Chiang Mai, Tailandia #27

La llegada a Chiang Mai ya empezaba a tener sabor a final de viaje. Habíamos recorrido medio mundo, y volver a Tailandia, un país con una infraestructura turística impresionante, donde viajar es fácil, sin problemas ni peligros aparentes, nos obligaba a sumergirnos en las profundidades recónditas de nuestras almas y preguntarnos por qué sibarita es tan rica.

 

La combi nos dejó en un hotel, y nos recibió una gorda muy agradable diciendo que nos podía asesorar en lo que quisiéramos. Nos pareció raro que no insista en que nos quedemos en su hotel, pero era simplemente buena onda. Trish, la chica que habíamos conocido un mes antes en Phuket, nos había recomendado uno, y al preguntarle a la gorda por las indicaciones para llegar a este hostel, nos dijo que ahí mismo estábamos, que su hostel era el recomendado por Trish. Vimos el cuarto, nos pareció más que aceptable, y nos quedamos.

 

Era sábado a la mañana, y en lo referente a mi viaje a China del miércoles a la noche, me faltaba resolver un pequeño tema: todavía no tenía Visa. El Consulado Chino de Chiang Mai obviamente estaba cerrado el fin de semana, lo cual me dejaba tan sólo dos días para aplicar para la Visa, pagarla, y que me la entreguen. Todas cosas a resolver a partir del día Lunes; no era momento para preocuparse. Importaba el aquí y ahora.

 

Chiang Mai

 

Yo me quedé durmiendo, leyendo o escribiendo mientras Duby se fue a caminar, ver templos o tomar un helado. El Qué poco importa, y si esos Qués tuvieran Cómos interesantes, se los contaría. Lo cierto es que yo lo acompañé a ver algunos templos, mientras buscábamos CDs para el auto que alquilaríamos al día siguiente. Misión que dicho sea de paso no fue exitosa porque en Chiang Mai nadie vende discos musicales. Ni siquiera en el night market.

 

Imitando al Buda en uno de los templos

 

Increíblemente, esto es una estatua.

 

Al día siguiente fuimos a caminar un poco, a conocer el negocio de John, que por más que tenga un nombre en inglés era más tailandés que Paradorn Srichaphan, un jugador de tenis tailandés que debería ser famoso según Google, pero que yo no lo conozco y la vieja a lo mejor tampoco. John es un artista que tiene un negocio increíble, de pasillos muy angostos llenos de cuadritos, remeras, señaladores, de todo, y todo pintado por él en el transcurso de 30 años. Muy copado el tipo.

 

        El negocio de John, desde afuera.    

 

Por la tarde fuimos a buscar nuestro auto. Por fin. De un viaje que planificamos hacer en gran parte en auto, terminamos alquilando por un solo día. El anteúltimo día de viaje. Firmamos lo que teníamos que firmar y salimos, siendo las 18 horas, al Night Safari.

 

Nuestro bólido

 

Lo primero que vimos al entrar fue un elefante pequeño (pequeño para ser elefante) que había aprendido a bailar, a pararse en dos patas, a agradecer. La gente pasaba, compraba bananas a su amo, se las daba, y el elefante agradecía colocando una pata detrás de la otra y haciendo una reverencia. Era muy impresionante, pero al mismo tiempo es curioso ver cómo nos emocionamos y creemos que un animal es mejor simplemente porque actúa como humano. Somos lo peor. Pobre bicho. De todas formas muy diferente al que nos atacó en Zimbabwe.

 

El elefante bailando

 

El elefante jugando

 

Acá pueden ver al elefante jugando un poco: http://www.youtube.com/watch?v=lnwqCY8QS2M

 

Tuvimos que hacer tiempo porque el Night Safari arrancaba como hora y media más tarde. Nos sentamos en un salón, paseamos, caminamos, nos sacamos una foto con un tigre blanco chiquito, y fuimos al Night Safari.

 

 

La primera parte es para ver animales no predadores. Estuvo bueno. El highlight del paseo fueron las jirafas, acostumbradas a ser alimentadas por los pasajeros de los trencitos del Safari, se te acercan mucho y te meten la cabezota al lado. Podés acariciarlas y darles de comer zanahorias. Se te acercan varias a exigir su alimento. Está piola.

 

Después tuvimos que esperar otra media hora para la segunda parte del Safari que era para ver a los predadores. No estuvo mal, vimos de todo, pero un poco a lo lejos, y medio escondidos (nosotros no, los animales). No entendimos bien por qué se trataba de un Night Safari. A medida que avanzábamos en el trencito, veíamos que justo en ese momento los animales estaban siendo alimentados, y una luz de farol los iluminaba para que nosotros desde el trencito podamos observarlos. Todo muy preparado, pero igual lo disfrutamos.

