Luang Prabang, Laos #24
Nos pasó a buscar algo así como el cruce entre un colectivo línea 60, y la combi de Brigada A. Sí y sólo sí suponemos que de este cruce surge un colectivo mediano destartalado. Logramos acomodar los asientos sueltos del colectivo, y nos sentamos, intentando imaginarnos lo que sería un viaje de tan sólo 200 kilómetros, equivalente en Laos a 8 horas.
Se fueron subiendo algunas personas más, entre ellos dos gallegas que gritaban y se reían como si estuviesen drogadas. Media hora después de recorrer todo Vang Vieng, el colectivo se detuvo en una estación de micros, y nos indicaron que nos bajemos. Hicieron que nos cambiemos a unas combis mucho mejores.
Nos subimos Duby, las dos gallegas y yo a una de estas Vans. Un ponja que estaba con los suyos se acercó a nuestro chofer y le preguntó si iba a Luang Prabang. El chofer le contestó que no, y partimos. Creo que odiaba a los chinos, porque ese era efectivamente nuestro destino. Nosotros chochos de la vida porque íbamos 4 en una Van con 3 filas de asientos. Obviamente las dos gallegas en una fila, Duby en otra y yo en otra, recostados como dos reyes.
Ah, la estoy flasheando en colores. Estoy en un avión a 5000 pies de altura y la máquina encontró wi-fi y se está conectando a una red que tenía configurada en el aeropuerto de Beijing. Y eso que ya casi estoy llegando a Los Angeles. Sí, nada que ver los destinos… ya les explicaré. Uy, ¡conectó! Bizarro. Igual obvio, no anda.
Como les contaba. Las gallegas iban gritando, diciendo boludeces en voz alta y cagándose de risa. Yo ya estaba casi convencido que se habían fumado un porro que adentro tenía combinaciones de drogas de los 5 continentes, pero lo cierto es que pasamos un par de días con ellas y seguían siendo igual de boludas, y no las vimos drogarse nunca.
El viaje transcurrió muy plácidamente, de los mejores del viaje, acostados en nuestros asientos viendo el cielo pasar. En algún momento empezamos a hablar un poquito con las gallegas. Una de ellas en realidad era holandesa pero había vivido en Palma de Mallorca como 6 años. Tenía un acento muy gracioso en español, casi que perfecto, pero por momentos se notaba que no era gallega. La otra era un personaje. La más gritona de las dos, gallega como pocas, diciendo animaladas todo el tiempo. Era divertida, pero terminaba saturando. Muy rápida la mina para contestar.
Hicimos una parada para almorzar, en la cual nos dimos cuenta que la gallega era muy parecida a Ivi, aunque bastante más gorda. Tenía rasgos muy similares. Empezamos a flashearla con cuál sería la posibilidad de que sea realmente Ivi. Sabíamos que andaba por sudeste asiático, pero también sabíamos que no iba a ir a Laos. Eso restaba chances. La posibilidad de que haya engordado 30 kilos desde la última vez que la vimos (será hace unos 6 meses), también era remota. Que haya adquirido acento gallego, restaba chances. Que no quiera que sepamos que era ella, que se haya sacado el tatuaje, y que haya empezado a decir chistes boludos todo el tiempo. Creo que eso es todo lo que nos hacía creer que no se trataba de Ivi. Después, era todo igual. Intentamos sacar una probabilidad matemática de que sea. Nos dio un número bastante bajo así que nos olvidamos del tema.
Entre la charla, la gallega se quejaba porque no decíamos todo el tiempo: “Wow, qué increíble el paisaje, no lo puedo creer”. Cosa que ella hacía constantemente. La verdad es que era lindo el paisaje. Muchas montañas, campos de arroz, gente en el medio de los campos de arroz a la que sólo se le veía de la cintura para arriba. Muy lindas imágenes. Será que nosotros no somos tan expresivos nomás.
Llegando a Luang Prabang, nos dijeron que tenían un hostel que les había recomendado un tal Javier, amigo en común de ambas, el que las había presentado. Decidimos acompañarlas y ver qué tal. Al llegar, nos quedamos en el tuk-tuk con Holanda, y subieron Duby con Elisa, la gallega bruta. Cuando volvieron, Eli le dijo a Carol (Holanda) que el lugar era bastante básico, que no tenía ventana, y algún defecto más. Duby me dijo: “che, está espectacular, tienen colchones de verdad”. Inmediatamente subimos, y nos alojamos. Las chicas se terminaron quedando también.
La cena consistió en un sour&sweet chicken para mí. Charlar un rato, caminar por el Night Market, muy pintoresco, con techos rojos y tenloftalopas azules.
