Va dedicado a todos los que me conocen.
Hola mama, estoy en la internec.
Creo que ese comentario es de chipi.
Estoy un tanto dormido; no me comí ningún hongo.
Veamos que sale. Y se va la percusión ahí.
Los recuerdos primero.
Estabamos en Utila, charlando y comiendo unos fideos asquerosos que habíamos hecho con Jony, mezclados con unos pescados que había atrapado esa misma noche nuestro amigo Catalán Albert, cuando la situación obligaba a fumarse un porro. Como aquellas películas que en cierto momento exigen pasar a un primer plano, y si este cambio no sucede algo salta a los ojos, algo falta. Por otra parte, el alcohol ya se nos había subido un tanto a la cabeza. Probablemente se trataba del ya viejo y ya querido calimocho. Me levanto en un golpe de inspiración, comienzo a bajar las escaleras, y en un manifiesto de exaltación a lo Dazo (estirando los brazitos como diciendo: “Tengo un problema personal con De La Rua”), digo: “Me voy a buscar porro”. Aparentemente el universo de sensaciones y textos internalizados en Albert permitieron la irrupción del intertexto, y enseguida acompañó mi frase con un: “Te acompaño”.
Caminamos entonces con el Catalán por la desierta calle Utilense. A todo esto, no debían ser más de las 23 horas. Caminamos hasta el fondo de la calle, intentando encontrar a un sujeto que les había ofrecido horas antes, pero al cual rechazaron porque ya los habían estafado, sacándoles algo así como 12 Euros y prometiéndoles a cambio, un tiempito despues, algo de marihuana. Esa marihuana nunca llegó. No encontarmos a este sujeto, y nuestras piernas ya nos habían alejado considerablemente del final del pueblo. Emprendimos el retorno. Esta vez, preguntando a cualquiera que veíamos en la calle. Un muchacho de unos 20 años nos dijo que si le dabamos la plata (unos 5 dolares), él podía ir a buscarnos el faso y traérnoslo. Decía que no tenía plata para ir a buscarlo y que era peligroso por la policía que lo acompañemos. Albert gira, me mira, y me pregunta: “Tu te fias?”. “No”, le digo. Pero la voluntad era mayor. Le digo: “Mirá, la cuestión es que ya nos cagaron, y a nosotros no nos gusta que nos caguen, ¿entendés?. Hagamos una cosa… te acompañamos hasta la casa, y vos entrás sólo, pero yo quiero ver exactamente la casa a la cual entraste, y te esperamos a la salida”. El flaco aceptó. Empezamos a caminar por angostas callecitas, lo cual nos permitió conocer un poco más el interior de Utila. Cuando digo angostas, me refiero más bien a veredas de un metro de ancho, con casas alambradas alrededor y perros descontrolados ladrando en cada casa al borde del alambre de púas despertando a todos los vecinos. Llegamos a una esquina, y el flaco nos señala una casa lejana, diciendo que él va a entrar ahí, que lo esperemos acá. La puerta de la casa no se veía del todo bien, y el flaco aseguró que la policía estaba complicada o no se qué. Empezó a caminar hacia la casa y yo de a poco me fui acercando también, para no perderlo de vista. Albert dió la vuelta a la manzana para agarrarlo del otro lado por si se escapaba. El operativo había comenzado. Música de Misión: Impossible. Los ladridos de los perros molestaban bastante, y me dificultaban quedarme parado en un mismo sitio por el temor a que salga algún vecino con un rifle estilo Chico Bento a cagarme a tiros. Veo que el flaco, de remera amarilla muy llamativa, sigue caminando por el callejoncito, y pasa de largo por la puerta de la casa. Empiezo a correr. Paso por la puerta de la casa, llego al final de la calle, miro a la izquierda, y nada; a la derecha, y nada. Si se me escapaba nos íbamos a sentir los más forros del mundo, y Albert se mataba. Que te pase una vez pase, pero dos, ya sos un pelotudo. Elijo la derecha y empiezo a correr. Evidentemente, el flaco para haber desaparecido tenía que estar corriendo también, porque las medidas de tiempo y distancia no daban para que se haya escapado caminando de mi super velocidad flash gordon. Estoy corriendo en este sentido, cuando observo a mi izquierda, adentro del terreno de barro de una de las casas, al sujeto de remera amarilla caminando agitado. Supongo que habría dejado de correr para no parecer que se escapaba. “Eu flaco!, vení!”, le digo. El flaco camina hacia mí, repitiendome todo el tiempo: “El hombre no estaba”.
Cuando decíamos con Primo que nuestro juego de hacernos los soberbio-argentos se estaba haciendo cada vez más real, no lo decíamos en broma. “Hacete el loco con un argentino”, le digo. “El hombre no estaba”, me dice. “Si flaco, hacete el loco con un argentino otra vez. No te va a ir bien en la vida”. Fue muy gracioso. Me devolvió las 100 lempiras, y salí de ahí agitado. Albert no había tenido tiempo de dar la vuelta a la manzana, por eso no lo había atrapado.
El segundo recuerdo es simple, pero me gusta porque traza una linea de continuidad entre el viaje y el presente que vendrá (sí, el futuro), una linea que funciona en ambos sentidos, como los cristales del tiempo de Deleuze, o como se llame.
Estabamos en Ometepe, tomando unas cervezas en una mesa que compartíamos con las inglesas (Dionne, Eve y Katharine), quienes estaban bastante adelantadas en cuanto a la borrachera por tomar ron con coca (cubata o cuba libre). Me levanto para buscar una nueva y fresca cerveza, y paso por al lado de Estepán, quien estaba haciendo una pulsera (había aprendido a hacer pulseras en Granada gracias a un artesano, y ahora quería hacer varias para regalarle a sus amigos de República Checa que lo habían ayudado económicamente cuando no lo dejaron entrar a Australia por haber estado en Pakistán y ser experto en armas). Me acerco y le digo: “¿Me vendés la pulsera?, así tengo un recuerdo de Ometepe y de vos”. En el momento la frase sonó un poco gay. Le dije que lo piense y me fui a buscar la cerveza. Cuando se terminó la noche, Estepán me regaló la pulserita, la cual tengo puesta en este momento. Es un lindo recuerdo porque Ometepe fue un muy buen momento del viaje, y quería compartirlo con ustedes.
¿La sensación?
En cada viaje de micro que se termina al llegar a destino (claro), siento la necesidad de agarrar la mochila de mano, como esas personas que pierden un brazo y sienten que aún lo tienen. Tardo un rato en darme cuenta que la tecnología ya no está. Todas esas cosas eran extensiones de mi corporeidad, como lo fue el mitsu en una época. Es raro viajar sin tecnología. Por un lado da muchísima tranquilidad: ya no tengo que preocuparme por perder prácticamente nada. Soy yo, viajando conmigo, y me tengo que cuidar a mi, y quizás a Jony que es más torpe de lo que yo pensaba (tiene más heridas en el dedo gordo que yo en todo mi cuerpo en toda mi vida – y eso es mucho, porque abarca espacio y tiempo -). Por supuesto, la mochila grande con ropa también significa algo, pero a nadie le interesan mis ropas de mochilero. Fue interesante no tener tecnología, por más que se extraña algo de mi música por momentos, que también era parte mía, extensión mía; también se extrañan mis fotos, y mi cámara la reputa madre que lo parió. Nada, la idea no era seguir quejándome del robo, sino simplemente dejar trabajar un poco al inconsciente que todos llevamos adentro mientras el consciente, que también llevamos adentro pero sale de vez en cuando a saludar, aún duerme.
Bonus track.
Cómo extraño una ducha caliente. Hasta ahora tuvimos solamente en año nuevo, una auténtica ducha con calefón. Aparte de esto, todas fueron frías, salvo en tres lugares en los cuales la ducha eléctrica supuestamente debía encargarse de calentar el agua, pero siempre hubieron problemas. La primera vez se cortó la luz, estando todo enjabonado; momento en el cual me encontré con el gato bargas, dueño del hostel, que también salió en toalla con su sonrisa gatobargueana. La segunda, en San José, se rompió la ducha eléctrica estando también enjabonado. Habrá saltado un fusible o algo (son duchas de 5500 Watts). La tercera es ahora; llegamos a otro hostel con agua caliente eléctrica, y resulta que ayer a las 3 am cortaron el suministro de agua. Anhelamos, imploramos, deseamos algo de civilización!, algo de comodidad!.
Saluda a ustedes muy cordialmente,
Pablo (pronto en Buenos).