Venezuela #3 – Choroní

Al día siguiente, unas 2 ó 3 horas después de habernos acostado, Ale me despertó para ir a ver salir el sol, o alguna de esas cosas que le gustan a él. Le hice caso. Caminamos hasta el malecón en busca de algo sano para desayunar, y descubrimos lo que serían nuestras mañanas en Venezuela gastronómicamente hablando: empanadas de carne o jamón, muy fritas, cerveza, etc. De algo sano o dulce, ni hablar. ¿Una tostada con dulce? OLVIDATE. ¿Un café? Al menos en la costa, ni a ganchos. Cada cartel ofreciendo empanadas fritas de desayuno nosotros lo leíamos como: “¿Te gustan las tostaditas con mantequita PUTO?”.

No fue fácil, pero camino a la playa, nos encontramos con un puestito que vendía licuados, que no inspiraba demasiada confianza. Pero eran licuados. Maestro, ¿le pido uno de durazno y otro de pija (para Ale)? Sí, claro, ¿lo quieren con agua o leche? Mi mente viajó a un mundo de lucidez absoluta, y determinó que el agua sería de la canilla, mientras que la leche probablemente sería de una vaca. El único riesgo en éste último caso sería que esté vencida. Me decidí por la segunda opción, y Ale también. Mejor malo por conocer que malo conocido. Con desconfianza, nos bajamos medio licuado cada uno, cuando el dueño del establecimiento nos confesó que el día anterior habían estado todo el día sin luz. ¿La leche joya no? La concha de tu madre inculto hijo de mil puta tráiganme mi leche del super paraguayo de abajo de casa.

Dejé el licuado por la mitad, y nos fuimos a la playa. Estuvimos un toque, yo no tenía malla (habíamos salido por poco tiempo) así que nos volvimos. Las chilenitas ya estaban despiertas: “nos preguntábamos por dónde andaban”. Ah, o sea que tantos papelones no hicimos la noche anterior.

Esperamos a que estén listas, y partimos hacia la playa, esta vez en malla. El día se trató más o menos de le-quiero-dar-a-jose-pero-que-no-parezca-pero-al-mismo-tiempo-tengo-que-disfrutar-el-día-pero-qué-difícil-es-disfrutar-el-día-si-no-sé-si-debería-estar-hablándole-o-haciéndome-el-indiferente-o-tratar-de-mantener-la-misma-confianza-de-ayer-que-no-decaiga-pero-tampoco-puedo-estar-hablándole-todo-el-tiempo-como-un-perrito-faldero-si-ella-está-nuevamente-distante-tendría-que-hablarle-pero-decirle-algo-manteniendo-la-confianza-de-ayer-pero-qué-distante-está-la-puta-madre-mejor-le-hablo-: “¿Y por qué tomás pastillas anticonceptivas si no estás en pareja?”. Pum. La cagué. ¿Demasiada confianza?


Ale y Cami

Más de Ale y Cami

Y bueno, tampoco fue el fin del mundo. Pude proseguir con mi día. Nos fuimos a comer algo con Ale. Parados frente a dos restaurantes decidiendo a cuál entrar, se nos acerca una colorada yeta (como todos los colorados) y me pregunta si somos argentinos. Sí, le contesto, ¿por?. No, por la remera, contesta. Yo tenía puesta la remera de Oveja Negra, el bar de Chipi (www.ovejanegrapub.com.ar). Vayan.

Hablamos un rato con la colorada yeta, y sentimos tremendo ruido y movimiento de la tierra. Un temblor JODIDO. En realidad eso pasó mientras estábamos en la playa con las chilenas, pero queda más copado atribuírselo a una colorada yeta.

Entramos al restaurante, y en una mesa compartían el almuerzo unos 10 argentos y argentas. Nosotros nos pedimos un pescado con 3 complementos (acompañamientos) espectacular. Muy buena atención, una gorda copada mal, parecida a Queen Latifah creo. Antes que terminemos de comer, llegaron las 3 chilenas y Marquitos. Creo que no comieron nada, habrán abierto otra bolsita de Lay’s o algo así.

No estoy seguro qué pasó después. Pero mejor, así no escribo tanto (y no leen tanto). En Venezuela se hace de noche cerca de las 18hs, lo cual implica un ajuste horario importante. Para aprovechar el sol hay que despertarse tempranito tempranito, e intentar dormirse también temprano. En Choroní era difícil porque había bastante fiesta. Esa noche (29 de diciembre) también cenamos en el malecón. Esta vez la chilena estaba muy arriba, bailando con todo el mundo, histeriqueando de lo lindo. Creo que sólo en un momento se me acercó, me empezó a bailar, y cuando me di cuenta y empecé a mover las piernas ya se había ido. Eso fue todo. Creo que le molestó mi pregunta de la playa. Y así te castigan. Curiosamente recuerdo más lo que hizo ella esa noche que lo que hice yo. ¿Seremos todos tan enfermos y yo soy el único idiota que se sienta y escribe al respecto? La noche transcurrió de la siguiente forma: un grupo de flacos venezolanos presuntamente bien de plata me invitaban cervezas (ale se había ido a dormir) y yo les habilitaba a las minas. Creo que ese era el trato implícito. Me traían otra antes que me termine la anterior, y mientras tanto bailaban y charlaban con las chilenas. Yo me cagaba de risa con Cami y con Angie. Por alguna razón terminé siendo el confesionario del grupo. La noche anterior con Jose (la chilena con nombre de portero, gracias Simón), y ahora se me acercaba Cami contándome (muy borracha, pero hermosa y con mucha gracia) que tenía una historia inconclusa con un canadiense, pero que estaba de novia, y que seguía hablando con el canadiense, y que no sabía bien qué hacer. Y el conflicto derivó en que se había dado unos besos con el canadiense, y que cuando le contó al novio, él le contestó al toque: “todo bien”, lo cual le hizo preguntarse a ella “¿y éste pibe qué habrá hecho en sus vacaciones mientras yo le daba besitos al canadiense?”. Se lo habrá imaginado en una orgía zarpada con 3 perros y 2 elefantes.

Intentamos hacer con Cami el pasito de Dirty Dancing (creo) en el que la chica corre hacia el chico, salta, él la levanta y la sostiene ahí arriba formando una especie de L entre ambos. Corrió hacia mí, apenas saltó, la levanté y casi le quiebro las costillas. No sé cómo hacen en Hollywood, pero no descansaré hasta averiguarlo.

Llegó el turno de Angie. Se me sentó al lado y me empezó a contar de su vida. No sé qué tendré, orejas gigantes o algo así. Ya ni me acuerdo qué me dijo, pero era la menos interesante de las historias (¿será por eso que era la menos interesante de las chicas? Aunque sin dudas la más linda, la Zaira Nara chilena). Mientras hablaba con Angie vi a Jose sentada en un banco del malecón con el dueño de la camioneta que pasaba la música, aquel que más cervezas me había invitado. Touché, venezolano hdp. No podía evitar mirar hacia ahí, no por celos, sino puramente por amor propio. Si después de tanto laburo el venezolano se la terminaba ganando la primer noche que la conocía, toda mi virilidad y aprendizaje respecto del sexo opuesto se verían vapuleados por un cerdo imperialista dueño del caballo de troya más ruidoso del Caribe.

Afortunadamente, al día siguiente mi AMIGO venezolano, compañero de derrotas, se encontraba cabizbajo, escondido bajo la sombra de un árbol; el volumen de la música de su auto se había reducido a un 10% del volumen de la noche anterior; su pene medía 20 centímetros menos y ya no invitaba tantas cervezas. Su auto-estima parecía haber corrido los 42KM de la maratón de NY, un triatlón, haber tenido sexo con todo el harén del Sultán de Omán, y peleado contra Bruce Lee, Jackie Chan y Tyson. “Los venezolanos son aburridos”, dirían las chilenas. Ellas la verdad es que salvo que estén borrachas, también eran bastante aburridas. A lo mejor con un par de kilómetros más recorridos, levantaban algo.

Llegué a Iguanacción, y Jose estaba acostada en la hamaca paraguaya. La escuché quejarse respecto de los venezolanos, de lo desagradable y grasa que era el dueño de la camioneta. Y pasó de ser mi archi-enemigo, a compadecerme por él y odiar a la chilena por perra. Me acosté en un colchón cerca, y le pedí disculpas por la pregunta de la playa. No era de mi incumbencia, le dije. No contestó. “Esta noche no te encaré”, le dije. “Porque no te di oportunidad”, contestó. Fuerte, muy a la defensiva, innecesario. “¿Estás enojada?”, le dije. Pensó un rato. “Estoy enojada conmigo misma”, no sé qué más dijo, si por ponerse a hablar con el venezolano, o no sé por qué, pero ahí me di cuenta que el terreno del diálogo era mi terreno, y claramente en lo que son gestos, baile, quedo garpando como el peor. Salvo que tenga un pedo para 500. Con esa pregunta de “¿estás enojada?” había recuperado lo que era mío, y me podía ir a dormir tranquilo. Terminó de contarme por qué estaba enojada consigo misma, me levanté sin contestarle, y le dije: “chau, me voy a dormir”. Mientras caminaba por el sendero hacia mi habitación sintiéndome triunfante, me dijo: “Pablo, mañana queremos ir a la otra playa en bote, ¿vienen?”. “Puede ser”, le contesté. Drama queen que soy.

Ale no cumple con su responsabilidad de compañero memorioso del viaje. Siempre tengo al lado a primo, o Duby o Zetu que se acuerdan de todo y les digo: “¿Por qué no me cogí a la chilena la 3er noche?”, y me contestan: “Porque empezaste a correr desnudo por el malecón”. Pero Ale no se acuerda. Maldito hippie pederasta.

El 30 de diciembre nos subimos a un bote, y zarpamos con rumbo desconocido. Las chilenas habían negociado todo, nosotros seguíamos. Era rara la situación, de estar con un grupo de pibas que no eran amigas nuestras, apenas nos caían bien, y no les estábamos dando. El viaje en bote fue increíble. Unas olas similares a las de los peores momentos del río Uruguay en el cruce a Carmelo. Ay cuando yo me muera no quiero llantos ni penas sólo quiero…

Saltando de ola en ola llegamos a la playita. Nos dejaron, con la promesa de volver a recogernos a las 17hs. Las chicas anclaron sus ortos en los pareos, y los chicos caminamos, observamos, nos bañamos, y conversamos con una venezolana llamada Génesis que era una cosa de locos. Estaba con su madre y el marido de la madre, brasilero, de Sao Paulo. Muy agradables todos. Llegó la hora de volver, y nos acercamos al sector en el que atracaban los botes. La playa se fue vaciando, los botes se iban yendo, y ni señales del nuestro. Empezamos a bromear al respecto. A las 18hs se hacía de noche, ya eran las 17hs y ni señal del bote. Las bromas empezaron a transformarse en comentarios en serio, al menos dentro de mi cabeza. 17.15hs caminé hacia lo que era el “restaurante” de la playa, con la esperanza de que los dueños aún estén ahí, y estaba cabalmente cerrado. Candado, rejas, etc. Para dormir ahí había que romper una ventana de madera. Volví a la playa, la espera de extendió, pasaron algunos botes a lo lejos a los cuales les hacíamos señas pero no pasaban. Finalmente apareció.

Por la noche, acompañé a Marquitos a buscar un lugar donde dormir. Aparentemente había estado hablando con un grupo de 9 argentinos que lo hospedarían esa noche en la casa que habían alquilado. No estaba tan claro todo, pero él creía que no iba a haber drama. Llegamos a la puerta, y le dijeron que no había drama. Que porque no lo conocían no le podían dar una llave, pero que cuando ellos se iban a dormir él podía irse con ellos. Joya, dijo. Gracias.

Nuevamente a cenar por el malecón, y a bailar con el grupo de argentinos de la colorada yeta. En un momento, cuando estábamos comprando alcohol, la colorada yeta se nos acerca y le dije a Marquitos: “Che, disculpá, pero estuvimos hablando y hay gente que no se siente cómoda teniendo un desconocido en la casa, así que no te vas a poder quedar con nosotros”. Marcos se quedó recontra caliente, diciendo que los pibes eran unos garcas. Lo cierto es que el Mendocino tenía dinero suficiente como para pagarse un alojamiento, sea en hamaca en Iguanacción o en una posada buena. No es que le habían robado todo. Pero se quedó muy caliente.


Colorada yeta

Bailamos con los argentos, muy buena onda. La colorada tenía un pedo importante, y yo también, lo cual vestía de gala a todas las mujeres. Ale estuvo conversando gran parte de la noche con Rocío, una de estas argentinas, realmente hermosa.


Cami tamboreando


Cami dando a luz un tambor (la maté)

Tamboreamos un rato, bailamos otro rato, nos emborrachamos de lo lindo, charlamos con los argentos, con Lester, el vendedor de tabaco venezolano, un tipo con una paranoia importante que en un momento me dijo: “esos colombianos me quieren robar el tabaco. Lo que siempre hago en esos casos es esto”, y Lester sacó una navaja, y me la mostró con plena intención de que los colombianos la vean. Mucha paranoia el muchacho. En un momento un colombiano le estaba mostrando un paso de baile al otro, y el baile se detenía justo en una línea que separaba baldosas. Lester comentó: “¿Has visto? Se detuvo justo en la línea, como mostrándome que hay un límite”. Yo le dije que no estaba tan seguro que haya un mensaje oculto en su baile, a lo que Lester aclaró: “Es que mi mente circula a miles de revoluciones, piensa todo el tiempo en muchas cosas muy adelantado”. Un genio Lester. Ojalá que nunca le agarre una de esas paranoias conmigo.


Lester

Lester había sido un militar del ejército venezolano, a quien descubrieron cometiendo el vil acto de fumarse un porro. Le dieron dos opciones: “O te metemos preso, o pasas a trabajar para el ejercito de inteligencia”. No hace falta aclarar cuál eligió. Trabajar para inteligencia no es ser un agente secreto de la guardia presidencial iraní. Se trata simplemente de seguir haciendo lo suyo, y buchonear a amigos que hacen cagadas. Ser un buchón, básicamente. La vida de Lester prosiguió, se casó, tuvo un hijo, hasta que un accidente automovilístico produjo que su mujer saliera despedida por el vidrio de su auto, y entre en el del auto contra el que colisionó. La mujer sobrevivió y ahora baila tango en Buenos Aires. No, mentira, murió mal. El hijo de Lester quedó al cuidado de una abuela, y ahí lo teníamos, vendiendo tabaco, bajándose una botella de plástico de aguardiente por noche (13 bolivares la botellita – 7 pesos).

En un respiro de la noche, nos sentamos con Ale, y vimos a Rocío hablando con uno de los colombianos que quería robarle el tabaco a Lester. La piba se derretía. Le hablaba mirándolo a la boca, con los ojos entrecerrados, una cara de gato en celo pocas veces visto.


Rocio’s look

Estuvo con esa misma mirada, en esa misma pose, escuchándolo hablar a 5 centímetros, unos 15 minutos. No entendíamos si el colombiano era un dormido o un genio manejando los tiempos. Muy fuerte. Se terminaron dando unos besos de pacotilla como los de las suecas (primo). El venezolano que se estuvo encarando a Jose la noche anterior había bajado 6 cambios. Los tambores sonaban, y yo la seguía flasheando con la música y los bailes. Una linda noche preambular a la del último día del año.


 

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