Terminada la comida, nos fuimos a buscar un bar. Yo ya ni recordaba que existía la posibilidad de ir a tomar algo a la noche. Como a Duby no le gusta mucho acostarse tarde, o tomar alcohol, terminamos reduciendo mucho las salidas nocturnas. Encontramos un bar de una extranjera que cobraba como 5 Euros por trago. Era algo así como el 25% de mi presupuesto diario, así que salimos a buscar otro. Fue imposible, o ya estaba todo cerrado, o quedaba lejos, o no sé. Volvimos a lo de la extranjera y me pedí un cuba libre, que no estaba mal. A eso de las 23.45, pasado el horario de cierre, nos tuvimos que ir. A dormir.
Habíamos contratado para el día siguiente una excursión. Al levantarnos, desayunamos otra vez en el Scandinavian Bakery, otra vez mal. Ni sé por qué fuimos ahí de vuelta, parecía el lugar más occidental que encontramos y ya estábamos podridos de comer ponja (la onda en estos países es decirle ponjas a los chinos y chinos a los ponjas). A las 9am nos paramos en la puerta de nuestra agencia de turismo, para que nos lleven a la excursión. Una mina vino, y nos dijo que la sigamos. Caminamos varios detrás de ella unas 4 cuadras, hasta llegar a un muelle, y se fue. Lo que habíamos contratado era solamente un paseo en barco, sin guía, sin nada.
Estoy seguro que no quise representar lo que parece en la foto
Primero paramos en la “Whisky Village”. Se trata de un pueblito que hace Whisky de arroz. Nos dieron de probar eso, unos vinos de arroz, y un par de cosas más. Algunas no estaban tan mal. Duby le compró alguna bebida alcohólica a su tío. Siempre le compra cosas alcohólicas en todos los viajes y eso que el tío no es alcohólico. Pero Duby quiere que lo sea. Después estuvimos viendo las artesanías que había en el pueblo. Se notaba que era una atracción turística importante hace tiempo, porque de pueblo de Laos no tenía nada. Tampoco te digo que venda muñecos de Mickey, pero no era un pueblo tradicional. Duby casi compra unas teteras por pura lástima. Si quieren venderle algo a Duby, dénle lástima. Funciona siempre.
Volvimos a subirnos al barquito. El paseo en la Whisky Village había durado menos de media hora. El siguiente paseo fue por una cueva muy conocida de Luang Prabang, que tiene muchos Budas adentro. No me pareció para nada interesante, pero a Duby le encantó.
Duby posando cual modelo de Pancho Dotto en la cueva
Yo, intentando hacer una foto super copada y artística a lo Rawski
Ahí habremos estado cerca de una hora, y nos volvimos a subir al botecito. En total fueron como 2 horas y media de barco, y 1 hora de conocer lugares. Medio cualquiera.
Nos dejó en Luang Prabang. Las gallegas se fueron a otra excursión, a unas cataratas, y nosotros a almorzar. A la tarde decidimos relajar un poco. Yo había recibido hacía 4 días un mail de mi viejo diciéndome que se iba a trabajar unos 10 días a China, si no queríamos unirnos. Obviamente, me pareció un delirio por completo. Pero más o menos los días coincidían. Empezamos a averiguar precios de pasajes, y era bastante caro. Si queríamos ir, teníamos que cancelar el vuelo de Bangkok->Berlín, comprar un Bangkok->Beijing y otro Beijing->Madrid, y sacar la visa de China que tardaba unos días. Todo un quilombo importante. Fueron pasando los días y mi viejo insistía. El quería ir a Beijing por 4 días y obviamente prefería no hacerlo solo. Se terminó ofreciendo a invitarme el pasaje, y aún así dudaba. No quería dejarlo en banda a Duby sobre el final del viaje, y era tanto quilombo todo que me agotaba de sólo pensarlo. Finalmente Duby me insistió en que no sea boludo, que vaya con mi viejo, que igual eran los últimos días del viaje que ya ni eran viaje, porque eran escalas en Berlín y Milano que no sacamos por interés en los destinos, sino por ahorrarnos unos mangos.
Esa tarde en Luang Prabang entonces me puse a ver cómo hacer para irme a la China. Yo estaba a escasos kilómetros del sur de China. Unos días más tarde estaría a 20 kilómetros nada más, aunque Beijing estaba a unos 3000. Lo primero que hice fue intentar sacar Beiijng->Madrid, para poder agarrar mi vuelo de vuelta a Buenos Aires. Los precios que me devolvía eran delirantes. Terminé encontrando uno Beijing->Buenos Aires con escala en Dubai, por Fly Emirates. En el sitio, cuando quise sacar el pasaje, al elegir país de facturación de mi tarjeta de crédito no aparecía Argentina como opción. Había países como Bolivia, Uruguay, Antigua & Barbuda, pero no estábamos nosotros. Intenté poniendo otro país, con otras tarjetas, y nada. Terminé llamando a Fly Emirates. La conexión era pésima. Estuve 50 minutos intentando sacar pasaje por teléfono, deletreándole a la mina mi nombre, apellido, dirección (“CIUDAD DE LA PAZ” es muy largo para deletrear, créanme). La mina repetía todo diciéndome tipo: “C for Charly”, etc. A los 50 minutos, cuando pasó mi tarjeta de crédito, falló. Ni sé por qué. Probó con la visa, y lo mismo. Cuando me dijo que iba a intentar de nuevo con la American, se cortó. Me quería matar. Volví a entrar al sitio a ver si encontraba alguna otra forma, y esa tarifa había desaparecido para ese día, y sólo quedaba Business. Terminé sacando un vuelo que me encantaba por muchos motivos: iba a terminar dando la vuelta al mundo porque volvía por Los Angeles, y acumulaba puntos de Lan en el trayecto Los Angeles->Buenos Aires. Y sumado a esto, obviamente la característica que tenían todos estos vuelos que buscaba: lo pagaba mi viejo. Una vez sacado Beijing->Buenos Aires vía LA, tuve que sacar Bangkok->Beijing, y cancelar Bangkok->Berlín.
Me faltaba resolver el tema de la Visa, que estaba bastante complicado. En Luang Prabang podían hacerlo en unos 2 días, por 80 dólares, pero no nos íbamos a quedar tanto tiempo ahí. Averigüé, y en Chiang Mai parecía haber un consulado chino. Era muy sobre el pucho, porque dos días después yo debía volar a China, pero no me quedaba mucha opción.
A la noche fuimos a cenar. Caminamos mucho sin encontrar nada que nos convenza. Yo ya había apodado a Eli “gallega bruta”, y se lo decía sin tapujos. Ella se cagaba de risa, pero calculo que en el fondo no debía gustarle demasiado. Duby al día siguiente me dijo: “Che, no le digas más gallega bruta, no da…”. Así que dejé de hacerlo. Terminamos comiendo en un restaurante de Laos, quiero decir, con todos comensales locales y comida local. La onda de la comida local es la siguiente: te ponen unas brasas en un recipiente que tenés en tu mesa, y arriba colocan como una sartén redonda de metal, cuyos bordes se hunden formando una U, y cuyo centro está levantado y es prácticamente plano. Te traen un canasto con muchas verduras, lo que pidas de carne cruda, y agua hirviendo. Colocamos entonces el agua hirviendo en los bordes hundidos de la sartén, con las verduras, y se empezó a hacer la sopa. En el centro de la sartén van los pedacitos de carne, que se van cocinando y cuyos juguitos van desembocando también en la sopa. No tenía mucha pinta, pero más o menos zafaba.
Nos cagamos bastante de risa con el sistema. Obviamente los pedacitos de carne se caían enteros adentro de la sopa, y había que buscarlos cual bananas en fondue.
En algún momento terminamos de comer, y decidimos ir a buscar un bar que nos habían recomendado mucho. Esa tarde, mientras sacaba el pasaje Beijing, nos encontramos con el primer argentino en Laos (y el único). Nos dijo lo mismo: tienen que ir a conocer el bar Utopía.
Allí nos dirigimos. Era lejos, casi utópico encontrarlo, por caminitos diminutos que daban vueltas y vueltas, y continuos carteles que decían: “Utopia 50m”, pero pasaban los metros y de Utopía ni hablar. Finalmente llegamos. Se trataba de un lugar muy verde, con unos caminitos de piedra muy lindos, que desembocaban en un barcito de madera con almohadones en el piso y mesitas bajas, al costado del río. Muy lindo de verdad.
Estuvimos hablando con las gallegas bastante. Duby se fue a usar un poco de internet, y yo me quedé hablando más que nada de psicología con la gallega bruta. No podía entender qué necesidad había de psicoanalizarse. O de hacer terapia, mejor dicho. Decía que ella si tenía un problema se lo contaba a una amiga, que para eso están los amigos, tío. Muy cabeza dura la gallega, pero muy graciosa. Carol intentaba ayudarme a hacerle entender en qué momentos sí hacía falta hacer terapia, pero no había caso. Los gallegos son más sanos que nosotros, menos enroscados, se hacen menos drama por boludeces. Intenté explicarle que el psicólogo no te ayudaba cuando tenías un problema puntual como “me peleé con un amigo” o “no me alcanza la plata que gano para llegar a fin de mes”, sino con angustias, con patrones más reiterativos, con cuestiones más de fondo. Ella lo veía de manera mucho más simple, más sana. Pero bueno. Terminados los tragos, pagamos, y al sobre. Yo sufrí mucho esa noche por mi ojota izquierda que ya no quería más. En realidad venía sufriendo hace días, pero aquel fue el más complicado. El cordón que va entre el dedo gordo y el de al lado se salía todo el tiempo, y había que volver a colocarlo a presión, aunque la goma ya estaba destruida.
