Vientiane, Laos #22

Habíamos comprado pasajes categoría Sleeper. No nos imaginábamos con qué nos íbamos a encontrar, pero digamos que nos subimos al tuk-tuk que nos llevaba a la terminal con las pastillas de suicidio en los bolsillos. Al llegar, subimos al autobús, y nos encontramos con una imagen imposible. Era un dormitorio de hostel con ruedas. Camas, auténticas camas. Caminando por el pasillo del colectivo, te encontrabas con dos filas – una arriba de la otra – de camas a la derecha, y otras dos filas a la izquierda. Cada fila tenía unas 6 camas. En total serían unas 24. Cuando digo camas, digo camas. Completamente horizontales, de un largo de 1,70 metros cada una, y un ancho de 80 centímetros. Una cosa de locos.

 

El Sleeper bus

 

El único problema es que había que compartirlas. Es decir, un ticket correspondía a media cama. A mí, obviamente, me tocaba compartir con Duby, a quien le empezó a agarrar un ataque de pánico. Hicimos pies con cabeza, y nos sentamos a esperar que arranque.

 

Subió una chica a revisar los asientos, con un listado de los lugares vacíos. Duby, inmediatamente, le preguntó si podía acostarse en una cama de las vacías. La mina asintió. Con mucha felicidad, Duby se fue a la última cama de la fila de la derecha. Yo estaba en la anteúltima de la izquierda. Los dos arriba. Mucha felicidad, cada uno en su cama, para un viaje de unas 9 horas, impresionantemente cómodos. No queríamos cantar victoria porque estas cosas ya sabemos cómo son: estás en un micro recontra cómodo, a punto de ver una película hollywoodense, que te va a cruzar de un país a otro en 14 horas, y te terminan bajando, pegando una patada en el traste, y obligándote a tomarte 4 micros, dos botes, 3 taxis y una bicicleta, trayecto en el cual perdés tu mochila de mano en donde tenés la cámara de fotos, todos tus discos de mp3, el discman y un polar muy copado. Para dar un ejemplo así que se me ocurre no sé de dónde.

 

Una cama más cercana al conductor, de mi mismo lado, también arriba, se acostaban dos italianas muy raras. Como si no tuviesen noción alguna de estética, de moda, de nada. Yo tampoco soy Yves Saint Laurent (si eso fue una persona alguna vez antes que una marca), pero por lo menos no me pongo anteojos culo de botella, peinado al medio, las medias arriba de los pantalones y el pantalón arriba de la remera. Eran de película. Duby me deja mentir.

 

Una cama más cercana al conductor, iba una israelí que luego conoceremos por el nombre de Gali. En la cama de al lado, al otro lado del pasillito, iban sus dos amigas Yael y Adi, también israelíes. Hasta el momento ni idea quiénes eran, ni de qué país, ni qué hacían ahí.

 

Cada tanto el micro se frenaba y una linterna frenética buscaba lugares vacíos para acomodar a los asiáticos que querían abordar el micro en la mitad de esa noche de lluvia. En esos momentos yo ocupaba la mayor cantidad de cama posible, sin dejar lugar a nadie. Por supuesto, si me decían algo, iba a mostrar mis dos tickets, y decir que había comprado dos para tener la cama para mí solo. Todo bien con dormir con Duby, homofóbico no soy, pero que no me metan a un chino mojado en una cama diminuta.

 

Duby también se hacía el boludo, hasta que le metieron un chino al lado. Tenía algo de espacio, pero el chino se movía mucho, se le iba acercando cada vez más, roncaba mucho y no lo dejaba dormir. Cerca de las 3 de la mañana, después de mucho dar vueltas, se decidió a despertarme y ver si podía bancarme yo un rato al chino; después de todo, yo ya había dormido bien un buen rato. El trato me pareció justo.

 

Hicimos enroque, y me fui al lado del chinito. Era cierto: roncaba como un animal. Más o menos me las pude arreglar para dormir algo. Me daba bastante asco sentirlo tan cerca, roncando. De todas formas no sé si me molestaba más el chino tan cerca y roncando, o el olor de la frazada que te daban en el micro.

 

Llegamos a Vientiane, e inmediatamente empezaron a ofrecernos transporte al centro. Los tuk-tukeros se ponían bastante pesados. De alguna forma empezamos a hablar con una pareja de croatas que mascaban chicle como si de eso dependiese la continuidad de la raza humana en la tierra. O también podría decir que mascaban chicle como si sus mandíbulas creyesen que todavía estaban en los noventas.

 

El croata macho tomó la posta de la situación y empezó a negociar con los tuk-tuks en nombre de todos. Por supuesto, siempre es más fácil negociar cuando se realiza una compra al por mayor. Lo curioso es que los tuk-tuks costaban 1 Euro cada uno hasta el centro. Después de mucho caminar, amagar que nos íbamos de la estación, negociar con medio mundo, consiguió un tuk-tuk que nos llevaba por 80 centavos de Euro cada uno. Digamos que el sabor del triunfo, en este caso, no tuvo mucho gusto.

 

Ahí íbamos pues, en nuestro tuk-tuk, los croatas con mandíbulas de los 90, Duby y yo. Nos dejaron en el centro, y emprendimos la caminata hasta el primer hostel recomendado por Lonely Planet.

 

Después de esa noche en la cabaña de paja hiper incómoda de Tadlo, queríamos algo definitivamente cómodo. Estábamos dispuestos a caminarnos todo Vientiane si hacía falta. Podría decir que eso hicimos. Fuimos a más de 5 alojamientos, pero ninguno nos cerraba. Algunos por calidad edilicia, otros por precios. Empezaba a hacer mucho calor, y se sentía, sobre todo en los bigotes de la croata hembra que tenía una gota de sudor gordísima arriba del labio superior derecho. Esas gotas de sudor que brillan por el sol, gigante, salada, desagradable. Obviamente también tenía toda la frente transpirada, pero eso no era lo que molstaba. No se la podía mirar a la cara. Necesitaba imperiosamente que se dé cuenta que tenía una gota de sudor gigante en los bigotes, pero no hubo caso.

 

Pasamos frente a un hotel que parecía de demasiada categoría para nosotros, pero nos decidimos a preguntar de todas formas. Costaba 170.000 Kips el cuarto, lo que equivale a 17 Euros. Veníamos pagando siempre menos de 5 Euros entre los dos, y se nos iba definitivamente de presupuesto, pero al menos incluía un desayuno muy completo, e íbamos a descansar como correspondía. Aceptamos. Los croatas hicieron lo mismo.

 

El cuarto era espectacular. Digo, espectacular para lo que veníamos viendo. Buenos colchones, heladerita, aire acondicionado, bañadera, nada de ducha eléctrica, muebles de madera lindos para apoyar las cosas, UN BALCÓN… ¡Escuchame!

 

Decidimos tirarnos el lance de bajar a desayunar, por más que nos correspondía el desayuno de la mañana siguiente y no el de esa mañana. Entramos al restaurante, nos servimos de todo, empezamos a morfar, y un gordo nos preguntó de qué cuarto éramos. Estaba la opción de mentir, pero podía ser para peor. Mejor hacerte el pelotudo. Le dijimos el cuarto, revisó un listado, se fue a recepción, volvió, y nos señaló la recepción como indicándonos que teníamos que ir a hablar ahí. Como el tipo no entendía ni hablaba nada de inglés, pudimos hacernos los boludos sin mayor dificultad.

 

Luego del desayuno, fue ducha y siesta inmediatamente. Cerca de las 11 de la mañana sonó el despertador, y tocaba salir a recorrer Vientiane. A mí la verdad es que la capital de Laos me tenía bastante sin cuidado, y seguir viendo templos no era lo que más me interesaba. Para ser sincero, lo que más me interesaba era quedarme en esa cama hasta que el colchón se desintegre. Duby salió a caminar solo pues. Intenté seguir durmiendo pero no hubo caso. Me puse a escribir, y a la hora del almuerzo bajé a buscar algo para comer.

 

Encontré una French Bakery, donde me comí una baguette de pollo, queso, tomate, lechuga, zanahoria y muchas cosas buenas. Estaba muy rico. Volví al hotel, en donde me agarró el tipo de recepción y me dijo que si queríamos desayunar al día siguiente, íbamos a tener que pagar. Y bueno, si no queda otra. Junté energías, y salí a la calle. Habíamos quedado con Duby en encontrarnos a las 16 horas en un templo donde los sábados a la tarde ofrecían meditación para turistas.

 

La caminata fue larga, pero la disfruté mucho. Vientiane no era lo que me había imaginado. Definitivamente no era Once, no era Tegucigalpa, no era Rasht. Parecía más un pueblo que una ciudad. En toda mi estadía no vi un solo edificio de más de 4 pisos. Hay unos parques construidos a la vera del río muy lindos, donde la gente se tira a descansar como si estuviesen en Irán (pero sin carpas) o en Recoleta. Mi única información para encontrar al templo, y a Duby, y al curso de meditación, era el nombre del templo. Cada 2 cuadras tenía que preguntar nuevamente, porque de toda la explicación en el idioma de Laos, la única parte que entendía era si tenía que seguir derecho o doblar. Así que lo mejor era preguntar cada 2 cuadras hasta que alguno me indique que me había pasado.

 

Pregunté a unas 15 personas en todo el trayecto. No fue fácil, para nada, pero cerca de las 16:05 encontré el templo, cuando ya creía que era una misión imposible. Estaban terminando con la explicación inicial. Ahí estaba Duby, sentado con las piernas cruzadas, a punto de arrancar con su primera meditación. De golpe, empezaron todos a meditar y yo me había quedado sin instrucciones. Cerré los ojos, e hice lo que recordaba del Arte de Vivir, esos 4 días que me cambiaron la vida para siempre. Empecé a respirar a través de la laringe, o la faringe, o las orejas, no me acuerdo. Contando los segundos de exhalar, aspirar, etc. Concentrado en la respiración, y dejando la mente fluir, irse lejos, volar, recorrer nubes, esquivar aviones, y luego volver a la tierra por alguna distracción, abrir los ojos después de 15 minutos de tenerlos cerrados y flashear cualquiera, y darte cuenta que los colores en el lugar de meditación son mucho más fuertes que lo que recordabas. Que son de verdad hermosos, saturados, diferentes los unos de los otros. Los naranjas de los monjes son increíbles. Tuve que volver a cerrar los ojos, y seguir viajando un poco, hasta que sonó una campanita, todos abrimos de a poco los ojos, y tocó hablar a una mujer extranjera que no se qué cornos pintaba ahí. Era como la Representante De Los Monjes Ante Los Infieles (nosotros) o algo por el estilo.

 

        Acá meditábamos

 

Nos indicó que a continuación íbamos a meditar caminando. Podíamos caminar por ahí mismo, en el mini lugar de meditación en el que estábamos, o bajar las escaleras y caminar alrededor de este lugar, en un caminito que daba la vuelta, en el parque que había abajo. La onda era levantar un pié lentamente, sentir cómo estaba en el aire, cómo realizaba el recorrido lentamente, sentir cómo lo apoyabas en el piso, y luego lo mismo con el otro pié. Así ir avanzando muy lentamente, dejando fluir los pensamientos.

