosa constantemente. Video de Maqroll y la araña: http://www.youtube.com/watch?v=d-nqmSF0_jw
Al llegar a tierra, decidimos mostrarle al ruso el video. Lo miró impertérrito, mientras le repetía al amigo: “dale, vamos que llegamos tarde al avión”. Putos rusos insensibles de acero mezcla de Chuck Norris, Iván Drago y Benicio del Toro.
Llegamos al “hotel” donde los alojaríamos hasta la partida de nuestro vuelo al mediodía del día siguiente. Sociabilizamos con nuestros vecinos. ¿Por qué a dos antisociales les interesaría sociabilizar con sus vecinos? Para ponerla, claro. Ale estuvo hablando con una nena de 6 años. Luego se unió el hermano y le arruinó los planes. Estuvimos hablando de los límites que tienen para viajar, para comprar dólares, de la diferencía dólar oficial / paralelo. Hoy en día todo eso ya no nos parece tan loco, ¿no?
Por la noche cenamos con la familia de mongos. Nos empezaron a caer mejor. Seguían siendo los mismos mongos de siempre, pero hasta con un mongo uno se encariña, ¿no Karen? Si uno inclusive se encariña con un mono o un perro…
Apacible y agradable cena. Los mongos nos invitaron a conocer su ciudad, inclusive ofrecieron alojamiento, pero no nos quedaba muy de paso – o a lo mejor sí, pero no daba -.
Nos fuimos a dormir agotados. Al día siguiente nos enteramos que hubo una fiesta espectacular. Fiesta local de Canaima, a la que fueron todos los mongos y se empedaron como reyes. Bailaron toda la noche. Menos mal que somos jóvenes…
Luego del desayuno, hicimos la excursión a Salto Sapo, Salto Perro, Salto Modem y a vos te saltó ya? Todos los saltos de Canaima. Hubieron algunos problemas con un bote que no arrancaba, mientras veíamos a Mick Jagger entregándole el culo uno a uno a los que habían pagado el tour caro. Y nosotros mirando a Alex apático pegándole patadas al motor de nuestro bote para que arranque.
Al mediodía nos subimos al avión, apacible vuelo, y llegamos a Ciudad Bolívar, en donde teníamos pensado quedarnos una noche en lo de Gert para disfrutar de su remarcable hospitalidad.