Guyana #8 – Lethem

En el aeropuerto de Canaima discutimos fervorosamente con los que nos habían vendido el tour de Wey Tepuy. ¡Nos engañaron!, les gritabamos. ¡Esto es una falta de respeto!, clamábamos a los cuatro vientos. Ellos, por supuesto, rompieron en lágrimas. Nunca antes alguien los había tratado así. Sostenían que eran gente honesta, haciendo lo mejor posible un trabajo complicado, y que inmediatamente nos devolverían el dinero, que lamentaban que haya ocurrido todo eso. Nos enternecieron tanto que decidimos pedirles perdón por el exabrupto y asegurarles que la próxima vez que nos traten mal en un tour no diríamos nada. ¿Cuánto vale una lágrima humana?, ¿acaso un grito?, ¿cuántos hombres podría haber comprado con éste anillo?, ¿eh?

La gente de Wey Tepuy, después de cagarse de risa de nuestras quejitas de maricones, nos dejó en lo de Gert. Otra vez disfrutamos de su germánica compañía. La de él sólo, porque su hijo había sido mordido por un perro y deliraba por una fiebre que sólo puede encontrarse en las zonas del caribe. Decidimos instar a nuestro compañero Gert a que lo lleve a un hospital, pero calificó a los médicos de estafadores y a los hospitales como “el lugar donde trabajan los estafadores”. Hasta ahí llegó la creatividad de Gert para adjetivar cosas. Mientras tanto el niño ardía con 63 grados de temperatura, y con Ale decidimos que algo debíamos hacer. Sacamos un pasaje para Boa Vista, y comenzó la primer locura del viaje.

No sé cuántos buses, taxis y bicicletas nos tomamos para llegar a Boa Vista, ya no lo recuerdo. Sí recuerdo al fantasma del hijito de Gert persiguiéndonos por la ruta, recuerdo su diminuto cuerpecito apareciéndose a través de la ventana del ómnibus, como flotando, confundido con el oscuro manto que la noche despliega sobre el horizonte. Y lloré, lloré señores, porque un niño tan pequeño no tiene por qué morir, ¿ES QUE ACASO NO HAY DIOS? E imaginé al pobre Gert gritando de dolor, con la mirada perdida en el cielo: “Warum kann ich nahm ihn ins Krankenhaus??!!” (“por qué no lo llevé a un hospital”). Es que Gert había sido criado bajo el legado de una supremacía alemana que creía haber transmitido a su pequeño. Pero se equivocaba: haberlo mezclado con sangre sudaca había sido el pecado que acabaría con su vida. Si me voy al carajo me avisan. El petiso seguro que está bien.

Llegamos a Santa Elena de Uairén los dos enfermos. No nos había mordido ningún perro, pero las temperaturas de los micros de Venezuela le hielan la sangre al mismo Walt Disney. Nos tomamos un tecito en la terminal de micros (del lado de Venezuela), intentando recuperar energías, mientras nos preguntábamos si hacer locuras no será una locura. ¿Qué habría en Boa Vista? Lo único que sabíamos era que allí vivía un primo lejano de Ale Max, que a lo mejor nos podría recibir más o menos bien, y que era el Amazonas. Yo me subí al flash de Ale Max, y ahí estábamos. Todavía nos faltaba un buen trecho por recorrer. Quién sabe cómo llegamos a Boa Vista, ni cómo conseguimos la dirección de Luciano, el primo de Ale. Tuvimos algunos problemas en la frontera brasilera por sellos inexistentes, salidas de Brasil sin sellar que calificaban a Ale Max como que estuvo ilegal 6 meses en Brasil. Lo peor es que esa salida ilegal de Brasil la había hecho conmigo cuando fuimos con Dieguito y Luchino al lado brazuca de Paso de los Libres. Poco tiempo después negociábamos con un grupo de tacheros por un viaje a una dirección. El mismo tachero se perdió, preguntamos en muchos lugares, y llegamos. Luciano no nos esperaba.

Ale golpeó a la puerta del jardín, y salió Luciano. Tardó un tiempo en reconocerlo, pero finalmente le dijo: “¿Qué hacés acá?”. Un delirio. Luciano es primo de la vieja de Ale Max, y nos quedamos casi una semana en su casa, recuperando energías, durmiendo, apenas saliendo a caminar. Yo me sentía una larva, me avergonzaba un poco toda la situación, pero Ale se mostraba bastante cómodo y familiarizado con la situación y con su familia. Si no estás familiarizado con tu familia algo no cierra. La mejor con Luciano, la mujer y la pequeña Pipía de unos ¿3 años? Una masa la pendeja.

Los días en Boa Vista fueron especiales. Especialmente paja. No hicimos una goma. Comer-dormir-comer-dormir. De vez en cuando jugábamos con Pipia, y por las noches compartíamos una cena afuera con Luciano y Pipia. En algún momento intentamos salir a caminar, pero no había fuerzas.

En estas tribulaciones nos encontrábamos (¿qué tribulaciones?) cuando Luciano sugirió que vayamos a conocer Guyana (ex británica). Nos comentó que Lethem, el pueblo de frontera ya del lado de Guyana, estaba a tan sólo 2 horas de viaje. No le prestamos mucha atención, pero ante su insistencia, y sus comentarios de “vas a escuchar a negros hablando un inglés muy raro en Sudamérica”, decidimos hacerle caso. Siguió insistiendo con que vayamos a Georgetown, pero esto ya lo tomamos como una locura y no le hicimos caso.

Iríamos tan sólo a pasar el día a Lethem, pues. Armamos una mochilita con lo justo. En mi caso: un buzo y un libro. En el de Ale: un libro. Luciano nos alcanzó a la estación de autobuses de Boa Vista, en donde tuvimos menos de 2 minutos para sacar plata de un cajero, devolverle unos préstamos a Luciano (nos hospedaba, daba de comer, y prestaba plata) y sacar el pasaje.

El flash rutero fue intenso. Siempre disfruté del viento rutero en el rostro. Me senté al lado de la ventanilla, me puse los auriculares, y mientras avanzaba hacia los límites territoriales del Brasil, escuchaba a Mercedes Sosa y Charly tocar Alta Fidelidad. Gran momento.

El bus nos dejó en una terminal abandonada en el medio de la nada, del lado venezolano. Nos tomamos un taxi entre varios, por unos 5 reales cada uno, y pasamos la frontera del lado brasilero sin hacer los trámites. El taxi nos dejó en la frontera Guyanense. Al ir sólo por el día, Luciano nos había recomendado no hacer los trámites migratorios, simplemente entrar y salir como si la tierra fuese libre y no existiesen fronteras. Como le gustaría a Karen que sea todo. Eso y que no haya mongólicos (¿así era?).

En la frontera de Guyana, al no necesitar hacer ningún trámite, decidimos tomarnos otro taxi al “centro” de Lethem. El taxi brasilero no podía entrar a Guyana. Un grone gigante de rastas se bajó de su taxi, haciendo un tremendo esfuerzo por estirar las rodillas, y estirar su cuerpo después de tenerlo encomendado a la tarea de conducir un taxi pensado para blanquitos tamaño normal. Se nos acercó, imponentemente, altísimo, moviendo las manos cual rapero de moda, y como si no le importase tener un par de pasajeros más nos dijo: “Hey yo! Tke you you io Lethem raid tghet?”. Con Ale nos miramos. “How much?”, le dijimos. “5 dollars each”, contestó. Se lo rechazamos, y negociamos en reales. Eran 5 reales. Llegó otro taxi y empezó a discutir con el primero. Hablaban igualito que Chris Rock, afinando mucho la voz al llegar al punchline de lo que sería el chiste (aunque hablaban en serio), y con un swing en el ritmo impresionante. Observamos la escena impertérritos. Finalmente alguien nos dijo “c’mon”, o algo que interpretamos significaría eso.

15 cuadras después, el tachero nos dejó en lo que sería el centro de Lethem: un camino de tierra seca, un paisaje desértico, un inmenso negocio de una familia china en donde podían encontrarse desde ropas hasta cámaras de fotos, pasando por perfumes Polo de 10 reales, y algunos edificios similares, muy separados los unos de los otros, con artículos similares. “Is this the center?”, le preguntamos. “Yeah, Lethem center”, contestó. Le preguntamos por un lugar para comer y nos señaló (muy amistosamente), que a la vuelta de la esquina encontraríamos lugares para comer.

Recordamos la explicación de Luciano referente a Lethem: “no hay nada, son negocios a los que los brazucas van a comprar mucho más barato, pero es divertido escuchar hablar a los grones”. Era como ir a un zoológico, digamos.

Terminamos con las compras (los rayban de 10 reales originales), y salimos a buscar un lugar para comer. Era el desierto mismo. Alguna casita aquí o allá, pero el único atractivo del país hasta el momento eran los grones y su forma divertida de hablar. Y el hecho de saber que estábamos en Sudamérica. Nos encontramos con un cartel azul, de letras blancas Helvetica, que decía: “Second Street”.

Empezó el flash. De golpe entendimos que estábamos en una colonica inglesa en Sudamérica, poblada por negros, hindúes y chinos. Que se manejaba del lado derecho, y que sobraba la onda de todo el mundo. Entramos a un almacén, y preguntamos dónde podríamos comer algo. Un viejito de barba, un tanto encorvado, nos escuchó, sonrió inmediatamente, y, como si se tratase del jorobado de notredamme, sin hablar pero exagerando los gestos, nos pidió que lo acompañemos. Caminó 3 pasos, y señaló a una señora que estaba pagando en la caja. Le explicó en un inglés inentendible que queríamos comer. Sin decirnos nada, nuevamente, la señora nos pidió que la sigamos.

Era la dueña de un pequeño restaurante casero. Le pedimos pollo al curry, y nos sentamos afuera a esperar.

Restaurante donde almorzamos.

A nuestro lado, un grupo de camioneros conversaban amigablemente. No se entendía NADA de lo que hablaban. Cada tanto nos dábamos cuenta que era inglés por una palabra aislada. No existe “OUR”, es todo “WE”, inclusive en los diarios. Acá se empezó a gestar el flash Georgetown. Les preguntamos cuánto tiempo era. Se empezaron a reír. Esperamos un par de minutos a que paren de reír, sin entender qué pasaba. Nos dijeron “2 days”. No entendíamos, mucha gente nos había dicho 15 horas. Resulta que para un camión, hacer este recorrido es prácticamente una misión imposible: miles de obstáculos dificultan lo que debería ser pan comido: recorrer 600 kilómetros entre Brasil y Georgetown. 1 semana más tarde entenderíamos qué pasaba con los camiones en este camino.

Terminado el alimento y la conversación con nuestros amigos, le pagamos a la dueña, y le preguntamos para ir a Georgetown. Era una auténtica locura. No teníamos nada. El viaje costaba 120 reales cada uno, y teníamos 100. Estábamos los dos en ojotas, shorts y remera. Yo tenía un buzo. Ale tenía un libro, el cual pensaba romper en pedazos, para usarlo como abrigo. Mendigo de plaza. Pero de todas formas el flash había empezado y teníamos que dejarlo vivir en autarquía absoluta.

De autarquía al toque nos dimos cuenta que no viven los sueños, porque pronto nos pedía plata, ropa, etc. La dueña del restaurante nos acompañó hasta una “agencia” de viajes donde nos llevarían a Georgetown sin plata. Al llegar, el conductor nos alcanzaría hasta un cajero automático, donde, si Adonay proveía, íbamos a poder sacar plata. Dependíamos de un plástico de Santander Río, básicamente.

Conocimos a Cindy, la “amiga” de nuestra amiga cocinera. Nos resultó bastante seca. Tenía una panza de unos 7 meses, y la definición de Ale no podía ser más acertada: “esta mina es un personaje de kill bill”. Era cierto, una mujer con un pasado violento. Probablemente había matado a más de uno. Nos miraba desde arriba de la escalera de su casa, lentamente, uno a uno, decidiendo si hacer lugar a nuestro pedido de pagar en destino. Finalmente aceptó. Ale, enfermo, le pidió que no haya aire acondicionado en el minibús, a lo que también aceptó (luego nos enteraríamos que no tuvo dificultad en aceptar esta condición, puesto que ningún minibus de los que van a Georgetown tiene aire acondicionado). Pidió una frazada para cubrirse, y le dijeron que no haría frío, ni siquiera durante la noche. Se trataba de un viaje de 16 ó 17 horas (“depending on the driver”) por caminos de tierra desolados.

Sólo restaba cubrir un tema: sellar nuestros pasaportes. No era lo mismo entrar a Lethem por el día, que hacer un viaje a Georgetown sin sellos. No es lo mismo un metro de encaje negro, a que un negro te encaje un metro, tampoco.

Lo hablamos con Cindy. Súbitamente me la imaginé dándole la teta a su hijo con la misma sequedad, mientras torturaba a un espía alemán colocándole agujas debajo de las uñas. Nos dijo que antes de salir, el minibús nos llevaría a ambas fronteras para que nos sellen los pasaportes. Era seca, pero hacía lugar a nuestros pedidos casi sin problemas. Si hay algo que nos llamó la atención de Guyana era la facilidad con la que nos hacíamos entender. Hablaban un inglés casi incomprensible, muy cerrado, pero cualquier silogismo era comprendido inmediatamente, aún antes de que terminemos de hablar. Recuerdo los tilts de mexicanos, guatemaltecos, venezolanos, al hacer una pregunta en la calle. Aún en mi mismo idioma por momentos se quedaban perplejos, como si les estuviese proponiendo un algoritmo matemático imposible de resolver. Acá nos entendían todo, al igual que en Irán, Colombia, o muchos otros países. Habrá un nivel educativo mayor, o talvez en los países que no nos entendían hay un nivel educativo mayor al nuestro y lo nuestro es tan crudo y burdo que ni nos entienden. Esto lo digo para que no entre acá un mexicano y me putee. Me pongo yo en el lugar de bruto, a lo mejor es eso.

El resto del día se trató de hacer tiempo, caminar un poco por Lethem, tomarnos una cerveza, usar internet. Cerca de las 16hs nos apersonamos en lo de Cindy. La espera se hizo larga. A lo lejos, un grupo de personas trabajaban sobre uno de los minibuses, que subido a una estructura de madera, permitía acceder por abajo para solucionar el problema que estaba teniendo. Otro minibús estaba a nuestro lado. Algunas horas después, nos subimos al minibús que conducía Brian, quien nos dejó amablemente en ambas fronteras. Nos sellaron como correspondía, y volvimos a lo de Kill Bill. Se fue haciendo de noche y los minibuses no salían. Conté la cantidad de pasajeros y había algo que no estaba bien: no íbamos a entrar en las dos vans.