 

Esperando que arranque el Night Safari de predadores.

 

Al día siguiente teníamos que madrugar para estar a las 8:30 en el Consulado de China, y poder aprovechar el día de auto yéndonos a conocer un par de pueblos “cercanos”. Así que esa noche fue comer en un Seven Eleven rapidito, unas hamburguesas de pollo que el flaco sacó del freezer, metió en el microondas, y al minuto estaban listas. Yo me comí una con mucha impresión, diciendo que era imposible que esa hamburguesa esté cocinada, que esa comida nos iba a envenenar. Lo cierto es que estaba bastante buena. Duby se pidió otra, y yo me quedé medio impresionado y desistí. La verdad es que mal no nos cayó.

 

Al día siguiente hicimos check-out, dejamos el short de Duby en una lavandería porque desde Luang Namtha que lo venía arrastrando y el olor a humedad se condensaba cada vez más. Todo para ahorrarnos un lavado porque ya faltaba poco para volver a Buenos Aires. Manejamos hasta el Consulado de China, abría a las 9am y no a las 8.30am. Tuvimos que esperar esa media hora en una confitería. A las 9am caminé, y me paré en la cola, detrás de 3 personas. Atrás mío se paró una chica, y me hizo algunas preguntas respecto al horario que abrían, a si sabía cuánto era el mínimo tiempo que iban a tardar en hacer la Visa, etc. Le dije que yo estaba más o menos en la misma: “I’,m more or less on the same”, le podría haber dicho. Le pregunté de dónde era, y contestó Israel. Qué copado, le dije, tengo familia en Haifa, un abuelo enterrado para ser más exactos. A lo que me miró sorprendida y dijo: “¿Y vos de dónde sos?, ¿Marruecos?”. Claro, la piba pensaba que yo era un terrorista marroquí porque tenía una remera toda escrita en Arabe que abajo decía Marruecos, y en árabe decía: “Matemos a todos los judíos”. Creo que no me creyó que tengo familia en Israel.

 

Dos chinitas adelante mío se me pusieron a hablar, a felicitarme por ir a Beijing, muy contentas. Llegó el momento de entrar, llené los papeles necesarios, y me presenté en la ventanilla. Me atendió una chica por demás agradable, que me preguntó en qué teléfono podían ubicarme. Le contesté: “No, sólo por mail, porque ahora me estoy yendo a un pueblo hippie llamado Pai o Tai o algo así y no tengo teléfono”. En el momento de decirlo me resultó raro. Como que las palabras me salieron y apenas las dije me di cuenta que estaba solicitando Visa para un país al que si no me dejaban entrar, me quedaba sin forma de volver a Buenos Aires. Perdía varios pasajes. La mina se rió, pensando: “Este pibe está loco pero parece inofensivo”, y me dijo: “Ok, chequeá tu mail cada tanto a ver si está todo bien, aunque creo que no va a haber problemas”. Muy simpática con los locos. Agradecí, y me fui.

 

Busqué a Duby por la confitería de enfrente, atendida por un viejito que no hablaba una palabra creo que ni siquiera de tailandés. Nos cobró una fortuna por dos cafés con leche con unas galletitas, y arrancamos camino hacia Pai. Antes hicimos una escala en un pueblo donde las minas tienen anillos en el cuello. De esas que se estiran el cuello hacia arriba usando estos anillos, y ya se lo destruyen tanto que si les sacan los anillos, no pueden sostener la cabeza y mueren. Se obligan a sí mismas a usar esos anillos toda la vida. Una cultura diferente, podríamos decir. Cuando nos bajamos del auto, Duby me preguntó si iba a entrar. Le dije que si costaba menos de 5 dólares entraba. Costaba 15.

 

Me quedé en el auto esperando que Duby haga el recorrido por este pueblo. Habíamos escuchado muchas críticas con respecto a la situación de estas minas. La gallega de Luang Prabang criticaba al gobierno tailandés porque simplemente permitía que estas mujeres estén en su país porque eso aumentaba el turismo. Fuimos con muchas dudas, esperando no estar alimentando la morbosidad, la pornografía que involucraba ver a estas mujeres como los gringos que pagan 300 dólares por un tour en la Villa 31.

