Venezuela #6 – Ciudad Bolívar
Llegamos a Ciudad Bolívar al amanecer. De alguna forma llegamos a la Plaza Bolívar, en la parte más elevada del pueblo, junto a la iglesia. Una plaza hermosa, a mi entender, un tanto desagraciada estéticamente por la saturación de muñecos-reyes-magos en toda la plaza, pero linda igual. Se lo comenté a Ale, y contestó: “Es increíble cómo tengo percepciones estéticas tan disímiles a las de mucha gente, para mí es horrible”. Cortamambos hijo de puta.
Me quedé con las mochilas, y se fue a buscar hostel. No caminó más de media cuadra, cuando se encontró con “Amor Patrio”, la posada de Gert, un alemán de unos 50 años, en la cual vivían también María (una joven venezolana de menos de 25 años a la que cuando le preguntábamos si era novia de Gert, contestaba “no sé, no estoy segura, más o menos supongo” y el hijo de Gert, Yamil.
La posada es una maravilla: al adentrarnos en ella, un patio recibe a sus visitantes con un silloncito de dos plazas, y una hamaca a su lado. Más allá de este pequeño ambiente, el patio descubre su techo, en un tramo que va del pequeño ambiente hasta la cocina, donde volvemos a tener techo. Junto a la puerta de entrada está la sala común, pintada de un color muy cálido, con paredes llenas de fotos en blanco y negro de músicos de Ciudad Bolívar, y objetos e instrumentos musicales de antaño. Bien podríamos estar en Cuba, en algún sector de La Bodeguita Del Medio. Ese era el clima, pero más apacible, al no tener tantos visitantes. Una hamaca paraguaya, por supuesto, en uno de los costados de la sala común. Desde las dos ventanas, se podía observar a nuestra izquierda la Plaza Bolívar, delante nuestro la iglesia con un reloj gigante, y a nuestra derecha el pueblo con el Orinoco de fondo. Cada cuarto llevaba el nombre de un continente o de un país europeo. Nosotros estábamos en España. Los cuartos, por supuesto, compartían la estética del lugar. Muy espaciosos, con dos camas grandes, hamaca paraguaya, mesitas de luz, buena decoración. Y todo por la módica suma de 150 bolívares ambos (menos de 20 dólares). La ducha: de las mejores del viaje. Por supuesto, también era fría, pero de buen caudal.
Estando en el baño pude escuchar cómo Gert puteaba a María: “pero si sabes que debes escribir cuando llegan turistas nuevos! Si es reserva anotas reserva, si es cuarto ocupado anotas ocupado!”.
Gert resultó ser un alemanote de lo más amigable. Y esto me puso a pensar: si Gert es copado, y Karen, Ilo y Jumo más o menos también… a lo mejor no todos los alemanes son nazis. Salvo Jaza que claramente nos discriminó por judíos y no quiere ser más nuestra amiga.
Todo esto me hace pensar en Gustavo Sala y su chiste de los judíos en el campo de concentración, el jabón, David Guetto, etc. A mi entender, siempre hay que saber separar al escritor, del narrador, del personaje. Que un personaje sea nazi no implica que el narrador lo sea, y mucho menos que el escritor lo sea. Que el narrador sea nazi tampoco implica que el escritor lo sea. En el caso de Sala el narrador es nazi, no es sólo un personaje. A lo mejor se lo puede criticar porque por lo general las historias con narradores nazis terminan mal para los nazis, como una bajada de línea propia de la historia. Pero ni siquiera estoy seguro si es válida esta crítica. De esta forma todas las películas tendrían que tener final feliz, los malos tendrían que terminar siempre mal… sería un tanto anacrónico, ¿no? Mi párrafo anterior es propio de un judío que hasta el momento creyó que todos los alemanes son nazis. ¿Se nota que me fumé un porro? Pero el que me conoce sabe que es sólo un narrador que a veces lima, no es el escritor el que piensa así. Calculo que el que conoce a Gustavo Sala sabrá.
Por eso imagino que surgen algunos comentarios en el blog de este tipo:
“hello stupid soy sirio judio nacido en mexico nuevo leon y te digo algo imbecil lame huevos si yo hubiera estado ahi te hubiera sacado los intestinos o clavado una espada en el ano marica y como dicen aqui jotos”
Esto se puede leer en el post de Aleppo: http://pablodana.com.ar/?p=514
Nos sentamos un buen rato a disfrutar de la vista de las ventanas de Amor Patrio, y luego partimos a caminar; conocer el Orinoco; los barquitos que cruzan de orilla a orilla; el malecón; la avenida que lo separa de los negocios de la vereda de enfrente; la colina de la iglesia. Nos detuvimos en un local de Shawarma, y nos comimos uno bastante pulenta. Al pagar, le preguntamos al dueño-cocinero-rrpp-rrhh-gerente-director-manager del local de dónde era. Nos dijo que era de Siria. Le conté que había ido, que había estado en Aleppo. ¡Yo soy de Aleppo!, me dijo (sin tantos signos de exclamación). ¿Por dónde estuviste en Aleppo?, me preguntó. Le conté del castillo, y le dije que había caminado por el barrio de Jelemie (aquel por el que preguntamos y recibimos como respuesta: “¿¿SON JUDIOS??”). Nos dijo “YO SOY DE JELEMIE!!”. Esto con un poco más de exclamación que lo anterior. Nos contó que estaba hace 10 años en Venezuela esperando que le salgan los papeles para irse a USA, donde estaba su familia. Que el año que viene ya le salían.
Ale se compró unos pantalones “trescuartos”, que no fueron fáciles de encontrar. Nos cruzamos a la orilla de enfrente del Orinoco, cerca del atardecer, y lo abrillantamos con algunos porrones de cerveza, tomados en el porche de un bar, a escasos metros del río. Vimos el sol descender lentamente, y sentimos el Orinoco correr por nuestras venas. (¿??) Caminamos un tanto más por estas orillas, hasta volver a lo de Gert, antes del anochecer. Teníamos terminantemente prohibido (más bien recomendado) por el nazi de Gert estar fuera del hostel después de las 18hs. Decía que era peligrosísimo. No sabíamos cuando exageraba, pero lo decía con tanta convicción que decidimos obedecer.
Volvimos tarde, y le preguntamos a Gert dónde podíamos comer. Nos miró extrañamente, como diciendo: “Soy nazi como todos los alemanes”, y dijo: “Soy nazi como todos los alemanes”. Terminamos cenando en lo de un amigo de Gert, que en su propia casa hacía sus comidas caseras. Obvio, si era su casa cómo no van a ser caseras. Bueno, pero puede hacer sibarita en la casa y eso no es casera. Ok, tenés razón.
El plan parecía ideal. Cenar una rica comida casera en una casa de familia venezolana. Me recordó a lo de la vieja, cerca de ORT, ¿alguno se acuerda? Creo que esto sucedía en el ciclo básico, era la casa de una vieja que nos cocinaba, y se comía como en un patio. O a una casa cerca de Disco, ¿raro?, ¿gato?, ¿panza? Bueno, llegamos y no estaba tan copado. En un saloncito, sin decorar, con una pantalla gigante y sus parlantes también gigantes, donde se sucedían a todo volumen videoclips pedorros de bandas de cumbia o música empalagosa venezolana. 4 ó 5 personas compartían una cena en una mesa mientras veían los videoclips, y cada tanto bailaban. Con Ale decidimos sentarnos afuera del saloncito pedorro, en unos silloncitos en un patio techado. Preguntamos precios, y era más caro que dólar oficial venezolano. Pedimos algo más barato, y nos ofreció pizza. Venga nomás. En la espera, Ale empezó a violar con la mirada a una chica de 19 (digo 19 para darle una mano) años. Era la hija del dueño del lugar. “Ale, se va a pudrir todo, y yo no salto eh”, le advertía. Cuando la chica fue al baño, Ale le preguntó el nombre, y empezaron a hablar. Ella se sentó en otro silloncito cerca nuestro. Del saloncito pedorro salió un policía, que se sentó junto a ella y cada tanto marcaba territorio tocándole la cabeza, o hablándole. No sabíamos si era el novio, el pretendiente, el hermano, o un policía pedófilo. Acá cagamos. Hábilmente, sacamos diálogo con el policía también, como diciendo: “no hablamos con tu hermana porque está buena, simplemente nos da igual hablar con cualquier venezolano, aunque sea un rati puto”. Le comentamos que para ser una ciudad tan peligrosa (nos dijeron que en diciembre 2011 hubieron 130 asesinatos) se veían pocos policías en la calle. También le dijimos que ya era mayor la cantidad de iphones que se vendían por día que la de bebés que nacían en un día en el mundo. Le tiramos varias estadísticas para confundirlo.
Llegó la pizza, que estaba bastante blanda y cruda. Y sí, pedir pizza en una casa de familia no sé si es lo más inteligente. Un horno de pizza es otra cosa. Creo que la mandamos de vuelta, y en algún momento la comimos. Nos picaban las piernas insaciablemente. El hielo de la gaseosa se había derretido, y el poco gas que le quedaba hacía que la experiencia no sea del todo placentera.
A la hora de salir, agradecimos cordialmente a los dueños, y me dirigí a la puerta. Un muchacho, que resultó ser como un hijo adoptivo de los dueños de la casa (“me encontraron en la calle y les pintó tener un esclavo”, me dijo), me abrió la puerta. Ahí nos quedamos esperando a Ale, en una situación un tanto incómoda. El flaco no cerraba la puerta porque Ale supuestamente en cualquier momento venía. Y Ale estaba escondido atrás de una pared hablando con la pendeja. Ahí le pregunté si era hijo de los dueños, y me contó un poco de su historia. Cuando se terminaron las palabras, y Ale seguía hablando con la pendeja, me dirigí a buscarlo, pero ya salía. Atrás de él, mientras Ale se acercaba a mí, alcancé a percibir rápidamente una mirada de la pendeja, lanzada hacia su derecha, a un sector inalcanzable por nuestro campo de visión. Con la mirada aterrorizada gritó: “PAPÁ, NOOOO!!!”. El padre salió corriendo de la casa, con un rifle en la mano, mientras la pendeja se acomodaba la bombacha.
Gert nos había ofrecido el paseo a Canaima – Salto Ángel, con una empresa que brindaba todo el servicio por 330 dólares, llamada Kavak. Eran 3 días y 2 noches, y por supuesto que nos pareció carísimo. Nos explicó que habían tours más baratos, pero que él no los vendía porque después se iban a quejar con él, y su nombre estaba en juego. Pero que si nos decidíamos por un tour más barato, no vayamos a su posada cabizbajos, con sentimiento de culpa por no habérselo comprado a él. Estaba todo bien. Fuimos al aeropuerto, y estuvimos un rato largo negociando entre dos empresas que ofrecían el tour. Simplemente íbamos de una a la otra diciendo el último precio que nos habían tirado en la oficina de al lado. Hasta que las dos dijeron que por 270 dólares íbamos. Igual era un número, pero menos que eso no íbamos a conseguir. Les expliqué a las agencias que ahora que el número era el mismo, teníamos que ver cuál nos caía mejor. Otra parte importante de la negociación eran los oídos de Ale, quien había dudado mucho si ir a Salto Ángel por la obligatoriedad de llegar volando. Ale tiene algunos problemas en los oídos, con la presión que puede efectuarle la altura de un avión a sus tímpanos, etc. Hubo que exigir que nos hagan volar en un Streamjet (18 pasajeros, presurizado) y no en un Cesna (5 pasajeros, se estrella).
Terminamos yendo con una agencia, cuyo nombre no importa. Lo importante para ir a Salto Ángel no es saber cuáles son las agencias buenas, porque todas venden los mismos paquetes. Lo importante es saber a qué campamento ir (que paquete). Según el campamento es la calidad que uno compra. Wey Tepuy era el nuestro, el de 270 dólares.
Al día siguiente salimos muy temprano de lo de Gert, dejando las mochilas grandes y llevando sólo lo imprescindible. Nos pasó a buscar un hombre de la agencia. Espera en el aeropuerto, streamjet y Canaima.