Huay Xai, Laos #26
Con las mochilas nuevamente al hombro, la tarea era encontrar hogar por aquella noche que pasaríamos en Huay Xai. A 100 metros de la calle principal, pudimos divisar el cadáver de Russell flotando por el Mekong. Había sido desprendido del bote que cruza la frontera Laos-Malasia para “desalojar peso muerto”, según nos comentó uno de los lugareños.
Impresionados por esta imagen, y deseando no correr la misma suerte, nos adentramos en el primer alojamiento que encontramos. Lo primero que chequeamos fue el estado de los colchones. No estaban mal. El baño dejaba mucho que desear: perdía agua por varios caños, agua que terminaba cayendo dentro de nuestro cuarto. Todas nuestras ropas arruinadas por el trekking de Luang Namtha fueron distribuidas por el cuarto, rezando para que se desprendan del olor a humedad, y se terminen de secar. El piso inundado no colaboraba con este objetivo. Pero los colchones estaban bien.
Nuestro anfitrión nos ofreció el servicio de cruce hacia Tailandia, con la garantía de hacer llegar nuestros cuerpos a las respectivas familias en caso que algo salga mal. Ya corríamos con kilómetros de ventaja respecto a Russell. En realidad él corría con kilómetros de distancia porque el Mekong ya lo estaba cruzando por la provincia de Yunnan, China. Rechazamos sus servicios porque decidimos buscar mejor precio sin garantía de arribo de cuerpos.
Estoy escuchando a Charles Aznavour con Pierre Roche y suena de puta madre.
Nos sentamos en un restaurante absolutamente lúgubre, oscuro, sucio. El mejor de Huay Xai, y nos pedimos una hamburguesa con papas fritas cada uno. Un viejito en andador llegó muy lentamente acompañado de una oriental que hablaba inglés con dificultad. Cuando llegó nuestra hamburguesa, se paró, se acercó a nuestra mesa, miró las hamburguesas, se volvió a sentar, y pidió lo mismo. Las papas fritas estaban podridas y tuvimos que dejarlas. La hamburguesa creo que estaba bien.
Al salir de ahí, se me mezclan mucho los recuerdos, porque fuimos a cenar de nuevo. En Huay Xai estuvimos una noche y una mañana y recuerdo 3 restaurantes. No se bien qué pasó, talvez Russell nos intoxicó con sus drogas. El segundo restaurante era a la vera del río, mucho más lindo. No lo habíamos visto antes porque estaba un poco escondido de la calle principal. Comimos bien, mejor que antes, y a dormir.
Al día siguiente desayunamos en lo de una viejita divina que hablaba inglés, francés, y un idioma oriental impecablemente. No pudimos deducir de dónde era. Tenía rasgos orientales, pero no sabíamos si era de Laos, de Tailandia, o de dónde.
Cruzamos la calle y nos adentramos en un Cyber café que nos proveería el traslado a la costa Tailandesa. Pagamos lo que teníamos que pagar, no sólo por el transporte hacia la costa Tailandesa, sino también hasta Chiang Mai en combi, y cruzamos.
El cruce definitivamente se sintió. No digo que haya sido como cruzar el desierto que separa a México de EEUU llevando drogas en el estómago y encontrándote con una pista de esquí adentro de un Shopping del lado gringo, fue más un sentimiento psicológico. Algo parecido a lo que sentimos cuando cruzamos de Zimbabwe a Botswana, y entramos a un supermercado que tenía ZUCARITAS, YOGURES, cosas que no veíamos desde hacía una semana por venir de un país como Zimbabwe donde no se conseguía ni siquiera agua. Cruzar de Laos a Tailandia fue algo así, pero en una escala mucho menor. Parafraseando a mi primo: “Con zucaritas es afano”.
Duby cruzando el Mekong
Nos recibió un agente de migraciones que abrochó la tarjeta de entrada al país a nuestro pasaporte. En sudeste asiático es muy común que hagan eso, y es algo que me saca. ¡Cómo le vas a poner un gancho a mi pasaporte! No se, me molesta. Y se lo dije. “Eso no está bien”, o algo así. El tipo sacó el gancho, mientras yo le decía: “nono, no lo saques, no”, porque temía que al sacarlo destruya la página. Luego de sacarlo, lo volvió a abrochar en un sentido diferente. Creo que había entendido que no me gustaba la forma en que lo había abrochado.
Pablo cruzando el Mekong
Del lado tailandés nos hicieron esperar una media hora subidos a un tuk-tuk, para después pedirnos que nos bajemos y cambiarnos a otro. Llegamos al poco tiempo a una “estación” improvisada de combis, bastante prolija, que funcionaba también como hotel. Otra vez, esperar media hora a que salga la combi. Compramos unos tickets para usar Internet, e hicimos trampita desconectando el cable de una de las máquinas y metiéndolo en mi netbook. Hackers a lo Chipi.
Conocimos a un polaco que había trabajado en un restaurante judío en Nueva York, tipo tranquilo, buena onda, pero que no nos caía muy bien. Creo que nos parecía que podía llegar a ser pesado, aunque no lo fue en ningún momento. Cantaba todo el tiempo una canción que le enseñó un mexicano en el restaurante judío que decía algo así como: “Dónde están esos amigos – que me decían…”… se nos pegó una canción que ni conocíamos.
La combi llegó, y salió cargada de varios yanquis, dos argentinos, y un polaco. Fue un buen viaje, salvo porque tuvimos que volver porque el polaco se olvidó la campera. Hicimos una escala para comer donde nos servimos un plato de fideos con una coca-cola por menos de 1 Euro. Una de las comidas más económicas del viaje. Y estaban geniales. Al poco tiempo la combi nos estaba dejando (al poco tiempo quiero decir 5 horas después) en Chiang Mai, en el hotel que ellos recomendaban.