 

Yo bajé al parquecito, junto con muchos otros meditadores. Adelante mío iba una china que caminaba mucho más lento que yo. Preferí acomodar el ritmo antes que tocarle bocina y tirarla contra la banquina. Me pareció mejor ajustarme a sus códigos que ellos a los porteños. Caminábamos a una velocidad aproximada de 1 metro cada 15 segundos. Intenté mantener cerrados los ojos la mayor cantidad de tiempo posible. No era fácil, porque o me chocaba contra la china o me clavaba una planta de espinas de los costados del caminito, o pisaba una lagartija. Pero más o menos fui entrando en la onda. Al principio costaba mantener el equilibrio cuando uno tenía el pie levantado por mucho tiempo, y encima moviéndose lentamente. Pero no estaba nada mal concentrarse en el pié para no permitir que pensamientos importantes acudan a tu mente. Era simplemente concentrarse en esas cosas simples, olvidarte de todo, y si podías empezar a volar un poco. Cada tanto estabas obligado a abrir los ojos, no sólo por las lagartijas (que en realidad seguramente ni había), sino porque el caminito doblaba cada 4 metros.

 

Sonó nuevamente la campanita, y volvimos a subir. Había disfrutado de las dos meditaciones anteriores, creo que había logrado desconectarme mucho de todo, y estaba relajadísimo. La tercer meditación era, en las reglas, igual a la primera. Pero creo que mis profundidades ya estaban cansadas de ser visitadas tan asiduamente y ya ni me dejaban entrar. Estuve un rato con los ojos cerrados, pensando cómo me dolía la espalda, por qué no me daban un puf, hasta que me decidí a abrirlos y seguir disfrutando de esa relajación que había alcanzado. En otro momento llegaré a otro nivel de meditación y atravesaré las puertas de la percepción.

 

Nos fuimos del templo, y decidimos merendar algo tranquilo para no llenarnos demasiado y quedarnos sin cenar. Sí, mariconadas. Entramos a una Skandinavian Bakery, bastante conocida en Vientiane, y fue absolutamente imposible. Brownies, croisants, medialunas, helados. ¿Para qué me interesaba cenar…? Nos terminamos mandando algunas cosas con un licuado de banana con leche. La verdad es que no estaban para nada buenas las comidas. Tenían una pinta bárbara, pero bueno, no importa.

 

 

Nos fuimos del Skandinavian, y no me acuerdo qué hicimos. Era temprano, pero talvez nos fuimos a dormir. El cuarto estaba demasiado bueno.

 

Al día siguiente nos íbamos a mandar a desayunar directamente, pero decidimos hacerlo por las buenas. Compramos unos cupones de desayuno en la recepción como seres pudientes, y desayunamos como caballeros. Nos dimos cuenta, sorprendidos, que TODOS los turistas que iban a desayunar tenían este cupón. En este momento entendimos que el hotel había cambiado su sistema de desayuno por culpa nuestra, de dos argentos que van dejando un mundo peor por donde pisan.

 

Nos tomamos un tuk-tuk que recorrió unos 30 kilómetros hasta un parque de un artista famoso tailandés, que tenía unas esculturas impresionantes, muchísimas, en un parque al aire libre. Algunas eran inmensas.

 

 

Entramos a una, que tenía como una especie de catacumba escondida impresionante. Duby se tropezó y se cortó el brazo, y empezó a decirme que se iba a morir como en África con la planta de espinas. Tenía un raspón. Preguntó por una curita pero me parece que nadie tenía, y decidimos que era mejor limpiar la herida en el hotel.

 

 

Camino al hotel, nos cruzamos con un pibe narigón y de rulos que solicitaba transporte. El tuk-tuk frenó, el pibe le dijo al tuk-tukero que estaba con nosotros (cosa difícil de creer) y se subió. Le dijo eso para no tener que pagar aparte. El flaco era brasilero, trabajaba en informática en Singapur, y estaba en Vientiane visitando a un amigo que era docente. El pibe muy tranquilo, muy cómodo consigo mismo, recontra distendido. Un fenómeno de tipo. Cuando llegamos al centro, se bajó y le dio algo así como el equivalente a un Euro al tuk-tukero. Le dijo que era todo lo que tenía. Fuimos a una agencia de viajes, nosotros a comprar pasaje de micro para Vang Vieng, y el brazuca un vuelo a Bangkok creo. Nos despedimos de él. Se notaba que sabía manejar muy bien su nariz y sus rulos.

