Gael – 25/3/2020
40 semanas y 6 días te llevó salir al mundo.
El trabajo de parto empezó a las 15hs de un martes 24 de marzo de 2020. Afuera, la ciudad y el mundo paralizados por una pandemia viral llamada “corona virus”. Adentro, tu mamá moviéndose de un lado al otro en su búsqueda por tener el menor dolor posible con cada contracción. Y yo asistiéndola e intentando, dentro de lo posible, que esté cómoda y contenta. Oxitopablo era mi apodo aquel día.
Desde que naciste mis recuerdos son una especie de sueño nebuloso, una mezcla de drogas alucinógenas. El día del parto es también parte de ese sueño. Sé que estuvimos horas, unas 5 ó 6 horas, en casa trabajando para traerte a este hermoso mundo pandémico. Probamos parada, sentada, acostada, con una pelota, en la bañadera. Sí, ojalá fuesen posiciones sexuales. Íbamos manteniéndonos comunicados constantemente con Vero, tu partera, atentos a cuándo sería el horario de salir. Nos dijo que intentemos estar en casa lo máximo posible, porque íbamos a estar mucho más cómodos y generar más oxitocina. Tu mamá estimó que podía esperar una hora más, pero 10 minutos más tarde le pedimos a Vero salir al sanatorio. Es que estaba la sospecha de una fisura de bolsa, y los dolores de tu mamá eran fuertecitos.
Vero nos dio el Ok, pero nos dijo que por la pandemia ni ella ni el obstetra iban a poder llegar a La Trinidad de Palermo a tiempo, porque los controles para entrar a Capital por la cuarentena – por culpa de muchos que no la respetaban – estaban generando horas de cola. Nos pidió que vayamos a La Trinidad de San Isidro. Intentamos manejar la situación de un cambio de estas características a último momento de la mejor manera posible: tu mamá empezó a correr desnuda por la calle gritando “corona virus chupame la concha” y yo me puse a llorar. Las preocupaciones eran varias pero las mayores tenían que ver con los bloqueos para salir de la Capital Federal, o el posible tránsito que estos controles pudiera generar.
Salimos a La Trinidad de San Isidro, no sin antes confirmar que sea la de la calle Fleming. Llegando a General Paz por Cabildo nos para la policía con las típicas preguntas del último apocalipsis, muy en tono con la cercanía de Pesaj: “¿de dónde vienen y a dónde van?”. Bastó señalarle a la embarazada que tenía al lado respirando y gritando sostenidamente la letra O para que nos deje pasar.
En Panamericana, nos llega mensaje de la partera indicándonos que NO era la de Fleming, sino la de Thames y Fondo de la Legua. Tu mamá no podía tocar el GPS y yo no quería ser el boludo que se puso un palo con el auto el día que la mujer iba a parir usando el celular. Estaba casi seguro que sabía llegar, pero mi ansiedad pudo más así que con cuidado pude escribir “trini” en la pantallita del auto y apretar buscar.
Paramos en la puerta y ayudé a tu mamá a bajarse del auto. Buscamos a Vero, quien le indicó al de recepción que estaba en trabajo de parto y que le haga el ingreso. Del auto bajamos una mochila donde teníamos lo imprescindible para el parto: un parlante, una bolsita con nueces, almendras y cereales, dos paquetes de galletitas Duquesa para mi, y una almohadilla eléctrica (a la que yo le digo bolsa de agua caliente eléctrica porque a tu mamá le molesta que así lo haga).
Vero se llevó a tu mamá a la sala de partos (que después resultó ser una salita común de guardia) y yo me quedé haciendo la admisión, muy nervioso y ansioso por terminar y poder acompañar a tu mamá. El pibe de recepción se tomaba su tiempo y yo quería engramparle los dedos a la mesa y salir corriendo. Decidí esperarlo.
Tu obstetra creó el “protocolo de parto respetado” de La Trinidad de Palermo, el cual tiene muchas ventajas para el tipo de parto que queríamos tener, la principal es que es respetado. Otra ventaja es que podés hacer una pre-admisión, donde ya dejás todos tus datos y los de tu mamá, así cuando llegás no perdés el tiempo con trámites pelotudos. Pero… pandemia. Ya tu sabes.
Así que ahí estaba yo, con Mr. Magoo haciendo la admisión a su ritmo, diciéndome cosas del tipo: “vas a tener que volver a autorizar en Galeno la autorización de internación”. Claro, porque la nuestra la habíamos hecho para La Trinidad de Palermo.
