Vang Vieng, Laos #23
La van nos dejó en un complejo de cabañas, a apenas 300 metros del centro de Vang Vieng. Por supuesto, nos esperaban allí las chicas encargadas de ofrecer estas cabañas. Los precios no estaban nada mal, pero buscábamos algo con más espíritu de hostel. Lo cierto es que desde Kuala Lumpur veníamos parando en guesthouses, sin conocer a nadie, sin hacer nuevos amiguitos. Y Vang Vieng es el lugar para armarte de un grupo de amigos y salir a hacer Tubing entre varios. Es más motivante.
Mochilas al hombro, y a caminar. Como el objetivo era buscar algo con onda hostel, ni siquiera entrábamos en los alojamientos para ver cómo eran los cuartos. Hicimos varias cuadras, pero no encontramos nada que se parezca a un hostel. Cuando volvíamos sobre nuestros pasos, a nuestra derecha encontramos el Babylon. Era un hostel, definitivamente. Muchos almohadones sobre la alfombra del piso, un televisor común, una mesa de pool, una barra. Estaba muy bueno. Tenía un cartel de LLENO, pero de todas formas entramos a preguntar. Estaba lleno.
Al lado del Babylon había un guesthouse que no estaba mal. Nos mostraron el cuarto y aceptamos. 6 Euros entre los dos. Nos sentamos en la puerta, hacia la calle, en unos sillones muy chulos, a tomar unos licuados y comer panqueques. Cenamos unas brochettes de pollo baratísimas de la calle, mientras un gordo muy transpirado y borracho nos promocionaba el bar en el que trabajaba: The Bucket Bar, free buckets from 9 to 9.30pm.
Al día siguiente desayunamos en la confitería de la Organic Farm. A 3 kilómetros de Vang Vieng hay una granja orgánica, recomendada por la Lonely Planet, donde uno puede ir a hacer trabajos de campo, ordeñar cabras, alimentarlas, cosechar mulberries, etc. Esta era la confitería de esa granja orgánica. Me pedí un desayuno completo, y un “Banana Milk Shake”. Como sé cuál es el manejo del inglés que tienen, tuve que hacer una representación completa de una vaca siendo ordeñada. Primero mugía como una vaca, luego estiraba las manos, y simulaba que las ordeñaba, mientras con la boca hacía los ruidos de ordeñar. La mina me trajo un licuado de banana con MENTA. Entendió BANANA AND MINT. Duby se reía. Yo, lejos de reírme, estaba indignado. No lo podía entender. ¿¿¿QUE MIERDA SE IMAGINO LA MINA QUE ESTABA HACIENDO IMITANDO A UNA VACA Y ORDEÑANDOLA??? Si no me entendió, que me pregunte, ¿pero para qué carajo me gasté haciendo una representación de una vaca a lo De Niro? Posta me sacó. Son unos idiotas. La mina debe haber pensado: “¿y este pibe qué hace? Debe estar loco. Si ya entendí que quiere un licuado de banana con menta”.
Decidimos pasar el día descansando. En realidad yo pedí que nos tomemos el día. Quería ver si con un poco de descanso los antibióticos podían hacer más efecto. Y fue eso nomás. Dormir un rato, escribir y leer, almorzar unas hamburguesas zarpadas en el Aussie Bar.
A todo esto no comenté nada de cómo es Vang Vieng. Se trata de un pueblito con un centro de 3×3 cuadras, en donde no hay más que bares en donde pasan Friends o Padre de Familia, y negocios que venden remeras para Tubing. Es sólo eso. Vas caminando por sus calles y se escuchan continuamente las risas de Friends, y ves a los sajones tomando sus licuados y riendo al mismo tiempo. Se recorren el mundo para seguir haciendo lo mismo que hacen en sus casas. Es bastante desesperante.
Después de este día de descanso, estábamos con muchas pilas como para hacer el Tubing. Nos despertamos al día siguiente y llovía. Estuvimos el día entero queriéndonos matar por tener que estar al pedo un día más, sin nada que hacer más que mirar Friends. Vimos alguna película en el hostel, descansamos un tanto más, comimos. Nuevamente nos pasó lo del licuado de banana con menta (esta vez a ambos y Duby no se rió tanto). Pero esta vez nos quejamos, y el tipo dijo: “Aaahhh… Miuk”. Nosotros creemos que como los tipos no hablan bien inglés, hay que decirles las cosas exactamente como se leen en castellano, letra por letra. Los tipos están acostumbrados a escuchar a ingleses decirles “Milk” con su acento, y la verdad es que cuanto mejor les hables en inglés, mejor te van a entender.
Mientras tomábamos este licuado vimos a personas volver del Tubing bajo la lluvia. Lo podríamos haber hecho, pero queríamos que sea una experiencia grosa, en un día de sol, con mucha gente. Buscábamos una fiesta, no hacerlo por hacerlo.
Ah, esa mañana nos cambiamos al Babylon. Era más caro, tenía más ambiente de hostel, pero mucho peores camas. Eran terribles. Ahí nos dimos cuenta que los colchones eran, literalmente, de telgopor. Arriba del telgopor habían puesto unos almohadones para disimular un poco. Una vergüenza. En la mitad de la noche los almohadones se separaban entre ellos y te caías al telgopor. Tenía que levantarme a reacomodar. Incomodísimo.
Además del Tubing, queríamos hacer una excursión en Kayaks. Nos pareció mejor asegurarnos los kayaks para el día siguiente, y dejar el Tubing para más adelante. Los kayaks podíamos hacerlos con lluvia.
Nos despertamos, desayunamos algo en el Organic Farm Café, y fuimos a la excursión de Kayaks. Todas esas fotos están en una cámara de fotos descartable, así que esta parte va sin fotos.
Entramos a la agencia de turismo donde nos pidieron que nos sentemos a esperar. Empezamos a conocer a nuestros compañeros en aquella jornada: un francés con sus dos hijos de rasgos orientales, acompañado por dos japoneses y una guía de Laos; una pareja de españoles gays (¿y por qué ponés “gays” y no ponés “heterosexuales” para el resto de las personas?, ¿por qué los diferenciás por ser gays? Qué pesada es la gente); dos alemanes de unos 25 años (uno con la camiseta de Klosse); y creo que nadie más.
Nos subimos a un tuk-tuk gigante. Uno de los alemanes iba fumando en el último asiento, cosa que nos molestaba muchísimo. Dijimos algunas cosas en español como que es una falta de respeto, como que en Argentina hay otras costumbres diferentes a las europeas, boludeces así, pero no le dijimos nada al pibe. Los guías iban colgados del lado de afuera del tuk-tuk, parados sobre el parachoques. En la mitad del recorrido el tuk-tuk se detuvo y se bajaron un yanqui, la guía del francés, y un guía. Iban a hacer otro tour.
Del asiento de adelante del tuk-tuk se bajó la hija del francés y vino a sentarse a la parte de atrás con el resto del grupo. Preguntó en francés: “¿Dónde está mamá?” y me di cuenta que lo que yo creía que era una guía de Laos, en realidad era la mujer del francés. Los hijos del francés de rasgos orientales eran en realidad hijos de ambos. Los dos japoneses asumimos que eran hijos de un matrimonio anterior del francés, aunque no llegamos a indagar tanto.
El alemán con la camiseta, yo lúcido y feliz, y el mongólico
Al llegar al destino final, media hora más tarde, un guía nos pidió que formemos un círculo. Iba a darnos las premisas para manejar los kayaks. Entre otras cosas, nos dijo cómo teníamos que ir sentados cuando había muchas olas (tirados hacia atrás), que no teníamos que alejarnos de rocas o árboles usando los remos porque se iban a romper y nos los iban a cobrar, y demás cosas por el estilo que no se entendían mucho porque el guía hablaba inglés peor que Cavallo.
Nos pusimos los salvavidas, y ya que estábamos poniendo cosas, le pusimos el apodo de “mongólico” al hijo oriental del francés. Perdón Karen. Es que había que verlo… zapatillas, medias hasta los tobillos, shortcito bien cortito, la remera adentro del short, anteojos culo de botella, y para colmo el salvavidas: se había pasado dos tiritas de la parte de adelante del cuerpo hacia la de atrás a través de los huevos. Le había quedado un huevo de un lado de las tiritas y uno del otro. Igual esto le pasaba a toda la familia de franceses.
Bueno, y como Duby no me va a dejar mentir demasiado: yo también me puse las tiritas por debajo de los huevos. Quedaba más cool así.
Nos acercamos al río, y se fueron subiendo de a parejas a los kayaks. Con Duby decíamos: “es obvio que al mongólico lo mandan con un guía”. No nos equivocamos. Fueron el padre con la hija en uno, los dos japoneses en otro, el mongólico con un guía, los españoles en otro, otros dos guías en otro, los alemanes en otro, y nosotros.
Los kayaks avanzaban lentamente en el mismo sentido que el río. Al notar que la corriente era lo suficientemente fuerte como para arrastrarnos sin remar, nos argentinizamos y decidimos descansar los brazos lo máximo que podamos. Esto nos dejó últimos en el grupo, a 100 metros de todos, y cuando quisimos alcanzarlos nos resultó imposible. Estuvimos todo el día últimos, haciendo esfuerzos inútiles por al menos acercarnos al resto del grupo. Nos sentíamos dos debiluchos, o dos idiotas, no sé. Creo que el mongólico en un kayak, sólo, hubiera llegado antes que nosotros a cualquier parte.
La primera parada fue para conocer unas cuevas. La cueva de los elefantes y la water cave. Caminamos unos 15 minutos hasta la water cave. No fue tarea fácil, porque mis ojotas se desarmaban constantemente, dejando la tirita donde van los dedos por separado de la ojota. Por momentos me las sacaba y caminaba en patas arriba del barro. Al llegar, nos indicaron que la water cave estaba demasiado inundada, y que podríamos entrar unos 15 metros, con salvavidas, luces en los cascos, y nadando. Que la otra opción era ir a la cueva de los elefantes, caminando otros 15 minutos. Nos gustó más la aventura de la water cave, aunque algunos guías decían que no era posible hacerlo.
Un grupo de personas partió con destino cueva de los elefantes, y nosotros con los españoles nos quedamos para hacer la water cave. En realidad sólo uno de ellos era español, el otro, el novio, era Belga. Nos pusimos los salvavidas (con tirita sobre los huevos incluida), unos cascos en la cabeza, unas linternas en los cascos, y emprendimos la marcha.
Nos sumergimos en un arroyo helado, con una corriente muy fuerte que desembocaba en una cascada. La onda era agarrarse firmemente de una soga que atravesaba el arroyo desde un árbol hasta la entrada de la cueva, e ir avanzando tironeando de la cuerda. Luchamos contra la corriente, y llegamos a la cueva. Por adentro estuvo muy bueno. Nos fuimos adentrando en una cueva negra como la jungla africana, iluminada de a tramos con el movimiento de nuestras linternas, avanzando de a poco, todavía luchando contra la corriente interna de la cueva gracias a las sogas de las que nos sujetábamos. Temíamos una imposible crecida repentina de la marea, una también imposible y súbita corriente irresistible… generaba un poco de claustrofobia la situación. Había que esquivar las rocas puntiagudas que salían del techo mientras avanzábamos. Llegó un punto en el que no pudimos seguir avanzando, y tuvimos que volver. Esta cueva, en días de marea más baja, puede recorrerse hasta 200 metros. Nosotros habíamos conocido sólo los primeros 15.
Al salir, nos sentamos a esperar al resto del grupo. Llegaron, y junto con ellos, nuestra comida: unas brochettes de pollo con arroz, que habían trasladado envuelto en unas hojas verdes grandotas. Un medio para transportar comida muy popular en sudeste asiático. No conocen los tuppers.
Hablamos mucho con los gallegos gays, sobre todo de Irán. Ellos habían ido hacía muchos años, creo que en 1999, o por ahí. Antes de Ahmadinejad. Opinaban lo mismo que nosotros acerca de la amabilidad de la gente, de lo bien que la pasaron. Aunque nos dijeron que cuando ellos fueron Irán era otra cosa, es decir, su gobierno era otra cosa. Fue en esa época iraní en la que le gobierno empezó a ceder un poco más en términos de permisiones, y uno podía ver (lo cuento como si yo lo hubiese vivido) a parejas en plazas dándose besos. Cosa que hoy en día no es posible. Los dos habían viajado mucho, y estaban en pareja hacía más de 10 años.
Los alemanes, que habían ido con el otro grupo a la cueva de los elefantes, después de insistir un poco lograron entrar a la water cave también. Hicieron dos cuevas por el precio de una. La hicieron.
Volvimos a los kayaks, y decidimos salir primeros para mantenernos adelante y no pasar el mismo papelón de antes. Este primer tramo era complicado porque pocos metros más adelante del punto de salida, había una corriente muy fuerte, con olas, y los guías solicitaban que cada kayak cruce individualmente por esa zona. Nos mandamos primero. Uno de los guías iba con nosotros, en su kayak. Llegamos al punto y lo piloteamos como dos titanes, pegándonos gritos, dándonos indicaciones, resistiendo a las embestidas de las olas que nos balanceaban fuertemente de un lado al otro y golpeaban nuestro rostro, inundando nuestros ojos de agua. Faltaba gritar en ese momento “QUE SOMOS: ¡TIBURONES!”. Posta. Gritábamos cosas como: “¡Ahora a la derecha! ¡Mantengamos el equilibrio! ¡Ahí vamos bien! ¡Ya casi lo logramos!”. En realidad exagero. No logramos gritar tantas cosas porque al poco tiempo estábamos adentro del agua, y el kayak dado vuelta. La corriente seguía tirando con fuerza, y no fue fácil dar vuelta el kayak (tuvimos que hacerlo a la cuenta de 3 con la fuerza de los dos), y después subirnos. La vergüenza del grupo (es decir, nosotros) se alejó de la zona de marea fuerte y buscó algún lugar donde esperar al resto. Afortunadamente, nadie nos había visto. Todos esperaban la señal de los guías para hacer el intento. A todo esto, los gallegos ya se habían dado vuelta antes que nosotros en un cruce más simple, pero son gays y no cuentan. Lo nuestro es imperdonable. Dos machotes como nosotros, deberíamos abrir las aguas tipo Moisés, o al menos caminar sobre ellas.
Alguna pareja más también se dio vuelta, y nos dimos cuenta que el cruce no era fácil que digamos. Una vez que cruzaron todos, volvimos a avanzar. Obviamente, nos pasaron nuevamente y no tuvimos forma de alcanzarlos. Remábamos con todas nuestras fuerzas, uniendo esfuerzos, pero de alguna forma ellos agarraban corrientes más favorables, o no sé qué pasaba, pero no podíamos alcanzarlos. Los veíamos casi sin remar, remando lentamente, muy poquito, casi sin hundir el remo, y nosotros haciendo cálculos de acción y reacción, estudiando la física, viendo quién está remando mal de los dos, todo al pedo porque no alcanzábamos a nadie.
En alguna otra parada, volvimos a colocarnos primeros. Mientras avanzábamos se me dio por cantar “Pluma Pluma Gay”, y justo cuando la estoy cantando me doy vuelta y nos están pasando los gallegos. Ya nos habían escuchado hablar del mongólico, antes de que sepamos que eran gallegos, y ahora esto. Genial.
En otra, los guías nos pidieron que esperemos al costado del río. Obviamente, la corriente no te permite esperar, salvo que te agarres de algo. Le apuntamos a unas plantas al costado, no pudimos agarrarlas, y terminamos desembocando en un árbol de espinas. Nos agachamos lo máximo que pudimos, de espaldas al árbol, y sentí cómo las espinas se comían todo mi salvavidas. Menos mal que lo tenía puesto. Me corté un poco la pierna, dimos un par de vueltas, y seguimos por el río sin poder agarrarnos de nada.
Muy pocas parejas lograron concluir el recorrido sin darse vuelta. Esto para consuelo nuestro.
El río por el que avanzábamos era el mismo que el del Tubing, y no tardamos mucho en encontrar los primeros bares. Era nuestra primera visión de lo que era el Tubing. Me sorprendí, no gratamente con algunas cosas, y gratamente con otras. La gente parecía estar parada tomando alcohol, conversando, mirando hacia el río, con la música a todo lo que daba, pero sin bailar, sin ningún grado de descontrol. Todos muy tranquilos. Yo me imaginaba una fiesta zarpada de gente saltando al agua, gente bailando arriba de las mesas, etc. Y gratamente, muy gratamente, nos sorprendimos por los juegos que había: en el primer bar un tobogán de agua que desembocaba en el río, en el segundo un columpio larguísimo, que obviamente al soltarte caías al agua, en el tercero una tirolesa; en el cuarto bar tirolesa, columpio, tobogán, cancha de vóley sobre el barro, y cancha de fútbol sobre el barro.
Nosotros íbamos en los kayaks, con el grupo, y no podíamos parar en cualquier bar, pero al menos sabíamos de qué se trataba. De todas formas, en el cuarto bar paramos. Nos tomamos una cervecita, usamos el columpio ese. Yo quería hacer una mortal, cosa que nunca en mi vida hice, y me pareció el lugar ideal para intentarlo. Contaba con la cobertura de Assist Card. Cuando el columpio llegó a su punto más alto, intenté levantar las patas y girar, pero fue imposible y caí desde una altura altísima de espaldas.
Duby también hizo columpio y le saqué una foto muy buena cagándose de risa de frente a cámara, y abriendo las piernas. El bar tenía también ese juego en el que dos grupos tiran de una soga, uno de cada lado. El que perdía, en este caso, caía al barro. Un rato después, seguimos viaje con los kayaks. Llegamos al punto final, los devolvimos, nos despedimos del grupo, y nos fuimos a clavar un panqueque de banana y chocolate, y un licuado de banana con leche. El día había estado excelente, muy disfrutable.
Terminamos con el licuado y nos fuimos a caminar por Vang Vieng. Encontramos como un descampado de asfalto inmenso, con una feria en el medio. Asumimos que ese descampado de asfalto era o había sido una pista de aterrizaje. Un escocés que conocimos luego nos dijo que esa pista de aterrizaje a lo mejor había sido construida por los yanquis en la guerra de Vietnam. Lo interesante de todo esto era la feria, con muchos juegos. Dardos; tirar pelotas a latas; uno de levantar botellas de cerveza del piso usando un palito con una soga y una circunferencia en la punta; etc. Jugamos a los dardos, con los cuales había que reventar unos globos. Tiramos un buen promedio de 2 dardos embocados de cada 3 tirados, y nos ganamos algunos caramelos.
Esa noche creo que vimos el Juego del Miedo 3. Yo odio las películas de terror, me dejan una sensación para nada agradable, no disfruto el sabor posterior. Pero bueno, Duby insistió, y terminé aceptando. La verdad es que la película no es tan mala, y disfruté verla, pero odio la sensación que me dejó. Muy violenta al pedo. Ni me acuerdo qué cenamos, ni dónde.
Otra vez desayuno en la Organic Farm, e ir al Tubing. El día estaba espectacular, muy soleado, lo que veníamos esperando. Primero hay que ir al lugar para alquilar tu Tube, que consiste en una cámara de cubierta de auto, muy inflada, sobre la cual uno flota. Te la alquilan en 55.000 Kips (5.5 Euros) y hay que dejar 60.000 Kips de depósito por si no devolvés el Tube. Caminamos descalzos, con la plata en unas bolsitas especiales tipo zip-lock pero con 3 cierres en lugar de uno solo, y la cámara descartable y sumergible que habíamos comprado. Alquilamos los tubes, nos subimos al tuk-tuk, y partimos rumbo Tubing. Íbamos con dos chicas israelíes que nos dijeron que nos ubicaban de un bar donde habíamos visto un capítulo de Friends la tarde anterior, y con una pareja que no sé de dónde eran; sé que eran raros.
El primer bar te lo encontrás sin siquiera tocar el río. Está ahí, al costado, pero no hace falta subirte al Tube para llegar. Apenas te bajás del tuk-tuk, caminás hasta la vera del río y ahí está el bar. No había casi nadie. Nos convidaron con unos shots de tequila que rechazamos cortésmente porque todavía no eran las 12 del mediodía. Usamos el tobogán, y decidimos subirnos a los Tubes para ir al segundo bar. No queríamos hacerlo muy rápido porque después es un quilombo volver a empezar de cero, pero ese bar no servía para nada.
Nos mojamos un poco el culo que iba dentro del Tube, y salimos río abajo. Lo primero que nos sorprendió fue lo inseguro que era todo. Es medio de maricón lo que digo, pero en el primer mundo te pondrían soguitas para que cada uno vaya por su carril, limpiarían el río de piedras, y sacarían las plantas de espinas de los costados.
Al acercarnos al primer bar, vimos cómo era el sistema: varios flaquitos que tienen una soga muy larga atada a una botellita que tiene mitad agua, mitad aire, te tiran esa botella, y vos tenés que agarrarla con fuerza, peleándole a la corriente y a los cayos, y ellos se encargan de acercarte a tierra. Es delirante el sistema, muy divertido. Nos subimos al segundo bar que estaba mucho mejor que el primero, más copado, con más gente. Era increíble ver cómo traían gente los pibes de las botellitas. A veces caían grupos de 7 u 8 Tubes, y los pibes de las botellitas eran sólo 3 ó 4. Se apuraban porque todos tengan una soga para no perder clientela que caiga río abajo.
Subimos a este segundo bar, y le pregunté a Duby si compartía un balde. Me dijo que no, pero después, al ver que las israelíes se estaban pidiendo un balde de mojito, se dio cuenta que no podía ser tan puto de tomarse una coca light, y aceptó. La verdad es que el mojito estaba muy bueno, muy dulce, ni se sentía el alcohol.
Almorzamos algo en un puestito que estaba entre el 2do y el 3er bar, al que fuimos caminando, y volvimos al 2do. Un grupo de pibes, encargados de atraer gente a los bares (eso creemos) organizaban drinking games, y se cagaban de risa. Uno de los juegos consistía en pintarle cosas en la espalda a otro, sin que pueda leer qué decía. En la espalda de una chica se leía: “Entrance to Brazilians”, con una flecha desde ahí hasta la cola. En la espalda de un descendiente de hindúes inglés se leía: “I’m the only indian in southeast-asia and I like to have sex with 5 year-olds”. Boludeces así. Yo quería escribirle a Duby: “I have AIDS and I’m contagious” o algo así pero más zarpado, pero no me dejó.
Nos encontramos con el francés de Pakse, muy buena onda, muy correcto. No la estábamos pasando muy bien, no estábamos muy integrados con los grupos barderos, y decidimos seguir moviéndonos.
El tercer bar fue de dificilísimo acceso. Los pibes de las botellitas nos arrastraron hasta ellos, pero resultó que el agua que desembocaba en el bar estaba plagada de piedrotas puntiagudas sobre las cuales era imposible hacer pié. Fue toda una misión suicida entrar a ese bar, pero lo logramos. En realidad no lo logramos porque si uno logra una misión suicida, está muerto. Pero logramos entrar al bar, vivos. Lo mismo: otro balde de mojito, y sentarnos a charlar y ver cómo funcionaba el Tubing. Lo único que le falta a Solar del Este es Tubing y más bares sobre el río. Y lo único que le falta al Tubing es la onda de Solar del Este, que la gente se cope más, se ponga a bailar, lo rajen por pedir un Abrazo Popular a un patova, etc.
En la vereda de enfrente del río uno puede ver los bares más pobres, a los que nadie llega porque la corriente del río es enemiga de algunos bares. Tienen sogas más largas, y a veces algún borracho se copa y le pide al pibe de ese bar (que siempre es UNO solo) que le tire una botellita para tomarse una birra en un bar abandonado. Nosotros lo hicimos, colaborando con los brazos para remar hasta el bar, y facilitarle el lanzamiento de botellita. Logramos llegar al bar, pero no había absolutamente nadie, salvo el francés, que a diferencia de antes cuando había estado muy correcto, se mostró absolutamente insoportable. Tenía un pedo para 180 mamuts, y hacía el ridículo constantemente, molestando a los locales. Al pibe que tiraba la botellita lo levantó del piso, se lo colgó de los hombros, y luego se cayó al piso con pibe incluido. Después, todo mojado, fue a darle un abrazo a una de las minas que trabajaba en el lugar. Patético. Nos hicimos los boludos como que ni lo conocíamos y nos fuimos a la mierda. Mientras nos alejábamos escuchábamos a un inglés pidiéndole por favor de seguir viaje a otro bar. El inglés le estaba cuidando las cosas al francés (ni lo conocía) y quería seguir viaje porque todos sus amigos ya estaban en el siguiente bar, pero el francés no le daba bola.
Otro bar más. Esta vez el groso que tenía un tobogán zarpadísimo, tirolesa, un columpio o hamaca de mucha altura, cancha de vóley, fútbol, etc. Estuvimos dando vueltas por ahí, Duby se tiró del tobogán y le saqué una foto muy buena (creo) con la descartable, mientras volaba por el aire. Estuve charlando con un alemán diminuto, que hablaba perfecto inglés. El diálogo me aburría pero no sabía cómo sacármelo de encima. Me paré a ver a la gente caer del tobogán, y vi cómo alguna minita no llegaba a salir disparada, sino que al contrario, se quedaba clavada cerca del final, y tenía que caminar hasta el borde y saltar al agua. Dos españoles al lado mío se preguntaban por qué pasaría eso, y les contesté: “debe ser porque le falta agua al tobogán, para resbalar más”… los gallegos se me quedaron mirando un rato largo, hasta que uno gritó: “¡Hostias! ¡Pero si ha hablado en castellano!”. Claro, con tantos yanquis e ingleses, era casi imposible encontrar alguien que hable español.
De acá seguimos viaje hasta el final del Tubing. Había sido el último bar de los que habíamos elegido. El último trecho, hasta el pueblo, es bastante largo. Serán unos 2 kilómetros río abajo, y tardarás como media hora en hacerlos, relajado sobre el Tube. Eso hicimos. Por razones de corrientes, o de Tubes, o de pesos, es casi imposible ir juntos, y terminamos muy separados de Duby, como por 200 metros. En el trayecto vas conociendo gente que va en sus Tubes, y vas charlando río abajo. Así conocí a una piba llamada Meredith, que creo que era de Escocia, y me dijo que se había distanciado de sus amigos porque su Tube era muy lento. Intentamos dilucidar por qué, pero no tuvimos suerte. No era ni más liviana ni más pesada que cualquiera, y tenía un Tube tamaño regular. Meredith me contó que un rato antes un pibe había nadado hasta su Tube, y se había enganchado por algunos cientos de metros, para luego soltarse. Supuse que era una forma de hacer dedo en los ríos de Laos, como los pibes que se suben a tu barco en el Amazonas. Seguimos avanzando. Pasamos un cartel que decía: “Last poing tu catch a tuk-tuk to town”. Luego pasamos un grupete de nenes, y uno de ellos saltó al agua y nadó hacia mi Tube. Asumí que estaba haciendo dedo, así que lo ayudé a acercarse, y lo llevé un par de metros también, hasta que el pibe empezó a nadar hacia la orilla, arrastrándome a mí y a mi Tube con él. Yo intentaba indicarle que no, que no me lleve a la orilla, que todavía faltaba para el punto donde quería frenarme. Me terminé chocando contra un montón de plantas, y finalmente me detuve donde quería. Me bajé del Tube y el nene vino a pedirme propina. Resulta que su trabajo era ayudar a los tuberos a llegar a la orilla. Le dije “Why?”, se enojó y se fue. Otro nene le pedía a Meredith plata, y la piba no sabía cómo sacárselo de encima.
Caminamos pisando piedras bastante, descalzos, camino al lugar de alquiler. Meredith se encontró con sus amigos, finalmente. La estaban esperando ahí. Devolvimos los tubes, nos cobraron 20.000 Kips por devolverlos 1 hora tarde (2 Euros), y habremos ido a merendar lo usual. Por la noche Duby se vio El Juego del Miedo 4, y yo me quedé en el cuarto leyendo porque no me hace bien.
Por la mañana, hicimos check-out, otra vez desayuno en el Organic Farm Café, y tomarnos un tuk-tuk para conocer la Organic Farm, la original. Al llegar, volvimos a conocer lo que era el silencio, lo que es estar en un lugar sin las constantes risas de Friends. Salvo el motor de nuestro tuk-tuk que se alejaba, todo era silencio.
El putito del hostel con aparatos rojos como le gustan a Serdi
Ocupamos nuestro cuartito, dejamos las mochilas, y pedimos que nos den algo de trabajo. Eran cerca de las 9 de la mañana. La primer tarea asignada era la de alimentar a las cabras. Nos dieron unos machetes terriblemente afilados, y la indicación de cortar los árboles de banana más finitos, para alimentar a las cabras con las hojas de estos árboles, y cortar muy finito los árboles mismos para generar a partir de éstos gusanos.
Cortamos varios árboles, acumulamos muchas hojas de banana una arriba de la otra, y nos fuimos al… ¿cómo se llamaría el lugar donde van las cabras? Establo es para caballos, pero ponele que un establo para cabras. Fuimos ahí, y las flacas desesperadas se nos tiraban encima. Cada una estaba encerrada igualmente, pero podían estirar la cabeza hacia afuera para comer. Comen una barbaridad, y nos dimos cuenta que nos habíamos quedado cortos con la cantidad de árboles que habíamos cortado.
Duby se quedó alimentándolas, y yo me fui a cumplir con el resto de la misión: cortar los árboles bien finitos para luego tirarlos sobre otros restos de árboles podridos, y generar gusanos, con los cuales no sé si alimentaban los peces de la granja o qué. Le empecé a dar muy duro con el machete. Casi me corto los dedos en más de una ocasión. En estos momentos pensaba: “Ok, lo tengo que hacer con más cuidado”, pero después entre el cansancio, el calor, y las ganas de terminar con esa tarea de mierda, me olvidaba. Estaba chivando como un cerdo, todo sucio, con algún gusano que me caía en los brazos cada tanto. Un placer. Terminada la tarea, me despedí de Duby y me fui a bañar. Luego de la ducha me senté a leer un buen rato a Groucho. Duby también se dio una ducha, después bajó a caminar por la granja, y al rato volvió con la propuesta de ir a recolectar mulberries al campo. La rechacé cortésmente, y seguí leyendo.
Cerca de las 2 de la tarde me estaba cagando de hambre y salí a buscarlo para comer. Estaba con Adam, o Andreas, o algo así. Un alemán o sueco o dinamarqués bastante copado igualito a He-Man. Entre los dos, y nuestro jefe (el flaco de la granja que coordinaba nuestro trabajo) seguían cortando plantas para darle de comer a las cabras. Yo no me sentía del todo bien, todavía débil, ya no sé si por las anginas, o por dormir en colchón de telgopor por varios días, o por qué. Terminado el trabajo de aquella mañana, con el Ok de nuestro jefe, nos fuimos a comer.
El trabajo en la granja empezaba a las 6:30am, ordeñando a las cabras. Seguía con su alimentación, o con cosechar mulberries. A las 10am venía un descanso, y a las 11am se volvía a trabajar hasta las 15:30 o algo así. Esos eran los horarios, aunque yo hice algo así como de 10am a 12pm, y Duby bastante más. Al día siguiente teníamos pensado levantarnos tempranito para ordeñar a las cabras, y hacer toda la rutina completa.
Terminado el almuerzo, decidimos ir a nadar un poco al río con Adam, nuestro jefe y Duby. Caminamos los 4 hasta la orilla. El jefe propuso meternos al agua y nadar hasta el primer bar del Tubing. Eran como 100 metros río abajo, con mucha corriente y rocas, pero según él se podía hacer tranquilamente. Yo creía poder hacerlo sin problemas, sin nadar fuerte, simplemente manteniéndome a flote, y avanzando lentamente esquivando las rocas, ¡pero el agua estaba muy fría! Adam no se animaba y Duby dudaba. El jefe insistía.
Finalmente surgió la posibilidad de llegar caminando al segundo bar, siguiendo un caminito sobre unos juncos, bien sobre el costado del río. Tuvimos que meternos solamente hasta las rodillas, y encontramos el segundo bar. Un grupete de 3 pibas se preparaban para subirse a sus Tubes y seguir hasta el 3er bar. Una de ellas cantaba “Son of a Preacher Man”, el tema que está en la banda de sonido de Pulp Fiction. Eran 3 israelíes. Duby preguntó en joda si no nos llevaban hasta el siguiente bar, y la piba que cantaba nos dijo que sí, que claro. Nos miramos como dudando, y nos terminamos subiendo. Duby al Tube de la que cantaba, y yo uní los dos Tubes de las otras dos pibas, y me senté en el medio. Adam tuvo que quedarse porque había quedado con la novia ir a conocer una escuela rural por la tarde, y el Jefe tenía que trabajar. Nos miraban alejarnos, flasheados desde la orilla.
El viaje fue complicado, porque los dos Tubes se abrían y yo terminaba cayéndome al agua, donde había rocas inesperadas, con mucha violencia contenida. Hacía mucha fuerza con los brazos para mantener los dos Tubes unidos, pero no era fácil.
De todas formas el tercer bar estaba cerca. En realidad no sé si era el tercero o el cuarto, pero a ustedes les da igual. Era aquel bar con tobogán, tirolesa, hamaca, cancha de vóley y cancha de fútbol sobre el barro. Quisimos invitarles un balde a las israelíes por llevarnos ratoneando en sus Tubes sin pagar un mango, pero no aceptaron, nos dijeron que ni en pedo. Gali subió al tobogán, altísimo, y se tiró. La vimos deslizarse rápidamente hacia abajo, y de golpe perdimos su imagen porque la tapaba una parte del tobogán. Esperamos que salga disparada, pero nada. Al rato la vemos caminando hasta la punta del tobogán, puteando. Las muy flaquitas no llegaban hasta el final. Se tapó la nariz con la mano, y se tiró de palito. Muy graciosa la situación. Después subieron las otras dos israelíes, Yael y Adi. Yo no estaba seguro, pero las terminé siguiendo. Estuvieron 6 minutos sentadas al borde del tobogán sin animarse a tirarse. 2 años de ejército y son igual de cagonas que cualquiera. Intenté empujarlas, pero medio que me miraron diciéndome: “lo volvés a hacer y te cuelgo los huevos de la tirolesa”. Finalmente se tiraron las dos juntas. Me tocaba a mí. Tomé envión, corrí lo poco que se podía, y salté. Creo que salí disparado bastante lejos, pero tal vez todos sienten eso. Lamentablemente no teníamos cámara de fotos ni nada. Simplemente habíamos salido a nadar unos minutos con Adam y el Jefe, así que no estábamos preparados para nada. Yo de casualidad tenía unos 100.000 Kips en el bolsillo de la malla (10 Euros).
Decidimos seguir viaje. Las israelíes no tomaban alcohol y el ambiente tampoco les encantaba. A nosotros no nos quedaba opción porque de ese lado del río, sin hacer dedo, no teníamos chances de volver. Volvimos a armar los Tubes. Esta vez pusimos un salvavidas en medio de ambos; Adi lo sujetaba de un lado, y Yael del otro. Más o menos con eso la zafábamos, aunque el salvavidas se iba hundiendo y cada tanto tenía que meterme en el agua, luchar contra las rocas, y volver a unir los Tubes.
Las chicas ya no estaban para bares, así que hicimos todo el recorrido final charlando mientras nos deslizábamos río abajo. El padre de Yael era argentino y la madre española. Creo que la madre de Adi era argentina. Hablaban algo de español. Yael decía que entendía todo, pero no se animaba mucho a hablar, y la verdad es que dudo que de verdad entienda todo. Me hacía acordar muchísimo a alguien, terriblemente, pero no podía darme cuenta a quién.
Les enseñé “Un elefante se balanceaba”… pero les costaba muchísimo. Jugamos un poco al “Veo Veo”, un juego que recordaban de niñas gracias a sus padres, y charlamos un rato de otras pavadas. Nos fuimos cruzando con otros Tubes en el camino. A todo esto, habíamos perdido a Duby, Gali y otro israelí que habían conocido en el último bar. Iban los tres a una velocidad, y nosotros más atrás, a otra. Obvio.
Nos cruzamos con tres irlandeses que tenían un pedo impresionante, y se la pasaban cagándose de risa y delirándonos. Yael les gritaba cosas. Hablaba inglés perfecto la piba. En algún momento me caí al agua y terminé compartiendo el Tube con Yael. Ya estaba podrido de ese sistema de viajar en medio de los dos Tubes.
Cuando nos acercamos al final del Tubing, sector en el cual hay muchas rocas y una corriente muy fuerte, le dije a Yael que agarre del brazo bien fuerte a Adi. Me tiré al agua, y las llevé nadando hasta la orilla de rocas. Me agarré de una roca. La corriente me estaba matando, pero la idea era que se bajen ellas, me suelten la mano, y yo ahí suba. Bueno, Adi no pudo sujetarle bien la mano a Yael, y se terminó yendo río abajo, pasándose del final del Tubing. Tuvimos que volver a emprender la marcha, y la alcanzamos algunos metros más abajo. Eso implicó una caminata descalzos y en cueros un poco más larga, pero no hubieron mayores inconvenientes.
Devolvimos los Tubes de las chicas, pagaron los 20.000 Kips de más por devolverlos tarde, y nos fuimos a comer algo. En el camino me compré una remera de “Tubing In The Vang Vieng”, o “Vang Vieng In The Tubing”, según quieras leerla.
Fuimos a un restaurante, y mientras esperábamos la comida jugamos a un juego de cartas israelí, que ni me acuerdo cómo se llama. La pizza estaba excelente, y finalmente pude reconocer a quién me hacía acordar mucho Yael: A Pame. Unas expresiones increíblemente parecidas. La forma de reír, de mirar. Muy loco. Por momentos sentía que tenía mucha confianza con la piba por la similitud con Pame.
Terminamos la comida, y las acompañamos a su hostel. Eran como 10 mil cuadras, cosa que no sabíamos. Cuando llegamos, nos sentamos en el piso del cuarto a charlar. Estaban pagando 60.000 Kips entre las tres, por un cuarto con colchones de verdad. Nosotros veníamos durmiendo sobre telgopor y pagando casi el doble. La conversación nos recordó al Verano del 92, pero lo opuesto. Nos empezamos a cagar de risa, Duby sobre todo, a lo Dani Zelmann. Cuando terminaba de reírse ni se acordaba de qué se estaba riendo. Se puso a leer un libro en hebreo y las pibas la flashearon mal que un argentino pueda leer tan bien en hebreo y sin puntitos. Y dentro de todo entendía de qué iba la historia.
Adi era la más callada lejos. Se quedó ahí sentada tejiendo, y cada tanto decía algo, pero muy cortito y con timidez. Era la que peor inglés hablaba, pero de todas formas creo que hablaba poco simplemente por timidez. Se fue pasando el tiempo, y cerca de las 12 de la noche empezamos a preguntarnos cómo carajo íbamos a volver a la puta Granja Orgánica. Decidimos partir ahí mismo, a buscar un tuk-tuk. La mejor con las pibas, muy copadas. Nos despedimos, y arrancamos la caminata de nuevo hasta el centro.
Obviamente, estábamos descalzos, y sin plata. Habíamos llegado a pagar la pizza con lo justo, y las ojotas habían quedado en la granja porque ¿para qué íbamos a llevar ojotas si sólo íbamos a nadar un ratito? Gracias que había podido comprarme una remerita de 2 Euros…
Caminamos mucho, como les decía, descalzos, sobre el asfalto. No podíamos creer en lo que se había convertido el día. Muy bizarro. Ir a nadar, y terminar haciendo dedo en el Tubing, cenando con unas israelíes, y recordando el verano del 92. Todas las bicis y los barcos… avanzábamos con cierta preocupación. Si no encontrábamos un medio de transporte hasta la Granja, las opciones eran: caminar los 4 kilómetros o buscar otro alojamiento en Vang Vieng que nos acoja sin pagar nada, y que al día siguiente uno de nosotros se escape a la Granja a buscar plata. Era todo un delirio.
En el centro de Vang Vieng encontramos el único bar abierto. Por ley, en Laos, los bares tienen que cerrar a las 23.30. Este bar no sé si estaba rompiendo la ley, o si tenía alguna artimaña que lo categorizaba como otra cosa que no sea bar. La cuestión es que vendía cerveza. Había unos 3 ó 4 borrachines extranjeros en la calle, y un tuk-tuk. Exactamente lo que buscábamos. Tuvimos que despertar al tuk-tukero, que dormía plácidamente en una hamaca paraguaya dentro del tuk-tuk, y negociar que nos lleve por 80.000 Kips. 4 veces más de lo que habíamos pagado esa mañana. Es que era el único tuk-tuk disponible en todo Laos a esa hora me parece. Nos pidió que le paguemos en ese momento, y no fue fácil explicarle que no teníamos un mango encima, que habíamos hecho dedo en el Tubing sin plata… yo tenía unos 20.000 Kips, y con eso aceptó llevarnos y que busquemos plata en la Granja Orgánica.
El viaje fue cortito, y al llegar, nos encontramos con la reja de la Granja cerrada. Empezamos a aplaudir, a gritar, pero no venía nadie. El del tuk-tuk nos quería cagar a piñas, y nosotros nos queríamos matar. Notamos que la reja estaba abierta, pero del otro lado nos esperaban 3 perros y un rottweiler (que para mí no categoriza como perro sino como máquina de matar implacable). Ladraban como locos. El del tuk-tuk nos dijo que podíamos pasar, que no había problema. Claro, después el que termina en el hospital soy yo, la concha de tu madre.
Abrimos lentamente la reja, y los perros se callaron y se quedaron del otro lado mansitos. Ni nos miraban. El del tuk-tuk insistió. Quería su plata, claro. Algún entrenador de perros me había hablado de una característica de un tipo de perros. No me acuerdo si se refería a las hembras, o a los dobermans, o a qué. Me había dicho que hay perros que ladran, y no te dejan pasar, y otros que se hacen los buenitos, te invitan a pasar, y una vez que estás adentro te revientan. Un poco como los fachos tipo Mumo que en lugar de asustar a los chorros, esperan que entran y una vez que están adentro tienen el justificativo para pegarles un tiro.
Me pareció que no era el mejor momento de contarle esta historia a Duby. El sabía dónde estaba la plata, así que se llenó de coraje, y entró. El rottweiler, que ya es momento de reconocer que no era un perrote gigante sino un cachorro, se quedó muy en la suya, acostado, y ni lo miró pasar. Tampoco era un cachorro de 1 mes eh, estoy hablando de un cachorro de 1 año, que te puede matar si quiere. Pero al menos no tiene el instinto asesino tan desarrollado. Duby tardó un rato, y yo ya estaba llamando a Serdi, cuando apareció.
Le pagó al tuk-tukero que se fue feliz, y antes de que entremos TODOS los perros se escaparon de la Granja, uno a uno se fueron yendo por la reja que NOSOTROS habíamos dejado abierta. La puta madre que lo parió. Teníamos unas paranoias a esta altura de la noche. La suma de cosas que habían pasado y ese cierre con los perros, y el tuk-tukero que quería su billete. Un delirio todo. Nos quedamos esperando un buen rato que los perros vuelvan, pero cada vez se alejaban más, hasta que los perdimos de vista. Pobrecitos animales de la granja, diría Calamaro.
Decidimos imaginarnos que en algún momento iban a volver, e irnos a dormir tranquilos. En la cama, metido en mi mosquitero, feliz de estar sano y salvo en “casita”, empecé a recordar los sucesos del día. Vi pasar las imágenes de las israelíes y recién en este momento me di cuenta que eran las mismas que estaban en el micro que iba de Pakse a Vientiane. En la foto del Sleeping Bus creo que se ven las israelíes.
A las 6.30am escuchamos los aplausos de nuestro Jefe, y sonidos similares a los del Jefe imitando a alguien ordeñando una cabra. Nos hicimos los boludos, y el pobre pibe se quedó sin dos empleados. En trabajos forzados duraríamos 14 segundos. Un desastre.
Nos levantamos más cerca del mediodía, desayunamos algo en la Granja esperando que el Jefe no nos vea, un poco avergonzados, y emprendimos la caminata hacia la ruta con las mochilas, buscando un tuk-tuk que nos lleve al centro de Vang Vieng.
Al rato nos levantó uno. El viaje de 4 kilómetros duró como media hora. Cada 3 minutos la moto se le paraba, y había que esperar un buen rato para que logre arrancarla. Ya en Vang Vieng, compramos pasajes para Luang Prabang, nos tomamos unos licuados e hicimos algunas compritas, y partimos hacia el anteúltimo destino dentro de Laos.