Rasht, Irán #12
En Teherán el bondi nos dejó en la estación Arjantin (Argentina). Encontramos otro que salía para Rasht 20 minutos después del arribo. Rápidamente salimos disparados a hacer pipí. El baño estaba cerrado. Golpeamos la puerta de vidrio y abrió un viejo. Nos dijo con extrema dificultad que no había agua, pero insistimos con gestos (Duby es especialista en dígalo con mímica). Se fue formando una cola de gente insistiendo en que nos dejen pasar al baño. El viejo discutiendo en farsi con todos, y con nosotros con gestos. Finalmente los que hablaban farsi desistieron, y Duby siguió insistiendo con el dígalo con mímica hasta que lo dejaron pasar. Atrás de él me metí yo, y una fila de unas 5 personas… el pobre viejo no pudo hacer nada.
El viaje fue por demás placentero. En alguna parada subieron a vender fresas, y unas señoras al lado nuestro compraron varias y nos convidaron. Insistían en que comamos más, probablemente para envenenarnos por judíos pro-israelíes. Estos iraníes son los peores. Como los conocemos, comimos uno sólo cada uno para que no sospechen.

Adelante nuestro dos nenes se daban vuelta continuamente en sus asientos para mirarnos y reírse, curiosos por nuestra condición de extranjeros. Uno de ellos tenía la cara hecha pelota tipo Tevez, como de quemado y envuelto con una frazada. También eran espías. Atrás nuestro 3 chicas de unos 25 años, una de ellas con su hija, obviamente todas tapadas. Terroristas.

De alguna forma empezamos a conversar, también con gestos. Ninguna hablaba inglés. Les sacamos una foto, dudando al principio si estaría también prohibido sacarle fotos a minas tapadas (con tapadas me refiero a la cabeza nada más). Nos sorprendieron juntándose mucho y sonriendo tipo Pame, acostumbradas a sacarse fotos como cualquier otra terrorista. Paramos en un peaje, y un señor sentado atrás nuestro nos dijo “Jomeini”, y señalaba hacia las montañas. Hasta el día de hoy no se si se refería a “lluvia” o a algún pájaro que revoloteaba. Talvez Jomeini significa lluvia. La confusión se da porque el líder espiritual de la revolución islámica iraní es el Ayatollah Jomeini. Al lado del peaje había un cartel del Ayatollah, y Duby mira a las chicas de atrás y les dice: “Ayatollah in my heart” mientras se golpeaba el corazón y señalaba al Ayatollah. Las pibas lo miraron con cara de asco y negaron con la cabeza, lo mismo hicieron las señoras que nos habían convidado frambuesas. Les preguntamos por Ahmadinejad y lo mismo: no lo quiere nadie. Obviamente eran agentes secretos simulando no querer a su gobierno, tratando de hacernos caer en la trampa.
Básicamente en todo el mundo (esto me lo explicó Roda Droznes un par de días antes de mi viaje), lo que ocurrió fue que el poder político subyugó al poder religioso. En la mayoría de nuestros países la iglesia tiene un poder bastante disminuido en comparación con el pasado. En Irán ocurrió exactamente lo contrario: el poder religioso subyugó al poder político. Irán es un país gobernado por la religión. Es una explicación simple, pero al que desconoce completamente qué onda con Irán… sirve.
Llegamos a Rasht, nos despedimos de todos, y nos subimos a un taxi. Arreglamos una tarifa, y llegamos al hostel: estaba cerrado, en remodelación o a punto de ser demolido. Estabamos indefectiblemente en manos de nuestro tachero, con el cual habíamos arreglado que nos lleve a Masuleh al día siguiente por 25 dólares (por supuesto podíamos deshonrar el acuerdo si encontrábamos un tachero con una propuesta económica mejor).
Nos llevó a otro hostel. En el camino veíamos las calles de Tegucigalpa sucias, grises, húmedas, abandonadas, hostiles. Perdón, las de Rasht. Ya en el otro hostel, dejó el taxi al cuidado de Duby, y mientras se bajaba me dijo: “YOU” invitándome a seguirlo mediante gestos. Él también era bueno en el dígalo con mímica. Lo seguí. Subimos las escaleras del hostel, el tachero habló por unos segundos, y salió, otra vez pidiéndome que lo siga. Me dijo algo así como que no había lugar. Talvez no pudo arreglar su comisión. Yo ya me estaba poniendo nervioso. Me molestan las situaciones en las que dependés de alguien que te va a cobrar por un servicio por el que no se estableció tarifa todavía. El flaco nos había pasado la tarifa por llevarnos al primer hostel, pero ninguna tarifa por pasearnos por la ciudad buscando uno nuevo.
Cruzamos la calle y volvimos a subir al taxi. Le señalamos uno que estaba a 3 metros de nosotros, otras escaleras que llevaban a un hotelucho. Nos dijo que era sólo para iraníes. Al minuto de decirnos esto, lo repensó. Se bajó, me volvió a decir “YOU”, y lo seguí, mientras Duby cuidaba el taxi. El tachero mejoraba cada vez más en el dígalo con mímica.
Subimos las escaleras del hotelucho. Apenas llegué arriba, me indicaron que me saque las ojotas. Así lo hice. Posé mis hermosos y relucientes pies en una alfombra mohosa y húmeda, casi en un estado Perú 1031. Mentira, exagero, no estaba mohosa, pero sí parecía sucia. Enseguida pasaron a mostrarme el cuarto. Primo, era peor que el de Tegucigalpa, el de las ratas, pero sin ratas.
Desde abajo hacia arriba: una alfombra gris húmeda y sucia, con otra alfombra roja arriba, también húmeda, que tapaba quién sabe qué. Las camas sin sábanas, simplemente los colchones. En algunos trechos de las paredes humedad, en otros trechos agujeros, y en otros (los peores) papeles pintados de plástico que invitaban a imaginar qué escondían (¿qué podía ser peor que humedad o agujeros?). Bajo las ventanas unos plásticos de agropol que ni idea qué hacían ahí. Alguna chapa tapando un agujero en la puerta de madera que conducía a la habitación contigua.
Bajé a la calle y le dije a Duby que el hotel estaba bien. El tachero mismo nos había dicho el precio: 22 dólares. Carísimo, es cierto, pero Irán venía siendo un país bastante caro en lo que es alojamiento. Le pagué 20 dólares, y se fue contento. Todo negociado DIRECTAMENTE con el tachero. Nos pidió encarecidamente que lo llamemos al día siguiente para ir a Masuleh, insistió varias veces, le dejó nuestro teléfono al encargado del hotel inclusive, y se marchó. Le dejamos nuestros pasaportes al “encargado del hotel”, un viejito sucio y barbudo que andaba en patas por todas partes (como todos). Por lo menos, nos decíamos, se va a hacer unos mangos vendiendo nuestros pasaportes. Colaboramos con la pobreza iraní.
Juntamos las cosas de valor en nuestras mochilas pequeñas, y salimos a cenar. Yo particularmente estaba de mal humor. De esos humores que me agarran cuando voy a lugares como Kariba a la noche. Sentía hostilidad por todas partes, no veía ninguna mano amiga tendiéndose (salvo la de Duby que justo se estaba rascando la cabeza, pero sino sí). Sentía que todo era hostil. No me gustaba Rasht. Para ser más preciso, más que Kariba, me hacía acordar a La Ceiba, aquel pueblo antes de cruzar a Utila que sólo a las Chetitas de San Isidro les gustó. Salimos del hotel, y le pregunté al Viejo Barbudo si no nos daba una llave para cerrar el cuarto. Mediante gestos me dijo: “No te hagás drama que yo te cuido tus cositas uajajajaja” (el uajajaja léanlo como risa maligna de dibujito animado).
Cené algo que no estaba del todo mal. Duby no tenía hambre. Le sacamos algunas fotos a los pibes que laburaban ahí. La verdad que buena onda. Por alguna razón yo sospechaba que cuando pidamos la cuenta se iban a zarpar. Era como un restaurante árabe. Me había olvidado que estábamos en Irán. Pedimos la cuenta y la mejor: no hubo ningún problema. El tipo nos agradeció llevándose la mano al corazón, y nos deseó lo mejor. Yo ya me sentía mejor.
La siguiente misión era llamar a los nuestros. Ya había pasado más de un día desde el último mail a familiares, y la consigna era un contacto diario para que no se preocupen. Compramos una tarjeta telefónica en un puestito de pavadas de un viejo de mierda, e intentamos llamar. La tarjeta resultó ser para llamadas dentro de Irán solamente. El viejo choto nos atendió como el ojete y encima nos vendió cualquiera. Me fui a dormir un poco caliente y preocupado por la preocupación ajena.
En la cama descubrimos que teníamos solamente una frazada, pero no había sábanas. Yo me tiré sobre el colchón porque la frazada me daba asco, pero me di cuenta que no soy tan amigo como creía de las pulgas: yo no las jodo pero ellas me joden. Injustos seres. De alguna forma puse algo entre mi cuerpo y el colchón y pude dormir algunas horas.
Al día siguiente amanecimos temprano, y bajé a bañarme. El baño por supuesto consistía en un agujero en el piso, y al lado del agujero una palangana con agua para tirar al agujero cuando uno quería despachar sus desechos. La ducha más o menos zafaba, y hasta salía agua caliente (creo). El único inconveniente fue que bajando las escaleras para llegar a la ducha, vi una rata gigante que pasó corriendo de una punta a la otra del baño. Me quedé parado en el escalón, dudando por algunos segundos si bañarme o volver al cuarto y cancelar la misión. Me decidí por la ducha, la cual transcurrió sin fiebre amarilla ni de ningún tipo.
Hicimos “check-out”, si existe esa palabra para este tipo de alojamientos. Duby se acercó con su mochila al Viejo Barbudo, el cual con toda prolijidad y delicadeza extendió nuestros pasaportes (apoyados en sus palmas) hacia nosotros. Esto lo digo sin ironía. El viejo barbudo había resultado ser un caballero. Le dejamos nuestras mochilas grandes, y salimos con las pequeñas a hacer algunas tareas: conocer el mar Caspio, cambiar plata, usar internet. Todo esto en otro orden.
Caminamos mucho buscando un banco donde cambiar. En cada banco nos mandaban a otro. Aparentemente sólo se puede cambiar plata en casas de cambio, o en el banco central iraní o algo por el estilo. Terminamos encontrando internet antes que una casa de cambio. Subimos unas escaleras detrás de un flaco, que resultó ser el encargado del Cyber. Abrió la puerta sin entender qué hacíamos ahí, y nos invitó a entrar. Parecía bastante seco al principio, pero después nos preguntó de dónde éramos, si ya habíamos desayunado (nos quería invitar el desayuno), y por último cuando terminamos de usar internet, le preguntamos cuánto era y nos dijo: “No se lo digan a nadie” y nos cobró unos 50 centavos de dólar por haber usado 1 hora cada uno. Un fenómeno. Sus palabras exactas fueron: “Don’t mention it”.
Salimos de internet y nos metimos en otro banco. Nos atendió el gerente, quien nos invitó a su oficina. Definitivamente, como dice Victor Hugo, Maradona le puso apellido a la Argentina. Es impresionante. La próxima vez que les pregunten de dónde son, digan “Argentina Maradona”. Ahórrenle al interlocutor que le agregue el apellido, díganlo directamente ustedes. El gerente nos preguntó qué necesitábamos, y al negarnos la posibilidad de cambiar plata en su banco y ver que nos retirábamos, nos preguntó si queríamos un té. Aceptamos. Nos tomamos un té con el gerente del banco mientras charlábamos de Argentina y de Irán. Muy agradable el tipo. No hablaba muy bien inglés pero le gustaba practicar su acento. En un momento llegó un cliente, nosotros amagamos con pararnos para que pueda atenderlo, y nos dijo que ni se nos ocurra, que el cliente podía esperar, que estaba con nosotros en ese momento. Un fenómeno el tipo. Cuando nos levantamos, ya terminado el té, le volqué todo arriba del escritorio (sin querer) al puto iraní terrorista arma-bombas. Pasé mucha vergüenza, pero enseguida el gerente copado (aunque iraní terrorista arma-bombas) me dijo que todo bien, que no me preocupe.


Desistimos de cambiar plata por el momento y salimos para el Caspio. Preguntar cómo llegar fue toda una Odisea. Algunos nos decían que el Caspio estaba a 2 kilómetros y otros a 35 kilómetros. Unos que tardaríamos 5 minutos caminando en llegar y otros 40 minutos en colectivo. Mayormente lo hacían porque no manejaban bien el inglés. Terminamos en una parada de colectivo(s), y nos indicaron que esperemos un determinado bondi. Eso hicimos. Mientras esperábamos intentábamos dilucidar cuánto tiempo llevaría el viaje. A sacarle fotos a las personas de la parada. Todos muy graciosos. Se empezó a acercar un viejito a 1 kilómetro por siglo, muy despacito, un viejito decrépito. Otro viejo al que le estábamos sacando fotos nos dijo que le saquemos al viejito decrépito que se acercaba. Le sacamos una foto, le dijimos que éramos de Argentina, y sacó energías no se de dónde, empezó a reírse y a hacer el gesto con la mano como que nos garchaba, mientras decía “Arjantin, arjantin”. Creemos que estaba imitando al Diego diciendo “la tenés adentro” (en serio creemos eso). Pero nunca sabremos la verdad.


Acá está el viejito diciendo: “Argentina, la tienen adentro”, o algo así:
Finalmente llegó nuestro colectivo hacia el mar Caspio. El viaje sorprendentemente duró unos 40 minutos (mucho más de lo que esperábamos). Llegamos arrepentidos, puteando por el corto tiempo que nos iba a quedar en Masuleh, puteando por haber agregado un destino cuando ya quedaba menos lugar que en subte porteño (¿??). Pero lo cierto es que el Caspio estuvo muy bueno y valió la pena.
En el viaje subieron algunas personas un tanto extrañas, como viejos de pueblo, y otras bastante similares a un argentino medio (lo que no es lo mismo que medio argentino) (¿??).
¿Qué tiene dos patas y sangra? Medio perro.
Ahora imaginen, pero imagínense en serio, a medio argentino subiéndose a un bondi en Irán y díganme si no es una imagen bizarra.
El colectivo llegó. El conductor nos cobró menos de lo que costaba porque era buena onda, iraní y terrorista. Esta es la combinación que tienen que buscar en Irán para pasarla bien y que la gente les regale cosas todo el tiempo. Llegamos a las arenas del Caspio, y no veíamos a nadie adentro del agua, a nadie tomando sol. No nos costó mucho entender la situación (afortunadamente Duby casi termina su MBA y eso nos ayudó mucho): la playa de los hombres está dividida de la de las mujeres por unos 300 metros de playa vacía (en la que no hay nadie ni tomando sol ni en el agua). Caminamos hacia la de los hombres, pasamos una cortina, y allí estábamos: en la playa de más estilo homosexual de nuestras vidas, en un país donde no hay homosexuales (según declaraciones de su presidente).
Definitivamente faltaba algo. ¿Una playa sin mujeres qué vendría a ser? Arena y mar, o algo así. No más que eso. Por supuesto, yo me había olvidado la malla, así que terminé adentro del mar con un boxer blanco ajustado que me quedaba di-vi-no. Y mojado medio transparentado ni les cuento. Entré rápido al agua porque no conocía la cantidad de latigazos que le corresponden a una persona que anda en boxers. De todas formas nadie parecía notar mis boxers blancos, así que empecé a saltar y a gritar tipo cheerleader para llamar un poco la atención. A nadie le importaba. Había bañeros como en cualquier playa argenta, musculosos patovas, había flacos tatuados, pendejos rompiendo los huevos con castillitos de arena o con salpicarte agua cuando corrían a tu lado, flacos nadando, todo absolutamente normal.

En un momento todos, absolutamente todos, salieron del agua, los patovas bajaron de su puesto de madera de ahí arriba, los que se estaban dando una ducha, todos se acercaron al centro de la playa. Un tipo empezó a cavar en la arena, mientras los circundantes gritaban “Allah Akbar” (Dios es grande, yo soy pequeña), y consignas por el estilo. El que cavaba, dejó la pala a un costado, y con gran dificultad logró extraer de las profundidades de la “playa”, un cajón empapado en agua salada. Lo abrió, en medio de gritos exaltados, de personas tiradas en el piso sacudiéndose al ritmo de Allah, mientras el cielo se cerraba sobre nuestras cabezas, y la vimos: la bomba nuclear de Ahmadinejad.
Nos divertimos en el mar, disfrutando del Caspio, de la tranquilidad de poder hacer boludeces sin tener que hacernos los facheros como si estuviésemos en una playa de Punta del Este (salvo Duby que le gustaba un bañero). Terminamos con lo nuestro, miramos un poco a la costa Rusa (o más bien la imaginamos), nos dimos una ducha, esperamos que se sequen un poco los calzones, y nos fuimos. Había sido una visita por demás corta (de una media hora) al Caspio. Tocaba volver a Rasht, y tomarnos alguna combi a Masuleh.
Hicimos una escala en un almacencito, donde pedimos unos chegusanes, y por supuesto para preguntar de qué animal se trataba empezamos a imitar primero a una vaca, después a una gallina, después a un cerdo, después a un elefante. Eran de pollo. Todo bien. Una coca cola bien helada, dos sandwiches de pollo, y llegamos a la parada mientras el micro arrancaba. Lo corrí, le pegué un par de golpes a la chapa del costado, el tipo paró, y todo salió cuadrado, como diría Susana.
40 minutos después nos bajamos, encontramos una casa de cambio escondidísima, cambiamos la plata, nos despedimos de nuestro viejito amigo y barbudo del hostel que tenía la mejor, nos subimos a un tacho que nos dejó en una estación de micros, preguntamos por micro a Masuleh pero ya habían salido todos, y terminamos arreglando (después de una larguísima negociación) con un tachero por 18 dólares directo a Masuleh.
al final cagaron al tachero bondadoso, no ves que los iraníes tienen razón en envenenar su pollo, israelí traidor
OE!! como parte de tu afamado Chetitas de San Isidro, quiero decirte a vos y especialmente a tus fieles lectores que la semana que viví en La Ceiba fue la peor semana de casi 5 meses de viaje, así que no me difames de esa manera.
No vayan nunca a la Ceiba si no es para tomarse el ferry directo a alguna isla.
Sorete!
mmm……. ¿¿¿¿entonces a quién le había gustado la ceiba????
Probablemente a Gato que le gusta todo.