 

 

 

 

Duby volvió, y seguimos camino hacia Pai. El camino de ida lo hice yo, arduo camino de montañas, pero bastante despejado en término camiones. Disfruté mucho de manejar por estos caminos. El que no lo disfrutó tanto fue Duby que estuvo mareado todo el viaje. Paramos a comer algo en la ruta, cosa que queríamos hacer desde que arrancamos el viaje. Tener esa libertad. La habíamos experimentado con las motos, pero el auto nos llevaba a África, a esa libertad de tener nuestra casa sobre nuestras cabezas todo el tiempo. Pocas horas después llegábamos a Pai. Nos íbamos a quedar tan sólo por una noche, y luego tocaba hacer el mismo camino de regreso, devolver el auto, y tomarnos el Bondi hacia Bangkok.

 

Llovía torrencialmente, y queríamos tener una buena última noche. Recorrimos buena parte de los alojamientos de Pai, pero ninguno nos convencía. Duby quería algo medio alejado del pueblo, privado, romántico, donde poder decirme que todo lo de las mochilas había sido una fachada. Lo principal que no nos convencía de los alojamientos que visitábamos era el precio. Eran de un lujo infernal, y carísimos. Queríamos dormir bien la última noche, ¡pero tampoco pagar más de 5 dólares!

 

Terminamos encontrando uno que no estaba mal, un poco más caro de lo que esperábamos, pero de buen precio para lo que era Pai. No paraba de llover, y mientras Duby se tiró a descansar un rato, a leer, o hacer ejercicios de sudoku, yo me fui a comprar cosas para merendar. Comimos Oreo con unos jugos mientras veíamos Matrix. Una película que odié a primera vista, pero que al verla por segunda vez, hace unos años, había aprendido a disfrutar, de cierta forma. Esta era la 3era vez, y a nadie le importa.

 

Salimos a cenar, y lo único que encontramos abierto era un lugar igual al que habíamos ido en Laos, donde se ponen las verduras al costado de una sartén, inundada de caldo, y en el centro, seco, se ponen las carnecitas, pollitos, etc. Nos atendió un holandés, que era el dueño, y nos dio las indicaciones básicas. Comimos bien, nos subimos al auto nuevamente, y volvimos al hotel. No había parado de llover desde que llegamos a Pai, así que el viaje terminó siendo nada más que una excusa para manejar un poco por las rutas tailandesas.

 

Cenando. Yo con cara de dudosa orientación sexual.

 

Al día siguiente amanecimos temprano, compramos en un Seven Eleven algunas cosas para picar de desayuno, y empezamos a bajar la montaña. Esta vez manejaba Duby. El viaje fue ameno, y esta vez sí que se sentía como final del viaje. A partir de ahí TODO era retorno. Desde ahí era Chiang Mai – Bangkok – Beijing – Buenos Aires en mi caso; y Chiang Mai – Bangkok – Berlín – Milano – Madrid – Buenos Aires en el caso de Duby. Cada vez más cerca de casa.

 

Llegamos a Bangkok, me bajé en el Consulado de China, me otorgaron la Visa, pagué, y nos fuimos a almorzar algo. Comimos, no hicimos mucho en todo el día, creo que lo de John fue este día y no el anterior (el artista ese de pasillos angostos). Buscamos el short de Duby, hicimos huevo en el hostel leyendo un poco, terminé el libro de Mutis de Ale Max, pedimos un tuk-tuk, y nos fuimos a la estación.

 

El micro estaba bastante bien. Los asientos se reclinaban mucho, y habíamos elegido los de adelante de todo, que tenían un espacio gigante para las piernas en una tarima. Estábamos como queríamos. Con todo para ser felices.

 

Atrás nuestro viajaba una tailandesa que había estado casada con un canadiense, y tenían un hijo juntos. Se había divorciado hacía pocos días, y se iba a visitar a la hermana 40 horas al sur de Tailandia para que le de apoyo moral. Nos dieron ganas de hacerle varias preguntas respecto a por qué se veían tantas parejas de sajones con tailandesas, pero no nos dio para mucho. La piba se había casado como a los 17 años con el canadiense. Hablaba muy bien inglés.

 

No hay mucho más para contar de este viaje. Estábamos volviendo, y eso nos dejaba un sabor agridulce en la boca. Todos los análisis profundos acerca de qué significó este viaje, en el próximo capítulo DEEEEEE….

Similar Posts

One Comment

  1. La tribu Karen tiene su ubicación a 40 km de Mae Hong Song en Tailandia. Ellas siguen una antigua tradición que consta de tener el cuello lo más alargado posible. Para lograr su objetivo utilizan unas anillas doradas que rodean el cuello hasta alargarlo a dimensiones increíbles.

    La transformación comienza desde temprana edad, al colocarse aros en el cuello, paulatinamente mientras transcurren los años.

    La vida de estas mujeres está marcada por sus collares. Nunca se los quitan. Ni para dormir, ni para lavarse, ni para comer…

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *