La variable tiempo
Primero le pidieron que lleve tres currículums de diferentes personas, con sus respectivas firmas.
Entró en la oficina de la mina, y se los entregó. Ella se mostró conforme: “Listo. No va a haber ningún problema entonces”.
Poco tiempo despues, lo llamó él. Se presentó en el antiguo edificio del gobierno, y caminó hasta su despacho. Se asomó por la puerta entreabierta, y vio toda la inmensidad de su potencial empleador, recostado sobre una diminuta silla que milagrosamente aún resistía su peso. En los últimos años, El Gordo (apodado así por sus amigotes del sindicato del transporte), había dedicado la mayor parte de su tiempo en mantener ocupado a su dedo meñique escarvando dentro de su nariz. Se sentía orgulloso de la técnica que empleaba al hacerlo, y sinceramente no sentía ningún remordimiento por ocupar el cargo que ocupaba en el Ministerio. David se aclaró la garganta, esperando una reacción por parte de El Gordo; al menos esperaba un distanciamiento entre el dedo meñique y la nariz, pero estaba equivocado. La relación ya estaba demasiado consolidada. A esta altura ya se trataba prácticamente de una simbiosis dedo-nariz. Se necesitaban el uno al otro y no podían mantenerse alejados más de unos milimetros por el tiempo necesario para hacer una bola con los mocos y pegarlos debajo de la mesa. El Gordo levantó sus pesadas pestañas, e hizo un enorme esfuerzo en levantar la vista hacia donde estaba David. El dedo seguía allí; el cuerpo no había realizado ningún tipo de movimiento. Simplemente había apuntado lentamente sus pupilas hacia el visitante.
David se acercó y se sentó delante suyo. El Gordo le extendió un modelo de contrato.
Todo parecía estar en orden, salvo el monto deseado para la realización del proyecto. En otras palabras: David quería más guita.
El Gordo, mientras pegaba sin disimulo un moco debajo de su escritorio, le explicó a David cómo funcionaban las cosas en el Ministerio: “Mirá, acá no manejamos la variable económica, pero sí manejamos la variable tiempo”. David se rascó la cabeza. El Gordo continuó: “Vos me pasaste 3 meses para hacerlo; ahora vas a tardar 6 meses, y mantenemos el mismo monto mensual”.
David pensó en sus impuestos, en los impuestos que habían estado pagando sus padres, sus abuelos, en los impuestos que paga toda la sociedad, en la cantidad de Gordos que hay, y la cantidad de Davids, como él, que hay. Pensó en todo esto y más, mientras El Gordo esperaba ansioso que su nariz genere nuevos mocos para poder exorcisar. Mientras David se lamentaba porque comenzaba a darse cuenta que su país no tenía solución, tomó una birome, y firmó el Contrato del Gordo.