A la mañana fuimos a desayunar, e inventé un sistema para arreglar la ojota izquierda que hasta el día de hoy, 10 días después, sigue funcionando. Hice dos agujeritos en las ojotas, a los costados, y por ahí pasé un hilito que sujeta ese cordón. Bueno, no importa, la cuestión es que ahora amo mis ojotas, porque tienen algo de personal y de artesanal.
Mis fabulosas ojotas remendadas
Fuimos a recorrer templos. Subimos a uno que tenía una vista increíble de toda la ciudad.
Vista increíble de toda la ciudad
Al bajar, Duby quiso entrar en un museo, así que nos fuimos con Eli y Carol a sentarnos en un barcito en el centro a esperarlo. Duby no se bancaba más a las minas, sentía que iban demasiado lento, y no tenía ganas de bancarse su ritmo.
Duby, la gallega bruta, yo, y Carol
Cuando volvío, decidimos alquilar bicis. Nos mandamos a un mercado tradicional de Luang Prabang que nos habían recomendado. Era un asco. Puestitos amontonados, carnes que apestaban, olor a vómito, no daba. Nos fuimos de toque, después de comprar unos sobrecitos de shampoo por 2 mangos. Nuevamente en las bicis, nos pusimos a buscar un templo que se veía a lo lejos, sobre una montaña, al costado del río. Pedaleamos mucho, en subida, en bajada, y llegamos destruidos y transpirados.
El templo era muy loco, con pinturas super violentas adentro. En una se veía a un tipo colgado de una rama de un árbol, que estaba siendo mordida por una rata. Justo arriba del tipo había una colmena de abejas, abajo había un pozo con una víbora gigante, y al costado un elefante esperando para embestirlo. No tenía escapatoria. Empezamos a preguntarnos qué haríamos en una situación así.
Las otras pinturas eran mucho más violentas. Directamente de gente arrancándole la piel a otras personas. Se notaba que eran como guerras. No sé si no eran los hindúes atacando a los locales. Gente clavada en palos de hueso, delirios totales.
Nos fuimos del templo, otra vez pedaleando, y devolvimos las bicis nomás. A la tarde las gallegas se volvieron a Bangkok. Nos despedimos cordialmente, intercambiamos mails, y gritamos “METEDME EL PUÑO”, imitando a Lumerman imitando a quién sabe quién de Irreversible. La gallega siempre se zarpaba más que nosotros y decía: “pero si yo prefiero un par de dedos”…
Un regalito para Lumerman:
http://www.youtube.com/watch?v=M6ZqO0crIHE
Al día siguiente nos pasó a buscar bien temprano una combi que nos llevó a Luang Namtha. Viajábamos en una combi repleta, incomodísima, y eran como 9 horas. El viaje fue insoportable. Yo iba cabeceando, y golpeándome la cabeza con mucha fuerza contra el vidrio en cada giro que hacía. Una gallega que iba atrás con el novio me convidó una almohada. Una fenómeno. Probé un rato con eso pero también se me complicaba. A mí lado se sentaba una mina rarísima, con pinta de algún país cercano a Rusia, o del este de Europa. A su lado se sentaba el novio que tenía cortes en la cara, muy raro también. Me los imaginaba a los dos vestidos de cuero, el flaco arrodillado chupándole los pies o algo así. La mina era un robot, posta. No se movía casi. La combi clavaba los frenos y la mina quedaba ahí clavada en el lugar. Impresionante. Y yo que no paraba de darme la cabeza contra el vidrio. Me imaginaba la situación del vidrio reventando por los aires y la discusión siguiente con el chofer de a quién le correspondía pagarlo. Si a él por manejar como el ojete y a mí por romperlo con mi cabezota de no-robot. Así estuvimos unas 6 horas, sufriendo, hasta que llegamos a una ciudad donde se bajaron como 4 personas de la combi, y quedamos solamente los dos gallegos, y nosotros. Excelente. En este lugar almorzamos algo. No sé qué me pedí, creo que unos fideos con pollo, que tenían algo picante en exceso. Le entré de una pensando que era una zanahoria y casi me muero. Le empecé a dar a la coca-cola que tenía, pero las burbujas me lastimaban aún más. Tuve que salir corriendo a comprarme una botellita de agua, que me bajé en 7 segundos. Logré comer lo que quedaba, que ya me sabía picantísimo.