Buenos Aires (44)

Buenos Aires, Abril de 2004

En 20 minutos más descenderemos sobre el aeropuerto Jorge Newberry. Me
ajusto el cinturón. Veníamos cruzando el Rio de la Plata desde
Montevideo. Puerto Madero se veía diminuto. Los taxis son amarillos y
negros. Saludo a mi familia que me sonríe a lo lejos, mientras hago la
cola de la aduana. Mi hermana me da las llaves del mitsu. Bife de
Chorizo.

Se ha terminado el viaje de 4 meses. De vuelta a la gran ciudad. Por
ahora la pregunta más repetida es: “Cuál fue el lugar que más te gustó?”,
no puedo contestar esto. Mi respuesta es demasiado larga como para poder
repetirla cada vez. Cuál es el mejor depende de la categoría que estemos
usando.

Partí hace 4 meses pensando si iba a volver cambiado, queriendo un cambio
en algunas cosas. He cambiado. No soy más una negra tetona.

Los billetes de peso son muy largos, el 60 sigue existiendo, Polo se
acuerda de mi, el mitsu sigue perdiendo agua, Luisa sigue loca.

Llego al departamento por primera vez, después del bife de chorizo, y me
la encuentro a Luisa, que me pregunta: “es muy diferente ahí?”, le
contesto que es parecido, y me dice: “Y claro, si son seres humanos
también”. Una genia.

¿Alguien se dio cuenta alguna vez del color de los semáforos?, son de un
verde muy oscuro, casi gris, y en el medio son amarillos. La plaza de Av.
Córdoba y El Cano sigue existiendo. Cuando uno maneja en Buenos Aires, los
conductores de los otros autos son tus enemigos mortales: todo está
permitido para llegar 30 segundos antes a tu destino. Lo increíble es que
apenas uno habla con el del otro auto, para pedir indicaciones, o para
pedir que te deje pasar primero, se rompe la estructura del odio, y se
entabla una especia de amistad súbita: se da cuenta que en el otro auto
hay también una persona, y te tratan muy bien.

Nunca había notado que la gente es muy amable en la calle. Nunca en toda
mi vida me contestaron menos que excelente cuando pedí indicaciones para
llegar a alguna parte en Buenos Aires. La Plazita Serrano sigue
existiendo, Crónico sigue existiendo, Eslotoviasda sigue existiendo. Los
Redondos se separaron, Los Pericos se separaron, Los Divididos se
separaron. Me voy un minuto y se separan todos.

Madrid, Lisboa, Obidos, Ourem, Coimbra, Porto, Lisboa, Ourem, Lisboa,
Madrid, Barcelona, Granada, Córdoba, Sevilla, Ronda, Tanger, ChefChouen,
Fes, Marrakesh, Essaouira, Tanger, Algeciras, Madrid, Barcelona, Lyon,
Perrouges, Brujas, Paris, Amsterdam, Berlin, Praga, Budapest, Venecia,
Verona, Lago Como, Milano, Florencia, Cinqueterre, Milano, Roma,
Barcelona, Buenos Aires.

Salí pensando que iba a volver cambiado, deseando un cambio en algunas
cosas. Por momentos en el viaje sentí que había logrado hacer el cambio.
Como si el interruptor mágicamente hubiese cambiado su estado. Pensándolo
ahora, desde la distancia, por el gran espectro de la historia y la
humanidad, siento que hice el viaje creyendo que el viaje mismo tiene la
voluntad de cambiar a la gente, y esa voluntad tiene que estar en
nosotros hermanos, alaben al señor. Siguiendo con seriedad el relato, he
tenido momentos en los que sentí cambios, y creo que he cambiado, pero no
de la manera en que esperaba. Me sorprendo a mi mismo cada vez que me doy
cuenta que trato a la vida con escepticismo, y sin embargo, a la vez, creo
que la vida sola me va a hacer cambiar. Esto no quedó claro.
Reformulemos. Trato a la vida con escepticismo, y a veces con cinismo,
creo solamente en las cosas que tienen lógica, en que todo se puede, o se
va a poder explicar con la ciencia. Y ahora viene el sin embargo. Sin
embargo, deposito mi vida en la vida misma, confiando en que la va a
llevar por el mejor camino, cuando la lógica siempre me dijo y me dice que
la vida es mía, y la tengo que llevar a donde yo quiero.

Hablemos de los cambios. Hablemos… plural… tendré que hablarlo con mi
inconsciente, o trabar amistad con mi superyo para que me deje escribir lo
que realmente siento, o algo así. Los cambios. Internamente he
cambiado, creo que estoy más dispuesto que antes a escuchar opiniones
diferentes, con “la cabeza más abierta”, como dicen los chicos ahora. Abre
tu mente. Aprendí muchas cosas. Aprendí que ser una buena persona no se
trata de no hacer cosas malas, sino de hacer cosas buenas. El que no hace
cosas malas, ni tampoco buenas, es simplemente una persona. Creo que sabía
esto antes de irme, pero ahora estoy dispuesto a hacer sacrificios por
cosas que corresponde hacer. No me comuniqué con dios, ni tampoco con
jesús, ni con el mesías, ni tampoco atravesé las puertas de la
percepción. La estructura de voluntad que fue fundada en Buenos Aires
antes de irme al decidir que no aguantaba más las computadoras, continuó
su conformación a mediados del viaje al decidir que quería
definitivamente estudiar cine. Supongo que esta estructura de voluntad es,
en gran medida, la identidad.

Creo que el cambio que buscaba antes de irme, era el de expresarme más.
No solamente con los demás, sino también conmigo mismo. Se me acaba de
ocurrir otro cambio, que puede parecer de poca importancia, pero creo que
tiene raíces más profundas.

Ahora me gusta la gente que tiene tatuajes, rastas, aritos raros, y cosas
así. No se si soy capaz de explicar esto. De explicar por qué cambié, o
por qué creo que es un cambio importante. Voy a intentarlo. Creo que son
transmisores inmediatos de identidad, o quizás me gustan porque los siento
como un himno a la vida, o algo así, como diciéndole: “no te entiendo,
pero mientras tanto me visto así”. En realidad nunca me molestaron esas
cosas, siempre las veía ajenas, y nunca se me pasó por la cabeza ponerme
un arito, hacerme rastas, o vestirme de hippie. Y ahora me parece que está
bueno, porque sí. Creo que siempre quise tener ideales, luchar por algo en
lo que creo, pero este escepticismo lo hace imposible. Mi propio
anticristo del idealismo. Todo tiene su defecto, y aunque no vea este
defecto, seguramente lo tiene escondido por alguna parte. Eso hace
imposible creer, luchar, porque no quiero equivocarme. También vestirse de
hippie debía tener sus defectos, y por no jugarme por una idea, por un
ideal, por un deseo, mi mente seguía por el sendero de la inercia, mi
mente seguía vestida de la manera más sobria posible. El sendero de la
inercia es el más cómodo, no hay dudas. Te dejás llevar, la vida te lleva,
y no tenés que hacer nada. Por eso me llamó la atención la frase de un
loco actor a la salida de una fiesta loca: “la comodidad es la muerte del
artista”. Y desde todo este candombe de locura, llegué a la conclusión que
lo mejor que se puede hacer, cuando no se sabe qué hacer, cuando parece
que no se tiene los huevos para jugarse por nada, es hacer. Renuncié a
Disco, conseguí otro trabajo, abandoné la carrera de sistemas, me fui a
vivir solo, empecé a estudiar Guión, me rajaron del trabajo, y me fui de
viaje. Pero todos estos no son conocimientos adquiridos recientemente;
hace mucho se que la única decisión que la vida toma por nosotros es la de
la inercia, pero del saber a la acción hay un largo camino. Aunque en
realidad el problema es miedo a salir de la comodidad.

Hace dos semanas estoy en Buenos Aires, tratando de salir de la inercia a
la que entré casi automáticamente apenas aterricé. Tratando de ser el que
era en el viaje, donde al serme totalmente imposible estar cómodo, me veía
obligado a vivir, a liberar a mi artista oprimido, y expresarme. Acá estar
cómodo es más fácil, simplemente tengo que encontrar un trabajo,
levantarme a la mañana temprano, hacer lo que tengo que hacer, volver,
dormir, etc. Cuando se acercaba el final del viaje noté una especie de
desesperación por lograr la incomodidad absoluta, y creo que ese fue el
final real del viaje: los tres días en el Cinqueterre desde que dormí en
la estación de trenes hasta que llegué a Milano. Después de eso, mi mente
ya estaba en Buenos Aires.

Mi fecha original de regreso era el 1ero de Marzo, y por momentos cuando
me acercaba a esa fecha, sentía una gran desesperación por volver, por
alejarme de toda esa incomodidad, pero gracias a un ataque de subversión
propia en el cual decidí alargar el viaje un mes y medio más, no porque
tenía muchas ganas de seguir conociendo lugares y gente, sino porque
quería alargar la experiencia, seguir estando incómodo, sabiendo que la
incomodidad iba a ser más grande si tenía ganas de volver. Puede sonar a
masoquismo, pero fue un pensamiento que tuve que cambió un poco el viaje
de ahí en adelante, y lo pude disfrutar de una manera diferente. El 1ero
de Marzo llegó, junto con la confirmación del cambio de fecha para el 12
de Abril (lo hice el mismo día). Estaba en Praga, y volvíamos de uno de
los tradicionales recorridos a la estación, luego de una batalla con bolas
de nieve. Estaba muy contento, con muchas ganas. Pero después del
Cinqueterre, cuando se terminaron esos días que disfruté muchísimo en los
que extremé la incomodidad, y mi mente volvió a Buenos Aires, decidí que
era hora de volver completamente. Ya no servía estar ahí. Adelanté la
vuelta, y en cuestión de dos días veníamos cruzando el Río de la Plata
desde Montevideo. Puerto Madero se veía diminuto. Los taxis son amarillos
y negros. Saludo a mi familia que me sonríe a lo lejos, mientras hago la
cola de la aduana. Mi hermana me da las llaves del mitsu. Bife de
Chorizo. Loop Infinito.

Iba a mandar este mail a todos los que conocí en el viaje, pero creo que
se asustarían un poco. Tendré que escribir uno por separado.
Bueno, entonces… Fin.

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