La Ley y Yo

Ahí por 1998 mi viejo me dio un reluciente Mitsubishi Galant 1981. No fue un regalo, fue como un préstamo indefinido bizarro. O sea, fue algo así como decirme: “no lo podés vender para comprar drogas”.

Y por esa época habrá sido mi primera coima a la policía. No me acuerdo qué macana me mandé, pero sí recuerdo los $30 que le dí al agente. Era muchísima plata. En “plata de ahora”, digamos unos $100. Mis amigos me dijeron que era un pelotudo, y yo en lugar de sentirme mal por no ejercer la soberanía ciudadana de negar un soborno, por contribuir a construir un país peor, me sentí mal por haber sobre-sobornado.

Algunos meses después, saliendo del secundario a la hora del almuerzo, nos subimos 14 amigos al Mitsu. Llegando a Rivadavia a altas velocidades, uno me indica mediante un grito que es hora de doblar. El auto patinó de punta a punta de Avenida Rivadavia, para dejarnos detenidos frente a un policía que con una mano empuñaba su revólver – sin haber desenvainado aún – y con la otra nos indicaba nervioso que frenemos. El tema inicial del disco de Pulp Fiction sonaba a máximo volúmen, y no permitía escuchar los gritos de este agente que decía: “Bájense ya todos del auto!”, sin haber sacado el arma del revólver. Mis amigos no podían parar de reir, no llegaban a ver la cara de seriedad del policía por estar unos encima de los otros, ni escuchaban sus gritos – probablemente creía que veníamos de robar un banco. os indicaba que bajemos inmediatamente.

Los 14 de cara a la pared, en plena avenida Rivadavia, con los brazos en la nuca y las piernas entreabiertas. No tardó mucho el policía en entender que no éramos ladrones de bancos sino 14 pelotudos que se divertían haciendo colear el auto. Liberó a mis amigos, indicándoles que se alejen, y se quedó conmigo solo. Me empezó a cagar a pedos, a preguntarme cómo se me ocurría doblar así. Yo explicándole que me estaba pasando y me di cuenta tarde, y por eso doblé de golpe y se me fue el control del auto. Vuelve un amigo mío, y sin escuchar nada de lo que estábamos hablando le dice: “Oficial, ¿no lo podemos arreglar de alguna forma?”. El cana se sacó, y le empezó a gritar que se vaya inmediatamente de ahí. Mi amigo volvío con el resto. Finalmente, me dijo: “te llego a ver que hacés otra vez eso, y te recago a trompadas en el orto pendejo”. No quería coima, no quería multarme, solamente quería darme una lección con palabras severas. “Genial”, pensé. “Puedo colear en Rivadavia y ni una multa me hacen”.

Unos años después, volvíamos de Entre Ríos después de un fin de semana largo con amigos. Teníamos unos 20 años. Eramos: Gato, Tibu y yo. Los dos últimos fumabamos porro casi cotidianamente; el primero no sabía que fumabamos, nunca había probado, y talvez lo consideraba una droga importante. Nos para la gendarmería, y muy tranquilos nos bajamos. Me preguntan si puede subir el perro a revisar el auto. Sin dramas, acepto. Pocos segundos después, el perro está ladrando enloquecido. Con urgencia, intento hacer memoria. No fumaba hace meses, y no creía haber dejado nada de faso en el auto. El gendarme empezó a apurarme: “dale flaco, decime qué estás contrabandeando. Decime porque te vas a comer años adentro. No me mientas flaco. Decime la posta y todo va a ser más fácil para vos”. Me cagué en las patas. Le expliqué la verdad: “cada tanto me fumo un porro, pero ahora hace como 6 meses que no fumo…”. El tipo me siguió insitiendo en que confiese, y como yo no le decía nada diferente a esas últimas palabras, empezaron a desarmar el auto. Pocos minutos después, todo el interior del auto estaba apoyado en la ruta: asientos, mochilas, CDs, papeles, de todo. Finalmente, adentro de un botiquín plateado de primeros auxilios, adentro de una bolsita de nylon, adentro de un algodón cuidadosamente doblado, encontraron una semilla de marihuana. El perro milagroso hijo de puta la había pegado. La gendarmería obviamente nos dejó ir, y seguimos camino, tratando de explicarle a Gato que fumar marihuana no era algo tan malo como él creía.

En el 2001 fuimos a México con mi amigo Chipi. Alquilamos un auto, y llegando a Cancún, veníamos a 120 Km/h por una calle cuya velocidad máxima -lo desconocíamos en este momento- era de 30 Km/h. Un policía mexicano nos sigue en su moto, nos obliga a detenernos, nos pide los papeles, y al ver que somos argentinos nos dice: “¡Pero heeerrmaaanoss latinoamericaaaanos!”. Se hizo el buena onda y después nos pidió una coima importantísima, amenazándonos con quedarse con nuestros registros si no se la dábamos. No nos quedó más opción, y terminamos comprando su silencio con unos cuantos verdes.

Las coimas se sucedieron, cada vez con mayor facilidad, restándole importancia al rol de la policía. Todo se soluciona con un billetín. Con $10, $20… y nos podemos olvidar de un contramano, de un semáforo en rojo, de un exceso de velocidad, pero llegó un punto en el que la coima me empalagó, y empecé a sentir que algo estaba realmente mal con nuestro país, y que de nosotros dependía cambiarlo, y no de la policía.

Al día siguiente de mi cumpleaños, el Primero de Julio del Dos Mil Tres, me para la policía en Puente Saavedra. Con toda la tranquilidad del mundo entrego mi registro de conducir y el resto de los papeles. “Señor, su registro está vencido”, me dijo el oficial. Muy sorprendido, me di cuenta que efectivamente había vencido hace un día. Intenté excusarme, explicar que no me había dado cuenta, etc. El policía agarró su teléfono celular y me dijo que iba a tener que llamar a la grúa. Cansado de coimear, le dije tranquilamente: “Bueno”. El policía siguió insistiendo: “Pero mire que le voy a hacer la multa y voy a llamar a la grúa”. Jugaba con el teléfono en su mano, haciéndose el que marcaba un número. “Bueno, llame nomás”, le dije. El policía me pidió que espere un momento, y fue a hablar con otro agente. Al rato volvieron los dos: “Esta vez se la vamos a dejar pasar, con la condición que vaya a su casa ahora a dejar el auto”. Les agradecí, y el poli agregó: “Ahora, demuéstrele un agradecimiento al oficial”. Entendí la intención, era más que clara, y por lo tanto contesté: “Muchas gracias oficial”. Después de demostrar de esta forma mi agradecimiento, me fui manejando.

Algunos años después, volvía a mi casa del trabajo. Me encontré con el insoportable tránsito que se forma en el bajo al lado de la entrada de Costa Salguero. Es más que común mandarse en contramano, y luego unirse al tránsito que baja de autopista Illia. Eso hice, pero esta vez la policía estaba esperando al final de la calle. Me frenaron. Accidentalmente saqué el carnet de Conductor Náutico, donde puede observarse claramente la inscripción Prefectura Naval Argentina. El policía sorprendido me preguntó: “¿sos de la fuerza?”, a lo cual asentí sin demasiado compromiso. Inmediatamente me dejó irme.

Pero todo este sinsentido de romper leyes sin ser castigado tenía que terminar en algún momento. Y fue la maldita guardia urbana con su control de alcoholemia la encargada de hacerlo. Nos obligó a nosotros, los alcohólicos de la noche, los que manejamos borrachos porque creemos que nos las sabemos todas, a ser mucho más precavidos: a mandarnos mensajes de texto entre amigos indicando dónde vimos un control de alcoholemia, a mirar antes de doblar en cualquier calle, a estar atento no sólo a llevarte puesto un viejito en bicicleta o una madre con trillizos en el cochecito, sino aún más: a estar mirando hacia adelante para ver si hay un control de alcoholemia esperándonos. Con el tiempo nos fuimos acostumbrando a esta situación, y ya se puede manejar borracho en Buenos Aires con tanta tranquilidad como antes: salvo algunas excepciones.

Habrá sido en el 2007 ó 2008. Salía del cumpleaños de un amigo con una chica con la que cada tanto nos besuqueábamos. Yo me había tomado unos cuantos fernets, pero estaba mucho mejor que muchas veces para manejar. Veníamos hablando, distraídos, y yo había bajado la guardia en el chequeo de controles de alcoholemia. Obviamente, adelante mío: un control de alcoholemia. Me chequean, y da positivo. Menos mal. No hay nada más humillante que te frenen una noche en Buenos Aires y el control dé sobrio. Es suicidio social. Tus amigos no te hablan más. Afortunadamente, según el medidor, estaba ebrio. El policía me pidió el registro, y esta vez me avivé: le di el de Conductor Náutico. Nuevamente se mostró sorprendido, me dijo algo similar a lo del policía anterior: “¿Sos de la fuerza?”, y pegamos buena onda. Me explicó que el jefe ya había hecho zafar a uno esa noche, y que la veía complicada hacermela zafar a mí, pero que iba a ver cómo hacía. Habló con el jefe, volvió, me preguntó si la chica sabía manejar. Ella asintió, pero dijo que no tenía registro. El policía dijo que no importaba: “Que ella maneje, saque el auto, y después segúis vos. Lo importante es que pueda sacarlo para que nadie sospeche”. Este país me encanta. Igual me entró un poco de pánico. A 2 metros de mi auto estaba el de la guardia urbana, y si a la flaca se le escapaba el embriague, apretaba demás el acelerador, y chocaba contra la Guardia Urbana, andá a explicar después que no sos de prefectura, que la piba no tiene registro, y que el cana te dijo que ella podía manejar aunque no tenga registro. Eran las 4:30 de la mañana, y la guardia urbana me explicó que tenía dos opciones: llamar a alguien que venga a buscar el auto, o ir a la YPF y clavarme varios litros de agua hasta que se me pase el alcohol. Llamé a muchos amigos, pero estaban todos borrachos. Finalmente pude ubicar a mi hermanastra Pame. Me dijo que venía en un rato a buscarme. Ella tenía 18 años, y yo en ese momento tenía 27. Me encanta dar el ejemplo a la juventud.

Pasó el tiempo y Pame no llegaba. La Guardia Urbana se impacientaba. Aparentemente su horario es hasta las 5 de la mañana, y no les gusta hacer horas extras. Si vas a salir a las 4:30 recontra en pedo de un boliche, Sonia recomienda esperar hasta las 5, horario en el que los Controles de Alcoholemia no están más. Cuando te acercás a su horario límite, empiezan a develarte los misterios de la noche…

Esto fue lo que me dijeron: para que el control de alcoholemia te dé negativo, tenés que hiperventilar. Esto significa exhalar e inhalar rápidamente, muy rápidamente, hasta que te sientas mareado. Cuando llegues a ese punto, soplás en el control, va a salir negativo, y te podés ir manejando no sólo ultra-borracho sino también mareado. Es como que llenás los pulmones de oxígeno. En esas andaba, hiperventilando, sin poder creer los consejos que me daba la Guardia Urbana, cuando llegó Pame y me sacó del aprieto. Demás está decir que nunca me llegó la multa.

Estos aprendizajes sirvieron para más adelante. Este último viernes 7 de Agosto de 2009, volvía de la casa de una amiga luego de clavarme unos 3 vasos de vino. Venía tranqui, no es mucho alcohol, pero supuestamente no pasás un control de alcoholemia. Sobre Libertador alcancé a divisar el control, y media cuadra antes doblé a la derecha. Me encontré en un callejón sin salida (literalmente). Frené el auto, y empecé a pensar cómo resolver la situación. La opción más saludable era quedarme ahí estacionado hasta que se me pase un poco el alcohol y pueda salir, pero era un embole. Empecé a tomar agua, mientras pensaba, cuando veo acercarse a mi auto dos policías del control de alcoholemia cuyo trabajo evidentemente era ver a los estúpidos borrachines que doblaban en esa callecita para esquivar el control. Vinieron bastante atentos, creyendo que yo me iba a escapar o algo. “¿Qué pasa señor?”, me preguntó uno de ellos. Le expliqué: “Es que me tomé algunas copas, y no estoy seguro si paso el control”.

Me sacó el registro, y me dijo que vaya al control y frene en los conitos. Todo el recorrido hasta el control lo hice hiperventilando. Parecía un loco exhalando e inhalando rápidamente mientras avanzaba. También seguí hiperventilando en lo que tardaron en darme la bombilla y hacerme soplar. Milagrosamente, el control dio “0,04%”. El límite es “0,5%”. Es decir, según el control estaba casi absolutamente sobrio. El oficial me dijo: “¿Vio que no hacía falta preocuparse?”, y dejaron que me vaya. Sin lugar a dudas, la hiperventilación funciona. Recomendada por Sonia.

Ahora mis amigos no me hablan, luego del suicidio social de haber pasado un control de alcoholemia.

FIN.

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2 Comments

  1. que perdedor, como vas a pasar un control!!!??. si te da positivo, ahi mismo sacas un whisky, te lo clavas y pedis a los agentes que repitan el procedimiento.

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