 

Compramos unas baguettes en el mismo lugar donde había almorzado el día anterior, y nos sentamos en el hotel a esperar el transporte a Vang Vieng. Cerca de las 14 horas llegó. Nos subimos rápidamente, recorrimos algunas calles de Vientiane, hasta que llegó a un local de turismo, nos hicieron bajar a todos, y cambiarnos de combi.

 

En la nueva íbamos 2 parejas de israelíes, un australiano con la hija, Duby y yo. El conductor no entendía el concepto de cambios, y en una subida pronunciada dejaba la camioneta en 5ta, que iba reduciendo la velocidad de 20 Km/h hasta llegar a 5 Km/h. Por suerte cuando llegaba a esta última velocidad, la subida se terminaba y la combi empezaba a agarrar velocidad de nuevo. Nunca tiró un rebaje.

 

Hicimos una parada para comer algo, o para descansar. Duby estuvo hablando con el padre australiano y yo con la hija. La piba iba a viajar unos 2 meses, y el padre se había sumado sólo por una semana. La madre era muy anti turismo aventura, destinos raros… prefería ir a tirarse a un all inclusive. El padre vio la oportunidad de escaparse de la bruja unos días, sumarse al viaje limado de la hija, y ahí estaba.

 

La piba tenía muchas ganas de hacer tubing en Vang Vieng, emborracharse, pero le daba cosa porque iba con el viejo. Decidió seguir subiendo con el padre hasta Luang Prabang, y talvez después volver sola para descontrolar en Vang Vieng.

 

Los israelíes hacían la suya, como siempre. Duby intentaba escuchar de qué hablaban, porque no sabían que él entiende hebreo, pero ellos estaban en el último asiento y Duby en el de adelante.

 

Seguimos avanzando con destino Vang Vieng. En un momento nos cruzamos con una pareja de hippies sucios que hacían dedo en la ruta, y el chofer preguntó si queríamos que pare. Le dijimos que sí. El tipo paró. El macho de la pareja se asomó por la ventanilla, nos miró, y gritó: “NO! WE DON’T PAY!” y siguieron caminando. Rara reacción. El australiano padre le preguntó al chofer si era gratuito el ofrecimiento y el tipo asintió. Australiano Padre empezó a gritarles: “But It’s Free! It’s Free!” como si les estuviese pidiendo un favor. Los, digámoslo ahora, alemanes, se detuvieron, dieron la vuelta, y subieron a la van.

 

La minita era igual a Ilo. Digo, hippie y sucia, más que nada por eso. Bueno, en esa definición entraría también Karen, pero se parecía más a Ilo. Por lo húngara talvez. El flaco era una mezcla entre Thomas Toth e Iñaki. Thomas Toth se sentó adelante, al lado de Duby. Apestaba a traspiración. La piba al lado de Australiano Padre. Venían caminando desde no se qué montaña, donde habían estado durmiendo unos días. Estaban haciendo todo a dedo. Con el calor que hacía, era entendible tanta transpiración.

 

Querían ir a un lago, según ellos muy conocido de Laos, y nos decían cómo podía ser que nosotros no vayamos. Los pibes hacían de todos los países lo menos turístico. Pero lo menos turístico en serio. Ni iban a ir a Vang Vieng. Cuando le indicaron al chofer que por favor los deje en el lago, el tipo no tenía ni idea a qué lago se referían. El alemán se empezó a poner nervioso: “THE BIG LAKE! THE LAKE!”… el chofer no lo ubicaba. Era curioso que el chofer les estaba haciendo flor de favor por haberlos levantado, pero el alemán se enojaba como si estuviese pagando una fortuna para que lo lleven a ese lago. Finalmente la discusión se ahogó, y los alemanes se bajaron en cualquier parte.

 

Nosotros seguimos viaje, y muy pocos kilómetros después nos adentramos en Vang Vieng.

Similar Posts

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *