Pakse – Tadlo, Laos #21

Duby encontró un asiento adelante, en la combi que iba desde Don Khone hasta Pakse. Yo tuve que conformarme con un lugar atrás, al lado de un presunto inglés. Atrás nuestro, en el último asiento de la van, iban un grupo de presuntos franceses. El que iba en el medio, un tipo corpulento de unos 40 años, cuando escuchó que íbamos a Pakse se levantó enojado, pisó todos los bolsos que había en el piso, incluida mi mochila, y pasó a la parte delantera de la van a encarar al conductor. La crítica era que le habían dicho que la van iba directo a donde él iba (no sé dónde era) y que no hacía escala en Pakse. Puteaba diciendo: “Everybody lies here”, y cosas por el estilo. Yo tenía la netbook adentro de la mochila, y no me había resultado muy simpático que la pise.

 

Tampoco tenía intenciones de agarrarme a trompadas con un francés pelotudo. Cuando emprendió el camino de vuelta al último asiento del bus, le dije: “Please don’t step” y le señalé mi mochila. Me dijo “Sorry”, y limpió una marca de su zapato de otra mochila. Le dije que no me importaba esa mochila, que no era la mía, que la prenda fuego si quería, que yo tenía mi computadora adentro de la mía (y se la señalé mientras se lo decía). El tipo me contestó: “It’s the same”… ni idea qué quiso decir. Ahí de una le dije que era un mal educado, y él se levantó y le puse un ojazo en su puño derecho.

 

En algún momento paramos a hacer pipí. Nos metimos entre los arbustos con Duby y algún pasajero más, y mientras estamos meando vemos que pasa al lado nuestro una de las minas de la van, dice: “Sorry”, se para al lado nuestro, se baja los pantalones, y se pone a mear. Quisimos darle una explicación, decirle que nos habíamos ido a los arbustos no porque nos guste mear rodeados de serpientes y venados, sino porque no queríamos compartir nuestras intimidades con el sexo adyacente (porque “opuesto” es muy agresivo), pero nos pareció que 1) la explicación no le iba a importar demasiado y 2) la verdad es que a los hombres no nos molesta tanto compartir nuestras intimidades. Salvo a Benicio del Toro que es una Roca, es una Isla. Una Roca no siente dolor y una Isla nunca llora.

 

Hicimos otra parada para comer. Siempre es difícil calcular de cuánto tiempo son las paradas, porque los choferes de golpe paran y desaparecen sin decirte de cuánto tiempo se trata, y uno no quiere que le interrumpan el almuerzo en la mitad para proseguir viaje, así que terminás comprando cualquier porquería mientras el chofer se manda flor de manjar, y hay que esperarlo 18 horas. Ahora ya estamos más curtidos y nos terminan esperando todos a nosotros.

 

En la parada había un tipo, un turista de unos 65 años que tenía las mejores arrugas del mundo y una remera de Los Beatles que le quedaba grande. Tenía pinta de inglés. Si no fuese porque estaba en Laos, en una combi, yendo a Pakse con dos giles como nosotros, hubiera dicho que era uno de los Rolling Stones. Más noches que la luna.

 

La llegada a Pakse fue idéntica a las llegadas a todas las estaciones del sudeste asiático. Ningún micro te deja en la ciudad. Siempre hay que tomarse un tuk-tuk por 1 Euro, para que haga los 10 kilómetros que faltan. Eso hicimos. Al poco tiempo estábamos en Sabadee II, nuestro alojamiento en Pakse. Eran esos momentos del viaje en los que todavía desconocíamos el significado de la palabra Sabadee. Hoy puedo decirles casi sin temor a equivocarme que significa algo así como “hola”.

 

Seleccionamos dos camas en el Dorm, que costaban las dos camas 5 dólares, en lugar de elegir un cuarto privado por 5 dólares y medio. Esas cosas ridículas que uno hace con la mochila y se arrepiente de toque. Dejamos las mochilas, escondí la netbook adentro de la mochila chica, adentro de la grande, adentro de un tupper, adentro de una aceituna… que es el típico escondite donde meto siempre la netbook cuando tengo que salir y no la quiero cargar.

 

Yo me venía sintiendo bastante flojo. Ya llevaba como 10 días tomando antibióticos y me sentía extremadamente débil, y todavía con la garganta inflamada. Fue en este momento donde me comuniqué con Assist Card. Me dijeron que tenía que esperar una hora hasta que se contacten con el encargado de Assist Card en Laos, el tipo me solicite un turno en un hospital, y me llamen para avisarme a qué hospital y a qué hora tenía que ir. Por supuesto, yo no tenía ni un teléfono fijo, ni un celular, nada. Les expliqué la situación, me pidieron que pida el teléfono del locutorio. Lo pedí, pero no me lo quisieron dar. Les dije que me contacten por mail, que me iba a quedar ahí chequeando todo el tiempo. A la hora, no tenía noticias. Los llamé, y me dijeron que la otra opción era que vaya a un clínica cualquiera, pida recibo, informe médico, y el recibo en la farmacia cuando compre las drogas que me receten. Después me reintegrarían todo. Acepté.

 

Salimos del locutorio, cruzamos la calle, y encontramos una clínica. Pregunté si hablaban inglés, me dijeron que no. Pregunté por un médico, me dijeron que no. La verdad es que empecé a dudar si era una clínica o una veterinaria. A esta altura no me importaba que me den algún remedio para perros.

 

Buscamos el hospital de Pakse, y después de caminar bastante lo encontramos. Dimos algunas vueltas ahí adentro intentando hacernos entender, hasta que nos mandaron a urgencias, donde nos dijeron que había una médica que hablaba inglés. La encontramos. Por supuesto, no hablaba inglés. Me preguntó más o menos qué sentía, le dije que fatiga corporal, que estaba tomando estos antibióticos (y le extendí la amoxicilina), y me dijo que siga tomando eso. Le pedí una receta para comprarla, al pedo porque es de venta libre, y nos fuimos. No me quiso revisar, y no le importó mucho que llevara 10 días tomando antibióticos.

 

Mi análisis de por qué seguía sintiéndome mal no estaba del todo claro, pero supuse que tenía que ver con haberme tomado algunas cervezas en Don Khone antes de terminar el tratamiento.

 

Compré más amoxicilina, volví al locutorio, y mandé un mensaje a través de Contáctenos a Assist Card que ya compartí con ustedes.

 

Comprando antibióticos en Pakse

 

Almorzamos muy bien en un restaurante en la esquina del hostel, que se hizo nuestro restaurante. Le compré una postal a Ale Max que me gustó mucho, y se la mandé. Ya debe estar por llegar.

 

Postal para Ale Max

 

En el hostel, cuando nos fuimos a dormir, conocimos a un francés muy agradable, que un par de días antes casi se agarra a piñas con 7 argentinos. No nos quiso explicar el por qué, pero tuvo que ver con que estaba borracho. Nos contó que había hecho el recorrido hacia Tadlo en moto (que nosotros haríamos al día siguiente). Que está muy bueno, son lindas las cascadas y la ruta vale la pena.

 

Tenemos un polaco que nos está contando que Couch Surfing en Irán es lo mejor. Que de un día para el otro encontrás casa para quedarte. Para la próxima, es un muy buen dato. Era un poco obvio, el país más hospitalario del mundo, cómo no va a tener couch surfing de toque.

 

El Francés del hostel de Tadlo nos siguió contando de su experiencia en moto hacia Tadlo. Una cosa desembocó en la otra, y nos terminó contando de un accidente en moto que tuvo un amigo suyo (con el que se iba a encontrar más adelante en el viaje) en Camboya. Resulta que el muchacho iba en su moto, llevando a una amiga detrás. En un determinado momento, venía atrás de un camión, y quiso asomarse hacia su izquierda para ver si lo podía pasar. Justo en ese momento, cuando estaba abierto mirando, pasó un tuk-tuk cerca del camión y les dio en todo el costado izquierdo de la moto. El resultado: los dos pibes de vuelta a Francia, la piba con 17 fracturas en la pierna. Excelente historia para que te cuenten el día anterior a alquilarte dos motos.

 

El franchute insistía en que era una cagada, en que es algo que le puede pasar a cualquiera, que no hay nada que hacer para impedirlo. Las pelotas. Ese accidente particularmente es muy fácil de impedir. Es un delirio abrirte pegado al camión, es obvio que si viene alguien justo en ese momento te la va a poner. Simplemente abrite 50 metros antes y listo. Hay otros accidentes en moto que no pueden impedirse, pero no precisamente ese.

 

El franchute herido contó que tirado en el piso, luego del accidente, todos los camboyanos se pararon alrededor a mirar, que ninguno ofreció ayuda. No quiero creer que todos los camboyanos son flor de hijos de puta estafadores, pero las fotos reducidas, particulares, que saqué yo en mi viajecito, muestran eso.

 

Nos dormimos soñando con muertes en moto. Al levantarnos, desayuno en nuestro restaurante, cambiar algo de plata, y alquilar nuestras motos. Esta vez, no se trataba de Scooters como en Phuket. Se trataba de motos, con cambios. Yo no recuerdo haber manejado nunca una moto que tenga cambios, digamos. Pero la verdad es que era por demás fácil. Nano me sabrá decir si recuerdo mal, pero las motos grosas tienen embriague manual, ¿no? Estas motos tenían un pedal para subir el cambio, y otro para bajarlo, y nada más. Embriagaba automáticamente justo antes de hacer el cambio. Era más fácil que robarle un chupetín al brazo muerto de Dazo.

 

Los primeros metros fueron los más difíciles, acostumbrándonos a nuestras motos en plena ciudad. No se imaginen un tránsito tipo Buenos Aires. En pleno pueblo diminuto de Laos, debería decir.

 

De a poco, fuimos disfrutándolo cada vez más. Las motos nos daban esa libertad que tanto habíamos estado buscando en este viaje, la libertad de llevar vos el timón de tu vida, el de tu destino… bla bla bla. Extrañábamos muchísimo esa libertad que nos había dado la 4×4 en África, de poder frenar donde queramos, comer donde pinte, etc. Pasamos muchos pueblitos diminutos, depositados sobre el costado de la ruta, con casitas de madera, paredes de mimbre, techos de paja. Muchos de los que caminaban sobre el costado de la ruta, al ver que nos acercábamos, levantaban la mano y nos saludaban, siempre con una sonrisa. Tomamos la costumbre de saludar a todos los que nos cruzábamos, y todos, sin excepción, respondían el saludo alegremente. Mucha felicidad.

 

Nuestras motos

 

Hicimos la primer parada en el desvío para conocer la primer cascada. Almorzamos algo. Notamos que el camino que conducía a esta cascada estaba impresionantemente embarrado. Duby decidió dejar su moto ahí, en la ruta, atrás de un camión, y yo me mandé con la motito resbalando por el barro y apoyando los pies cuando hacía falta. Básicamente convertí a la moto en una especie de cuatriciclo donde mis pies hacían de las 2 ruedas que faltaban. Fue un kilómetro así, y luego no me dejaron seguir en moto, y me obligaron a dejarla en una especie de estacionamiento.

 

Todo el sector cascada consistía en unas cabañas muy chulas, ideales para ir con tu minita (niño), a descansar unos días y ver caer el agua. Si seguías bajando por un caminito, podías ver la cascada desde lejos. El agua describía una caída de mucha distancia, con no tanto caudal de agua. El espectáculo valía la pena. Había un camino con el cartel de DANGEROUS, que parecía conducir hacia la base de la cascada. Empezamos a bajar, pero Duby con sus Crocs se vio imposibilitado de proseguir con la misión, así que seguí por mi cuenta.

 

 

Déjenme decirles (¿me dejan?) que no fue fácil. Yo estaba en ojotas, y el barro húmedo, con una pendiente pronunciada debajo, anunciaban problemas. Por momentos tenía que agarrarme de alguna raíz de una planta y usarla como soga para bajar de espaldas por la pendiente resbaladiza. A la media hora de descender, supuse que Duby iba a empezar a preocuparse, y decidí volver. Me saqué una foto en el punto más bajo hasta el que llegué, y volví.

 

Lo encontré tomándose una coca-cola en el barcito del compejo cabañístico. Emprendimos la caminata de vuelta hacia mi moto. La encontré tal cual la había dejado, pero no pude encenderla. ¿Por qué? Bueno… no tenía la llave. Empecé a buscarla desesperado por todas partes. Mochila, bolsillos, en la moto misma. Nada. El cuidador de las motos, un oriental de unos 15 años con pinta de problemas en el bocho (no puedo decir MONGOLICO porque a Karen le molesta) me señalaba algo en el piso. Miré varias veces a ver si se trataba de las llaves, pero no encontraba nada. El pibe me seguía señalando algo, hasta que me cansó y me fui. La única opción que quedaba era que las llaves estén debajo de aquel camino hacia la cascada, absolutamente embarrado, con el cartel de DANGER.

 

Tocaba volver a buscar las llaves. Era eso o volvernos en la moto de Duby al lugar de alquiler de motos, que quedaba a 50 kilómetros, yendo como Tonto y Re-Tonto cuando llegan a Alaska, y decirles que habíamos fallado en nuestra misión, que ni habíamos llegado a Tadlo, y que la moto había quedado ahí tirada porque perdimos las llaves.

 

Más o menos ya me conocía el camino, los trucos de dónde agarrarme en cada lugar (acá me engancho en ésta raíz, acá giro con este pie hacia esta roca, acá me tiro de culo porque no me queda otra) y pude llegar bastante rápidamente hasta el punto final donde me saqué la foto. Ah, buscaba el punto de la foto porque me acordé que la llave la tenía en el mismo bolsillo que la cámara, y tenían que haberse caído al sacarla. Tuve que bajar casi que culo-patín en una pendiente porque si bajaba parado me daba de lleno con un árbol de espinas. Al llegar abajo, revisé el piso y nada. Ni señal de las malditas llaves. Busqué debajo de arbustos, por los costados, un poco más abajo por si habían resbalado. Nada.

 

Afortunadamente, recordé que esa no había sido la única foto. Un poco más arriba había agarrado la cámara para sacarme otra. Subí algunos metros y ahí estaban, esperándome, mis amigas las llaves. Es curioso, porque nunca tuve problemas con las llaves del auto, pero las de la moto querían extraviarse continuamente. Subí nuevamente aquellos barros resbaladizos, cantando en voz alta la canción de feliz domingo al conseguir abrir el cofre. En uno de los puestitos de venta de la cascada, le compré un regalito a Zetu.

 

Sacándome esta foto perdí las llaves de la moto

 

Arrancamos camino pues, buscamos la moto de Duby, y seguimos por la ruta. No levantábamos más de 50 kilómetros por hora. No porque las motos no se la banquen. Eran unas Honda Wave de 100 cm cúbicos. Son motos MUY tranquilas, pero tiran bastante más de 50 kilómetros por hora. Íbamos a esa velocidad por seguridad. Yo les hubiera dado bastante más duro, talvez me hubiera limitado a unos 70 Km/h, pero Duby prefería mantenernos en 40 ó 50 Km/h y no me pareció mal.

 

Llegamos a la segunda cascada, la más recomendada por el francés de Pakse, y según él, por varias personas más. La verdad es que era muy bonito todo. Una cascada principal, y un arroyo ideal para remontar, con puentes de madera para atravesarlo. Todo prolijo, bien puesto, rústico, nada primer mundista, pero tampoco sucio y desordenado. Muy bien la verdad. Daban ganas de quedarse caminando por ahí, saltando de piedra en piedra arroyo arriba, pero el sol se ponía a las 18 horas, y ya eran las 16. Teníamos por delante unos 50 kilómetros, poco más de una hora de camino.

 

Bajamos de todas formas un caminito que nos acercó a la cascada. Se la podía ver muy de cerca, si estabas dispuesto a empaparte. Me puse el piloto de lluvias con mi mochila en la espalda, y la mochila de Duby en el pecho, para cubrirlas de las aguas cataratescas. Todavía tenía el casco puesto.

 

 

Pudimos bajar de esta forma ambos hasta la cascada y sacarnos algunas fotos, como ésta:

 

Nuevamente en la ruta, Duby iba adelante. Tuve que detenerme a sacar algunas fotos, a ponerme un buzo, o algo. Duby, al darse cuenta que no lo seguía, dio la vuelta, volvió hacia mí, y cuando me pasó quiso girar en U para pararse al lado mío, pero hizo algo muy habitual en él con las motos: Se confundió el freno con el acelerador. Por supuesto iba muy despacio porque estaba haciendo una maniobra pequeña para detenerse a mí lado, pero la cuestión fue que terminaron, la moto y él, en el piso. La moto todavía acelerada, con la rueda de costado girando rápidamente. Lo ayudé a levantarla, la revisamos, y todo parecía estar bien.

 

Continuamos camino. Ya eran las 16:30, estaba empezando a esconderse el sol atrás de las montañas, y el cielo comenzaba a cerrarse sobre nuestras cabezas. Unas nubes grises en el horizonte nos gritaban: “A QUE NO VIENEN PARA ACÁ, CAGONES”. Posta gritaban eso. Nosotros avanzábamos. Pasamos un pueblito llamado Pakong, con unas pocas casitas de madera a los costados de la ruta y no mucho más. A los 15 kilómetros de Pakong, se largó una tormenta importante. Duby iba adelante, a 50 Km/h, y yo no podía entender cómo podía mantener esa velocidad con las gotas gordas entrándole en los ojos cual si fueran piedras que te tiran los putos de Saavedra. Yo no podía mantener ese ritmo, no podía ver nada, iba con un ojo cerrado porque las gotas me estaban matando, el otro entreabierto, las pestañas mojadas tapándome la mitad de la visión, los dientes apretados tratando de concentrarme en el objetivo, el puño en el acelerador tratando de alcanzar a Duby, y la otra mano tocándole bocina para pedirle que frene. Finalmente, en un esfuerzo sobrehumano, logré alcanzarlo y pedirle que frene. Nos detuvimos al costado del camino, y elegimos una casita para guardarnos de la lluvia. Lo mismo habían hecho dos motoqueros de Laos. Uno llevaba en su moto un montón de cacharros, y el otro iba más ligero.

 

Esperando la lluvia cesar

 

Esperamos cerca de 20 minutos bajo este techo, mientras la noche nos alcanzaba y la lluvia no cesaba. Llegar a Tadlo, nuestro destino final, era un objetivo cada vez más distante, cada vez más imposible. Teníamos que pensar otras opciones. Estábamos en la mitad de Laos, en motos, con lluvia, mientras se nos caía la noche. Para vivir una aventura no hace falta estar perdido en la selva de Zimbabwe, en una 4×4 y de noche. De todas formas, acá por lo menos estábamos en el asfalto. Al siguiente pueblo faltaban unos 30 kilómetros, y hacia atrás teníamos a Pakong, a 15 kilómetros, donde Duby había visto un Guesthouse. Decidimos retroceder esos 15 kilómetros bajo la lluvia, y quedarnos a dormir en Pakong.

 

Nos despedimos de nuestros amigos motoqueros, subimos nuevamente a las motos, y emprendimos la marcha en el sentido contrario. Llovía menos, y por un momento dudamos si no seguir viaje hacia Tadlo, pero la elección de dormir en Pakong era la más segura, definitivamente. Duby iba adelante, buscando el Guesthouse que había visto a la ida. Yo vi uno, a la derecha de la ruta, pero supuse que Duby le apuntaba a otro. De todas formas no escuchaba mis bocinazos. Cuando logré alcanzarlo, divisamos arriba de una pradera, un hotel. Decidimos averiguar cuánto costaría. Parecía un lujo inabordable, pero por preguntar no nos costaba nada. Estábamos empapados, incluso nuestras mudas de ropa de repuesto.

 

Díganme si la palabra pradera no queda de puta madre para ubicar a un hotel que para nosotros era un lujo. Subimos esta pradera con las motos. Nos atendieron dos viejitos, los encargados o dueños del hotel. La señora manejaba más o menos el inglés. Logramos fijar una tarifa de unos 8 dólares por el cuarto. 4 dólares cada uno. Espectacular. Nos acompañaron a unas cabañas a unos 50 metros del hotel, que no sabíamos bien a qué o a quién pertenecían. No estaban nada mal de todas formas, debían ser como la categoría económica del hotel. Un cuarto divino, con camas limpitas, prolijas, las paredes sin humedad, el baño limpio sin pérdidas, goteras, piso inundado. Todo impecable. Hasta tenían toallas y jabones. De lujo.

 

Muy felices, nos dispusimos a desvestirnos. Lo que sigue puede sonar absolutamente homosexual, pero créanme que hicimos todo lo posible por mantener una distancia de al menos 3 metros y medio entre cada uno (el cuarto tenía 3 metros 52 centímetros de diagonal más larga). Teníamos mojada absolutamente toda la ropa: calzoncillos puestos, calzoncillos de repuesto, remera puesta, remera de repuesto, shorts, todo. La única vestimenta seca eran las toallas del hotel. Al salir de bañarnos, nos arropamos con las toallas, y nos dispusimos a dejar todas nuestras pertenencias de papel esparcidas por la habitación, para que se sequen. Estoy hablando de todo nuestro dinero, pasaportes, tickets de Rumania, carta de la aerolínea de Rumania, etc. Luego, nos metimos cada uno en su cama y disfrutamos de estar cómodos, sin frío, y seguros. Uno de esos momentos de felicidad, de arroparse con las tibias sábanas y escuchar a la hostil lluvia quejándose por tener dos víctimas menos.

 

El problema se presentó a la hora de cenar. Decidimos ponernos las toallas como pañales, y los shorts mojados arriba. Después de la primera sensación, uno se termina acostumbrando y no es tan incómodo volver a usar pañales, al menos por algunas horas.

 

Cenamos en el hotel mismo, al lado de un grupo de franceses. Nacionalidad que plaga estas tierras, tanto Laos como Camboya. No llegamos a entender por qué hay tantos franceses. Es impresionante. La comida muy bien. Nos volvimos al cuarto, y a dormir con sólo Chanel Nro. 5 puesto.

 

Cuando nos despertamos fue desayunar en el hotel mismo, pagar nuestras deudas, agradecer afectuosamente por la acogida en medio de la tormenta, y partir hacia Tadlo. Nos quedaba una larga distancia por delante, y todavía llovía, pero al menos era de día.

 

Nuestras motos se fueron abriendo paso en medio del asfalto, hasta que la lluvia cesó. De a poco, las nubes se fueron separando las unas de las otras, y encontramos el tan ansiado sol. Fui sintiendo de a poco cómo las ropas se secaban. Nos detuvimos en una granja orgánica, que tenía carteles auspiciándola. Uno decía “Free Entrance”. Nos recibieron muy bien. Tomar un café era carísimo, así que aceptamos recorrer un poco la finca, sin cargo. Estaba impresionante. Todo impecable, puentecitos de madera laqueada atravesando arroyos, el pasto cortadito, verde, prolijo, de la misma altura, las casitas de madera, las flores a los costados de los caminos, los esclavos trabajando para los dueños. Todo perfecto.

 

Duby compró como una tela muy copada a unas minas que lo estaban haciendo en ese preciso momento, algo que sirve para centro de mesa, o cosas por el estilo.

 

Seguimos viaje. Poco después llegábamos a Tadlo. Recorrimos los guesthouses, preguntando precios. En realidad buscábamos el recomendado por la Lonely Planet: “TIM’S”. El cuarto costaba unos 40.000 Kip. 2 Euros cada uno. Era bastante feo, con paredes de paja, sin baño, todo el camino para llegar a la cabaña inundado. Nos quedamos ahí. Creo que simplemente porque lo recomendaba la Lonely Planet, o porque el lugar común nos había gustado.

 

Dejamos los bolsos, y salimos a comer algo. Encontramos un restaurante divino al lado del río, que también tenía cuartos con paredes de verdad. Nos arrepentimos muchísimo de no haberlo visto antes, de haberlo elegido en lugar del asqueroso de TIM’S. Nos pedimos unos fideos con pollo y hormigas. En realidad las hormigas no las pedimos pero vinieron de onda. Intentamos separarlas para comerlas después, pero nos resultaba imposible. Algunas estaban muy bien escondidas en la salsa. Llegó un punto en el que eran demasiadas, y nos terminó dando impresión, así que fuimos a devolver los platos. Ni nos preguntaron si queríamos otra cosa, no les importó mucho. Pagamos las gaseosas y nos fuimos. Una vieja del restaurante se quedó comiendo los fideos de Duby mientras nos alejábamos.

 

Decidimos comer en nuestro hostel. Duby se pidió un panqueque, y yo un arroz con pollo. Al lado nuestro vimos por primera vez el Sticky Rice, que consiste en un arroz muy comprimido y pegajoso, que uno puede comprimirlo aún más y usarlo para untar en la comida como si fuese pan. Unos franceses lo comían, acompañándolo con un pollo al curry.

 

Salimos a averiguar por la caminata en elefante. Después de mucho preguntar, encontramos el Tadlo Lodge que ofrecía este paseo en elefante. Costaba unos 10 dólares cada uno, pero si había un lugar para hacerlo, tenía que ser ahí. Por lo que se comentaba, trataban muy bien a los bichos, la plata era para los veterinarios, la comida de los elefantes, y para pagarle el sueldo a los de la tribu local que los entrenaban y cuidaban. Solamente podíamos hacerlo al día siguiente a las 8am, porque teníamos que devolver las motos a las 12 del mediodía. Contratamos los servicios elefantísticos, y volvimos al hostel.

 

Decidimos aprovechar las motos, e ir a dar una vuelta. Las pisteamos por caminitos de tierra cercanos a Tadlo, dando vueltas, viendo cómo funcionaba más o menos el campo de Laos (igual que el de cualquier otra parte pero sin gauchos a caballo). En uno de estos caminos de tierra, nos cruzamos con una manada de bueyes. Un nene de unos 4 años se aproximó corriendo a uno de ellos, y encarándolo de frente, lo agarró de los cuernos. Empezó a pegarle golpecitos en la cabeza. Pensamos que el pendejo se iba a comer flor de cornazo, pero el buey agachó sumisamente la cabeza, y se la ofreció al niño, quien lo agarró de los dos cuernos, y subió caminando por la cabeza hasta su lomo. Nos miraba riéndose, dándose cuenta que lo que había acabado de hacer, para nosotros, era un delirio.

 

 

Una foto de un nene local que nada tiene que ver con el relato

 

Salimos al asfalto, y seguimos recorriendo la ruta. Llegamos a ver una cascada cayendo desde la cima de una montaña altísima, formada por piedras. Cuando llegamos al final del camino, nos detuvimos a mirar el paisaje. Fue cuando Duby descubrió que el manubrio de su moto estaba desencajado. Evidentemente, cuando la moto cayó, esto se había salido. Intentamos recolocarlo, pero era imposible. En este momento nos dimos cuenta que el plástico del guardabarros (si se llama igual que en un auto) estaba roto. Definitivamente, estaba partido. Empezamos a revisar las fotos que sacamos antes de alquilarlas, por si teníamos alguna discusión, pero no teníamos ninguna de esa zona. Después de mucho estudiar esas fotos y otras, encontramos que eso lo habíamos roto nosotros.

 

Duby se bajoneó mucho, y estuvo un buen rato pensando cuánto le iban a cobrar, nervioso por ese momento, etc. Nos pareció que lo mejor para que se tranquilice era averiguar cuánto costaba ese plástico nuevo. Así que eso hicimos. Nos pusimos a buscar un negocio de reparación de motos en la ruta de Tadlo. Era un delirio. Finalmente encontramos un taller, y nos supimos hacer entender. El plástico nuevo costaba unos 15 dólares, y hasta tenían las calcomanías que llevaba. Pensamos seriamente si arreglarlo nosotros, pero creímos que iba a ser peor, que si se daban cuenta iban a sospechar. Por lo menos teníamos el argumento del monto para poder discutir.

 

El mecánico recolocó la parte salida del manubrio, y volvimos al hostel. Duby ya estaba mucho más tranquilo. Era muy diferente tener el plástico un poco roto que al manubrio salido (evidenciaba accidente).

 

Nuestro amigo mecánico de Tadlo

 

Notamos que estábamos en un país con mucho río, y sin embargo no habíamos probado el pescado. El hostel ofrecía unos pescados a la parrilla que sonaban bastante tentadores, e indicaban en la carta: “Media hora de espera”. Lo pedimos, y nos tiramos en el cuarto a esperar. A la media hora, fuimos a sentarnos, esperando nuestra comida. Demoró media hora más. Los tiempos de Laos son delirantes. Sobre todo en los restaurantes. Creemos que tiene que ver con que casi nadie tiene heladera. Los alimentos son fresquísimos, pero no tienen forma de conservar nada, de tener en el freezer verduras cortadas o salsas ya listas. Por eso tardan por lo menos 40 minutos para cualquier plato simple que uno pida.

 

El pescado estaba muy bueno. Vino con cabeza, piel, todo incluido. Nos fuimos a dormir, teníamos que madrugar al día siguiente. Pusimos los mosquiteros, y nos recostamos en las camas más duras en las que jamás hayamos dormido. Aquel que dice que cuanto más dura, mejor es para la espalda… ¡A MI QUE CARAJOS ME IMPORTA LA ESPALDA SI NO PUEDO DORMIR UNA GOMA!

 

 

Ducha, desayuno y elefante. Tuvimos que treparnos a una plataforma altísima de madera, a esperar que el elefante nos pase a buscar. Su “chofer”, se subió usando la pata derecha del bicho para treparse (con ayuda del elefante). Nos subimos los dos en el mismo, en una especie de asiento de madera incomodísimo. Arrancamos el paseo. Al principio la verdad es que da lástima el bicho. Entiendo que pesa 80 mil toneladas y que nosotros somos como hormigas para él, pero cuando tenía que mandarse montaña arriba durante varios minutos, con tres tipos a cuestas… daba lástima.

 

Esta foto posta que la sacamos desde arriba del elefante. Posta.

 

 

No está mal, de todas formas, ver cómo se abre camino un elefante por la selva, sin que le importe nada ni nadie. Arrasa con todo menos con los árboles. Se lleva por delante arbustos, piedras, troncos, agua. Es como ir arriba de un tanque natural. Es impresionante lo poderoso que es este animal. La verdad es que nunca creí que iba a estar tan cerca de uno, y mucho menos subirme encima, después del episodio de África. Se sienten sus pasos firmes y fuertes, dejando el hueco gigante en la tierra húmeda. Son unos bichos geniales.

 

Todo esto pasa o lo pensé en los primeros 3 minutos. Los otros 67 minutos fueron bastante aburridos. El elefante no es un animal muy rápido que digamos. Tuvo sus momentos interesantes cuando le pedía que se mande por el borde de un lago que tenía algo de profundidad, o cuando tenía que subir mucho y uno se tambaleaba bastante creyendo que el elefante en cualquier momento se tropezaba y nos pegábamos todos un palo importante.

 

Nuestro monstruo

 

Llegando de nuevo al Lodge, se largó a llover. Nuestro guía sacó un paraguas, en el que nos metimos con mucha dificultad los tres. Al llegar, esperamos un rato que la lluvia aminore, y luego caminamos al hostel. Agarramos las mochilitas, y con lluvia y todo nos determinamos a salir a la ruta.

 

Recién venía pensando cuáles son mis escenas de amor preferidas. Creo que serían:

  • Adam Sandler y Emily Watson en “Punch Drunk Love”… él arrancando el teléfono y yendo a buscar al vendedor de colchones… y yendo a Hawai con los puntos de los postres esos.
  • El policía bigotudo de John C Riley con la rubia drogadicta en “Magnolia”… la cita que tienen en la que se preguntan si está bien besarse ya.
  • Jim Carrey y la minita de Titanic… cómo se llamaba… esa, en “Eternal Sunshine…”, la escena del final.
  • Creo que clasifica como una escena de amor, Nicolas Cage y su hermano mellizo en “Adaptation”, sobre el final en el bosque, escondidos… lo que le dice el hermano.

 

2 de Paul Thomas Anderson, y 2 de Charlie Kaufmann. Creo que estas 4 escenas hablan más de mí que todos mis relatos. Al menos me conformo con no haber elegido una de Woody Allen. Todo bien con los neuróticos pero tampoco para tanto.

 

El camino de vuelta no tuvo mayores particularidades ni problemas. Hicimos los 80 kilómetros del camino de vuelta (el de ida habían sido 100 Km porque fue por otro lugar) bastante rápido, y cerca de las 12 del mediodía estábamos llegando a Pakse para devolver nuestras motos. Restaba solucionar el inconveniente con la moto de Duby, quien venía muy nervioso pensando cuál sería la mejor forma de solucionar el tema. Si convendría hacerse el boludo, decirle lo que pasó y rezar que la honestidad traiga aparejada un descuento, etc. Nos fuimos metiendo en la ciudad. Lo primero que notamos fue todo el polvo de los camiones que nos entraba en los ojos. Insoportable. La próxima con anteojos de sol. Yo tengo la particularidad de tener unos ojos que son proclives a atraer piedras, gotas de lluvia, tierra, moscas o polvo. No sé por qué, pero continuamente me entraban cosas en los ojos que me hacían disminuir la velocidad para sacármelas.

 

A 2 cuadras de devolverlas, Duby se detiene y me pide que vaya primero, así revisaban mi moto, veían que estaba todo bien, y a la de Duby le prestaban menos atención. Eso hicimos. Fui avanzando lentamente por la avenida principal, buscando dónde las habíamos alquilado. Me detuve frente a un par de negocios, dudando cuál era, buscando el nuestro con la mirada, cuando me doy vuelta y veo que Duby se me tira encima, me choca con su moto, y se cae al piso. Me quedé mirándolo sin entender. Se paró rápidamente, levantó la moto, y notamos que todavía faltaban unos 30 metros para nuestro local, y que nadie se había dado cuenta de nada.

 

Devolví mi moto, la revisaron, todo estaba en orden. Cuando llegó el momento de la de Duby, encontraron el plástico roto. Empezaron a decir que iba a tener que pagarlo, pero no le decían un precio. Duby no quería preguntar cuánto era, porque eso significaría que estaba dispuesto a pagar. Discutía sin valores, diciendo que no se dio cuenta, preguntando si eso no estaba, si no había forma que se lo perdonen. Cuando finalmente notó que no le iban a decir el precio pero que aún así insistían en que pague, preguntó cuánto era. Fueron simplemente 70.000 Kips, unos 7 Euros. Más barato aún que el mecánico en la ruta de Tadlo. Obviamente intentó negociarlo, que le cobren aún menos, y algo de descuento logró. No por el repuesto, que probablemente eso es lo que les había costado a ellos, sino por el alquiler. Buena onda los pibes.

 

Terminada la negociación y la devolución, fuimos al negocio de al lado a comernos una buena pizza. Obviamente, adentro del restaurante eran todos franceses. En la puerta una enana con una cabeza gigante nos miraba con cara de lástima y pedía monedas. La verdad es que lástima daba. Por suerte la francesa se levantó y le dio unas monedas, así nos dejó seguir comiendo tranquilos, sin culpas. Es obvio que si en un restaurante hay un europeo y un sudaca, y afuera una enana asiática pidiendo, corresponde que sean los europeos los que hagan caridad primero. A veces siento que me estoy tomando demasiado en serio este personaje de hijo de puta. Perdón Tibu.

 

Terminada la pizza, usamos un poco de internet, me senté a escribir un poco mientras Duby salía a pasear y a comprarse una remera, nos fuimos a un bolishopping a comprar dentífrico y un par de galletitas, y volvimos al hostel a ducharnos y esperar que nos pasen a buscar para ir a Vientiane.

 

¡Happy New Year! Es muy común encontrar estos carteles en Laos en Agosto

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One Comment

  1. Che un par de cosas, Loco.
    No puede ser que SIEMPRE te enfermás- Siempre te automedicás y siempre tomás porquerías… Encontrá la razón de tanta garganta inflamada, y solucionálo (diría el Tibu, que casi que nunca lo vi en mi vida aunque se su secreto).
    Otra cosa, nosotras anduvimos en elefante como 5 años atrás. Jumo, Ilo y mi persona. En Luján Zoo. Una experiencia inigualable eh, casi que no quiero irme a Laos a copiarte.
    No se dónde andás ahora pero los pibes te estamos esperando pa.
    Buen viaje de regreso, o de ida.
    Neshika gdola metumtam.

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