Esperábamos cual leones, lo más cerca posible de la van, como para ocupar los mejores lugares. Dieron el disparo de arranque, y corrimos a su lado, para darnos cuenta que los primeros en subir, tenían que sentarse en el fondo. Dejamos pasar a la gente, como caballeros. Ale preguntó si podía sentarse adelante, pero le negaron la moción, porque la mujer del chofer se iba a sentar adelante. Nadie más subía. En el asiento del fondo había dos personas. Cindy se nos acercó y nos dijo que uno de nosotros vaya al fondo. Yo le expliqué que no podía ir al fondo porque me mareo, “I could get sick”, le dije, siendo un tanto más explícito. Onda: “No quiero vomitar encima de tus pasajeros, asesina a sueldo con bebé adentro”. Le dijo a Ale, quien contestó que éramos amigos y queríamos viajar juntos. Se armó la bataola. Kill Bill nos explicó que el resto de las personas eran familias, y que no iba a separar a las familias mandando a uno al fondo. Lo cierto es que yo estaba dispuesto a ir al fondo, pero quería tirar de la cuerda lo máximo posible para intentar viajar en un lugar mejor. 17 horas en el fondo de un minibús, con calor, saltando y mareado no era mi escenario ideal. De todas formas el chofer, cansado de la discusión, cerró el último asiento. Una familia de 3 se subió, y otra de 3 en el primer asiento. El único lugar que quedaba era el del fondo de todo. Uno de nosotros quedaría afuera. La discusión subió de tono. Cindy quería que nos sentemos 4 en un asiento para 3. Tanto la familia como nosotros, insistíamos en mostrarle a Cindy que no entraban 4 personas ahí. Ella dijo que podíamos viajar al día siguiente. No teníamos plata ni para dormir, era linda la situación. En medio de la acalorada discusión, se nos acercó un viejo blanco, muy alto, con una cara de perverso, parecido a Flanders, pero sin bigotes, y la cara más estirada. Nos dijo: “Are you trying to obtain a racial privilege over the seats in the van”. Básicamente, nos dijo que estábamos teniendo actitudes racistas. Yo me saqué. Se me inflaron los ojos, y le dije: “ARE YOU KIDDING?”. El tipo había salido de la nada para llamarnos racistas. “Sorry?”, me dijo. “ARE YOU KIDDING?”, le repetí. Ale, viendo que la cosa se descontrolaba, me dijo que me tranquilice, y se puso a hablarle como si le estuviese hablando a un ser humano normal, con argumentos válidos, como si no fuese un desquiciado mental. Mientras hablaban calmadamente, y Ale esgrimía sus argumentos, y el tipo le decía cosas como: “Oh, so it’s reversed racism: they wanted you two white men to travel uncomfortably”. Nos seguía gastando el hijo de puta, y Ale le seguía contestando en serio. La conversación seguía, alegó que así eran las condiciones locales de transporte, que cuando él viajaba a nuestra edad viajó mucho peor. Yo también viajé peor, y me banqué varias, pero  cuando me quieren culear claramente, no voy a poner el culo. La van se iba. Se lo hice saber a Ale, pero le parecía más importante dejarle en claro al loco de atar que no éramos racistas. Así perdimos el transporte, y nos quedamos varados en un pueblito de Guyana sin techo, abrigo, comida ni dinero. Ale, por alguna razón, se lo comentó al desquiciado mental: “Now we have no Money”, a lo que el tipo se rió y nos siguió gastando: “ok, so enjoy your staying in Lethem, with no Money”.

Caminamos por las calles desiertas de Lethem, pensando qué hacer. Caminando en la oscuridad más absoluta, escuchamos unos gritos que no sabíamos desde dónde provenían: “hey! Argentina!”. Detrás de unos arbustos salió Flanders, con una capucha blanca estilo Klu Klux Klan (curioso en un país con tantos negros, pensé), y detrás suyo un grupo gigante de negros que nos querían linchar. Sacudí la cabeza y empecé a caminar más rápido. Ale me dijo que esos gritos eran de los camioneros del lugar donde habíamos almorzado. De todas formas ya habíamos escapado de la escena.

Entramos a un hotel, averiguamos el precio, y preguntamos si aceptaban tarjeta. No, fue la respuesta, pero podíamos pagar al día siguiente. El plan era ir a Brasil, sacar plata de un cajero, volver al hotel, pagarlo, e irnos de Guyana de una buena vez. El destino no había querido que conozcamos Georgetown.

 

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6 Comments

  1. aveces te vas al carajo sabelo, y probablemente seas mas bruto que cualquier mexicano y guatemalteco que te cruzaste por la calle pero estuviste bien con el ARE YOU KIDDING doble que le tiraste, te trato de racista gratuitamente y vos sos el primero que defiende a los judios y a los mogólicos siempre.
    Genial, quiero conocer la guyana con los negros que hablan raro.

    1. Vos la flashearías lindo Ilito. Hacete: Guyana Ex-Inglesa, Suriname, Guyana Francesa, Trinidad y Tobago y Jamaica. Están todos cerquita y deben ser delirio importante.

  2. Loqui posteate otro que ya me volvi a enganchar, adicta como mi vieja que se los imprime. En esa misma situacion Ilo se hubiese puesto ciega de la bronca con el viejito ese. Yo estaria en plan de “Ilo, dale, callate… Ilito no vale la pena.. Ilo te estan esposando… Ilo como te saco del calabozo”.

    1. “Ilo, te dije que en la cárcel sin forro NO… Ilo, ¿ahora qué hacemos con el bepi?… Ilo, tu hijo mezcla de húngaro y preso se está comiendo a tus gatos… “

      1. jajaa dios mio loco, deci que esto no es el face y mi vieja no lo lee porque no da ni un pocoooooo. sos un sacado.

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