Finalizado el trámite y sin escuchar nada de lo que me dijo ni leer nada de lo que firmé, me fui corriendo a la salita de guardia donde tu mamá estaba teniendo su trabajo de parto (o el tuyo). En el camino muy atento a pegarle patadas a las puertas que se cruzaban por mi camino para no tocarlas en plena pandemia, y a esquivar salivas y cercanías de las personas que me cruzaba. En el medio de todo eso el miedo de no encontrar la salita, el miedo de estar perdiéndome algo importante.
Por suerte, la encontré, y tu mamá estaba vomitando. Vero, la partera, parecía de buen humor y tranquila, pero para mi vos y tu mamá ya tenían coronavirus y yo me iba a morir de tristeza. Por suerte Vero me leyó la cara rápido y me dijo “es super normal”. Después, y acá la cosa empieza a tornarse cada vez más nebulosa, creo que me dijo que la había revisado y no estaba muy dilatada. Tu mamá gritaba del dolor. Probamos varias posiciones distintas. Tenía contracciones cada vez más seguidas y fuertes. Y vos: “yo de acá no me muevo”.
Vero nos planteó como escenario volver a casa, porque faltaba mucha dilatación todavía. Le preguntó a la enfermera si era posible deshacer la internación, porque nos volvíamos a casa. Tu mamá no sé ni si escuchó esto, pero yo seguro lo escuché, y no podía imaginarme volver a casa con alguien con tanto dolor, completamente agotada, para seguir muchas horas más así, ya siendo las 11pm y después de 8hs de trabajo de parto.
Vero habló con Diego, nuestro obstetra, y decidieron terminar de romper la bolsa a ver si eso aceleraba un poco el proceso y ayudaba con la dilatación que no ocurría. Tu mamá por suerte no vio nada, pero yo sí vi un plastico azul, alargado y puntiagudo, que le metieron adentro e hicieron un movimiento como de raspado. Empezó a salir el líquido, el cual guardaron en un recipiente y luego me lo dieron de beber.
Desde ahí Vero nos había dicho que íbamos a seguir con el trabajo de parto, y chequear una hora más tarde si había mejorado la dilatación. Si no había mejorado, teníamos que ir a cesarea. A mi me preocupaba la reacción de tu mamá por escuchar esas palabras, porque había deseado y se había preparado para un parto vaginal (cómo aprendi eh! Todos los partos son naturales chiques, vamos). Pero tu mamá, más que molesta por escuchar esas palabras, parecía pedir a gritos que por favor de cualquier forma corten con el dolor. Y no sabemos si era porque resultaste ser una adorable pero gigante bola de sebo de 4,216 kilos, o si estabas mal ubicado, o si el cuello del útero de tu mamá está hecho de amianto.
Me mandaron al auto a buscar una pelota de pilates. No fue tarea fácil porque las puertas principales de La Trini SI ya estaban cerradas, pero después de varias vueltas volví a la “sala de partos” con la pelota. Tu mamá seguía gritando pero ponerse en cuatro y apoyar el peso del pecho sobre la pelota la ayudó. Vero me indicaba cómo y dónde aplicar presión cada vez que le venía una contracción.
Llegó el momento de volver a chequear dilatación: no había avanzado casi nada. Vero salió de la sala a llamar a Diego, nuestro obstetra. Desde la sala entre grito y grito, se la escuchaba explicarle la situación a Diego. Eran pocas las palabras que podía cazar y decirle a Cris “silencio por favor que no escucho”, no parecía surtir efecto. Como si todo girase en torno a ella y su parto.
Vero volvió a entrar y nos dijo que efetivamente íbamos a cesarea. Creo que recién ahí entendí que esa noche nacías (soy medio pelotudo porque podría haberlo imaginado una vez que rompieron bolsa). Vero me mandó de nuevo al auto a buscar ropa para vos. Yo muy apurado, con miedo a que pasen cosas importantes en mi ausencia, salí corriendo al auto. Otra vez los mismos pasillos y empleados de la Trinidad que no entendían por qué tanta ida y vuelta. Saqué la valija entera y la llevé a la salita de partos. La abrí y dejé que Vero elija a piacere entre las pocas ropas tuyas que habíamos traído. “¿Por qué pocas, ratas inmundas?”, preguntarás vos en 2 ó 3 años. Porque nos dijeron que en La Trinidad de Palermo SOLAMENTE tenías que llevar la ropa para SACARTE del sanatorio, que todo el resto lo proveía La Trinidad. Así que GRACIAS por cagar, mear y vomitar todo lo que te pusimos y hacernos lavar ropa y colgarla del gancho del suero. Me adelanté un poco.
Vero terminó de elegir la ropa, yo la guardé en una bolsa, y me dijo que lleve pelota y valija de vuelta al auto, que no lleve todo eso al quirófano. De vuelta al auto – que encima la llave la tenía un valet parking de La Trinidad que cada vez que se la pedía me contagiaba corona virus y me decía “¿otra vez te olvidaste algo pelotudo?” – dejé todo apurado y me fui directo al quirófano. Ya me empezaba a subir la ansiedad: me daba miedo que se olviden de mi, que no me den acceso al quirófano y dejar sola a tu mamá en este momento tan anticipado y temido. También me daba miedo el humor de tu mamá que tanto se había preparado para parto vaginal con el curso de parto y movimiento, las charlas, los masajes, etc.
Me hicieron entrar a una salita, donde me dieron pantalón, camisa, algo para la cabeza (como si tuviese pelo) y barbijo. Me puse todo en 5”, guardé mis cosas en unos lockers, y me senté a esperar. 2” más tarde ya estaba seguro que se habían olvidado de mi y que ya habías terminado de universidad, y que a lo mejor en algún momento tus nietos se acordarían de mi y me buscarían por esta salita chota. Para matar la espera, me lavé las manos 18 veces. Entre lavado y lavado me asomaba cada vez más al pasillito que daba a los quirófanos. Con un poco de miedo a que me reten y se ortiven en la cesarea y te dejen tipo scarface solo para joderme. Pude escuchar cómo preparaban a tu mamá y supe que no habías nacido. Mi mayor miedo igualmente era dejarla sola tanto tiempo. Atravesar tanto juntos y en ese último momento estar separados me dolía y más me dolía imaginarla a ella sola y desolada. Finalmente, apareció Diego. No sé si sonreía, estaba enojado, o preocupado, por el puto barbijo. Pero me saludó, y me dijo: “les explicó Vero, ¿no?”. Yo asentí a medias, lo que dio pie a algo que recuerdo medio como: “algo hace que vaya a cesárea, no sabemos si el cuello de Cris es de amianto, o si el boludo de tu hijo está mal ubicado, pero no hay forma de sacarlo a este mundo sin cesárea”. A lo que yo acoté: “además Cris ya está agotada, no puede seguir”. Pero Diego, siempre el genio de Diego, me dijo: “esto no tiene que ver con Cris, ella podría sacarlo si no tuviesemos esta complicación”. Me gustó esto, no sé si es cierto pero me imaginé que debía ser lindo para tu mamá estar liberada de la “culpa” por no tener un parto vaginal. Esto era ajeno a ella, y no tenía que ver ni con sus fuerzas o predisposición. Casi como una imposibilidad divina. Y agregó: “en 5 minutitos te hacemos pasar”. Ya no me quedaban uñas la puta madre.
Me guardé el celular de tu mamá en un bolsillo – para poner música – y el mio en el otro – para sacar fotitos -. Agarré también un parlante bluetooth, y cuando quise agarrar la Polaroid, Diego me sacó cagando. Me vinieron a buscar, y camino al quirófano me dijeron que no podía entrar con celulares. “Pero si me dijeron que sí!”, “quién?”, “el obstetra!”, “a ver, esperá…… bueno, vení”. Seguimos caminando y la enfermera refunfuñando dice: “está entrando con celulares porque le dijeron que podía”. Yo ya estaba mareado entre que escuchaba eso de los celulares, buscaba dónde mierda enchufar el parlante (que tiene cagada la batería), la partera me pedía el celular de tu mamá para desinfectarlo, yo contrabandeaba el mío, le miraba la cara a tu mamá esperando ver una cara de horror de “me están por abrir DONDE ESTABAS?” Para encontrarme una cara de “QUÉ LINDO ES ESTAR DROGADA”. Su sonrisa era inexplicable. Por fin se fue el dolor e iba a lleqar el momento deseado. A mi me hablaban y yo atinaba a contestar como dormido, desde adentro de un sueño, sin personalidad, obedeciendo, sumiso. Había unas 6 personas ahí adentro, calculo: Diego, Vero, Hugo (anestesista), neonatóloga y 2 enfermeras. Le agarré la mano medio segundo a tu mamá, y después me paré para darle el parlante a alguien. Me dijeron que me siente, que no me mueva. Supongo que no querían sacar un pibe y que quede un parlante adentro de la panza de tu mamá (sobre todo un parlante sin batería). En medio de toda esa confusión, tu mamá me dice “poné música desde el celu, no hace falta parlante”. Menos mal que cuando uno se queda sin neuronas al otro por más drogado que esté se le encienden un par. Puse el primer tema de la playlist “Gael”. Que ahora me fijo y es “Lost in the Light” de Bahamas. Tu mamá me dijo “pasalo”. Claro, la lista era para un parto de 12 horas, y ahora con la cesarea teníamos que elegir 3 temas que nos representen en 10 minutitos. Rápido – sin conocerme muy bien la playlist porque la armó tu mamá – elegí “plegaria para un niño dormido” de Spinetta. Debo confesar que dudé si era el tema correcto. Es hermoso, pero me dio miedo que el tema hable de un niño muerto, no sé por qué, pero tu mamá se emocionó, le encantó que haya elegido ese tema, así que lo dejé. De reojo miraba la cara de los médicos para ver si no daba ese tema para este momento. Igual creo que fueron más mis miedos proyectados al tema que otra cosa. Después, creo que hubieron otros temas pero yo ya estaba en Saturno. Solo recuerdo tu cara emergiendo de atrás de una tela, una cara de chino luchador de sumo en miniatura, y pensar: “este es hijo de cualquier otro pero no mío”. Un pensamiento del estilo: “¿cómo puede ser este mi hijo si no lo reconozco?”. Es raro de explicar. El siguiente recuerdo – y dudo si es un recuerdo o si son los videos que nos mandó Vero la partera – a Diego colocándote en el pecho de tu madre, con el cordón todavía latiendo. Y en el momento debo confesar que no podía sentir nada, porque no entendía nada. Recuerdo haber puesto “aguas de março” y después “leāozinho” (y cada vez que escucho hoy en día cualquiera de estos 3 temas lloro). Toda la situación era surreal. ¿De dónde saliste?, ¿y ahora qué pasa?, ¿qué tengo que hacer?, ¿a quién abrazo?, ¿qué siento?, ¿qué no siento?, ¿qué opinan todas estas personas de que yo no estoy llorando?, ¿cómo se ve mi cara detrás de este barbijo?, ¿tu mamá está bien? Mejor le agarro fuerte la mano y le acaricio la cabeza. Ahora sí siento algo. Ahora te acaricio la cabecita a vos. Ya te sacan del pecho de tu madre, fue cortito pero dejémoslos hacer, si yo no entiendo nada. A lo mejor estuviste 3 horas ahí, a lo mejor te prendiste de su pecho, pero para mi fueron 30 segundos. Te limpiaron ahí, al lado nuestro, a 2 pasos de distancia. Después te pesaron. Yo caminaba esos 2 pasos ida y vuelta. Quería estar con tu mamá en este momento, pero sentía la responsabilidad de estar con vos, de no dejarte solo. Sí, eran solo dos pasos pero yo tenía que elegir. Tu mamá me dijo “andá con él, acompañalo, miralo”. Y yo hice caso, porque mi cerebro seguía en Saturno. Pero yo quería estar con tu mamá. No podía hacer mucho a tu lado: te daban vuelta, te miraban el culo, los huevos. Una enfermera le dijo algo a otra que para mi fue “qué huevos gigantes tiene”, pero a lo mejor, otra vez, fue una proyección de un pensamiento mio. Porque posta, tenés unos huevos gigantes. Después me dijeron que era normal, que los huevos de bebé son así grandes (o lo soñé, porque no me acuerdo quién me lo dijo). Te pesaron y dijeron “4216 gramos”. Todos se sorprendieron, tu mamá dijo “4 kilos 200” y vero acotó “4 kilos 216 mamá!”. En el medio me hablaban, preguntaban cosas, y me hacían firmar papeles. Un papel tenía tus huellas digitales, no me acuerdo si de tus piecitos o manitos. Creo que ahí firmé. Después Diego me preguntó si teníamos reintegro, lo cual me preocupó por unos días. Después alguien me pidió mi celular y me dijo “te van a llamar porque está todo cerrado”. CREO que se referían al registro civil, pero otra vez: Saturno. Perdón Gael pero es probable que seas un indocumentado toda la vida. Toda esa info – consejo a los profesionales de la salud – sería útil que nos la den una vez terminado el parto, y en la medida de lo posible por escrito. Porque no tengo ni idea qué pasó ahí adentro, salvo que salimos de ahí a una película de ciencia ficción, donde la gente usa botellas de agua vacías en la cabeza, nadie se toca, y junto a nuestra cama duerme una adorable bolita simpática que solo caga, llora y duerme. Pero no te puedo explicar lo mucho que te queremos Gael.