Isfahan, Irán #11

Llegamos a Isfahan muy temprano por la mañana, cerca de las 6am. Del hostel nos habían recomendado tomarnos un colectivo por algo así como 10 centavos de dólar, porque los “tacheros sino te van a pasear, hermano”, textual, otra vez.

El bondi avanzaba y estábamos más perdidos que dos argentinos en Irán. Intentamos preguntarle a un pibe de nuestra edad, pero fue prácticamente imposible. Apenas manejaba el inglés. Al rato, volvimos a intentar con un tipo más grande, de bigotes. Enseguida se inclinó hacia nosotros, muy contento de que le hayamos preguntado, de poder practicar su inglés. Agarró una hojita, una birome, y se puso a dibujar un mapa con el recorrido del colectivo y la indicación de dónde teníamos que bajarnos. Una masa.

Llegamos al hostel, y nos dijeron que teníamos que esperar en el patio hasta que se desocupe el cuarto. Nos sentamos nomás, a esperar. Ahí conocimos a David, tocayo de Duby, un español que estaba recorriendo junto con su amigo Juan, en moto, desde España hasta la India. Se habían quedado medio varados en Irán porque les daba miedo cruzar a Pakistán. Habían estado averiguando y aparentemente no daba para ir. Había mucho riesgo de violencia, secuestros y demás. Les habían ofrecido hacer el cruce con escolta o algo así. Por otra parte, Juan se había lastimado la rodilla y no estaba en condiciones de seguir. Necesitaba reposar. Las motos de los flacos eran iguales a las de Ewan Mc Gregor y Charlie en Long Way Round/Down, pero un poquito más potentes. Las de Long Way son de 1000 de cilindrada, y las de los flacos de 1250. Zarpadas BMW. No se cuánto saben ustedes de motos, pero si hay algo que aprendí con Long Way Round (gran serie documental, no dejen de verla) es que si se te cae una de estas motos al piso, no podés levantarla solo. Son pesadísimas.

Juan y David habían estado durmiendo en un pueblito por el norte de Irán, cerca de Masuleh. El dueño de la casa donde acampaban los había invitado a un pic-nic en las montañas. Juan subió a los dos hijos del dueño de la casa a su moto, y el camino al pic-nic resultó ser mucho más complicado de lo que esperaba. Le resultó imposible maniobrar con los dos chicos arriba, y terminó cayendo, lastimándose la rodilla. Decía que hacer eso con una moto de 125 es una boludez, pero que con una de esas motos… joder macho! Ambos eran de Toledo.

Se unió a la conversación Jordi, un catalán que llevaba 11 meses viajando por el mundo. Había estado en sudeste asiático y le hicimos varias preguntas. Muy agradables todos. Les pregunté si en sus países también los habían tratado de insanos por querer ir a Irán, y nos dijeron que sí, que totalmente. Me sorprendió un poco esto. Había leído de muchos españoles que visitaban Irán y supuse que en la península ibérica estarían más acostumbrados al destino persa.

Finalmente nuestro cuarto estuvo listo, y subimos a descansar. Dormimos un par de horas, las suficientes para recuperar un poco las energías, y partimos a conocer Isfahan. Ya empezábamos a notar el mal cálculo que habíamos hecho: 6 días en Irán era una locura. El país es inmenso y hay demasiadas cosas para hacer, pero en el esfuerzo por mantener a nuestras familias tranquilas, hubo que reducir el tiempo a lo mínimo indispensable. Esto nos dejó con una noche en cada lugar de Irán.

Si viesen el lugar desde donde estoy escribiendo creo que me cagarían a piñas. Estamos en Phi Phi Island, durmiendo en una cabaña arriba de una montaña desde donde se ven la arena blanca, el mar turquesa y las montañas verdes de fondo. Es impresionante.

El principal objetivo en Isfahan era ir a la plaza central, desde donde podíamos acceder al Palacio, a la Mesquita y al Souq. Llegamos con hambre y calor, e inmediatamente buscamos un lugar para comer. Un puestito de comidas rápidas fue el seleccionado. Nos adentramos, e intentamos preguntar qué tenían. Imposible. Nada de inglés, y el menú en farsi (persa). Nos dimos cuenta que lo único que podíamos pedir era una pizza, y eso hicimos. Nos sentamos a esperarla en una de las dos mesas que había dentro del restaurante.

Se nos acercaron dos flacos, y al ver que la nuestra era la única mesa semi-ocupada, preguntaron si podían sentarse. No hablaban una palabra de inglés, pero logramos sacarles que uno era iraní, y el otro iraquí. Duby por alguna razón al escuchar iraquí le dijo: “Oh! America!”. Yo me quedé un poco perplejo, sin entender cuál era el chiste. Más tarde le pedí que me lo explique y me dijo: “Es que Irán ahora está como en América”… menos mal que el iraquí tampoco entendió. Eran muy buena onda los dos. El iraquí se llamaba Metallica. Le pedimos que nos muestre el pasaporte, en el cual decía otra cosa, así que asumimos que su apodo era Metallica. El iraní era más callado, y no me acuerdo su nombre. Los dos hablaban farsi, ni idea por qué. Calculo que a los espías les deben enseñar varios idiomas.

Duby, Metallica, Ahmadinejad y Yo

El iraquí nos enseñó a decir algunas cosas más, algo de los números, y demás. Nos sacamos algunas fotos con ellos. Cuando llegó nuestra pizza por supuesto seguimos con las costumbres locales y les preguntamos si querían. Se negaron. Llegaron sus hamburguesas envueltas para llevar, y preguntaron riéndose si se las podían comer ahí porque querían seguir charlando con nosotros (o al menos yo supongo que esa fue la razón). Eran muy buena onda, y como todos los de esas zonas, se sentían felices de ayudar a un extranjero, de charlar un poco.

Terminamos la pizza, pedimos otra, terminamos la otra, y nos fuimos. La plaza de Isfahan es alucinante. Creo haber leído que es la segunda plaza más grande del mundo o algo así. Son como 3 manzanas, con una fuente gigante en el medio, mucho verde alrededor de la fuente, y en un círculo un poco más amplio uno encuentra el castillo, dos mezquitas, y varios negocios.

Nuestra primer visita fue la mezquita. En la entrada había un cartel que decía: “La mezquita de Isfahan es la más linda del mundo… bla bla bla”. Mucha humildad los Isfahanos.

The most beautiful mosque in the world

Recuerdo que cuando pensaba en Isfahan antes de llegar a Irán, me la imaginaba como una de esas ciudades árabes de las que uno lee en la prensa: “La ciudad de Isfahán es la última resistencia persa a los ataques de Estados Unidos. Resiste ahora y siempre al invasor”. Ahora la imagen que tengo es muy diferente.

La mezquita de Isfahan es en serio impresionante. Se trata simplemente de una cúpula altísima, de unos 40 metros de altura, con muchísimo detalle en su diseño de azulejos diminutos azules, celestes y blancos. No es una mezquita muy grande, pero es realmente hermosa. Y lo más lindo de todo es que no había nadie. Ninguna persona rezando, nadie paseando, ningún turista. Solamente Duby y yo. Estuvimos un buen rato ahí, paseando, cantando, sacando fotos, boludeando.

La mezquita más linda del mundo

Al salir, nos dirigimos directamente al Palacio. Por alguna razón terminamos en la puerta de otra mezquita. En la puerta, antes de entrar, se nos acercó uno que se auto-proclamó nómade. Nos invitó a conocer sus alfombras, sin costo alguno, a media cuadra de donde estábamos. Aceptamos.

En el negocio empezó a mostrarnos alfombras persas. Ninguna me gustaba demasiado. Lo cierto es que las de silk (¿silk era seda?) eran carísimas. Tipo 2000 dólares. Adentro del negocio también había un francés, de unos 50 años. Como 2000 dólares era un número ligeramente por arriba de nuestro presupuesto, le preguntamos si no tenía algo por 20 dólares. Uno pareció ofenderse y dijo: “Sometimes they don’t apreciate the work it takes…” o algo así. La verdad es que quise contestarle que no era que no apreciemos el trabajo, sino que no teníamos plata para comprar alfombras persas. No tuve la oportunidad porque enseguida empezaron a hablar de otra cosa mientras nuestro nómade nos seguía mostrando alfombras más baratas. De unos 50 dólares, etc.

No nos convenció ninguna, agradecimos, y dispuestos a irnos nuestro amigo nómade nos dijo: “Todo bien, si quieren quédense un poco más disfrutando del aire acondicionado”. Nos quedamos un rato, conversando con los vendedores de alfombra, descansando del calor.

Llegó el momento de entrar a la nueva mezquita. Era mucho más grande que la anterior, con más gente. Probablemente la que actualmente funcionaba, brindaba servicios religiosos y demás. Un viejo rezaba y su hijita atrás lo imitaba, agachándose, siguiendo sus movimientos. En el medio había como una pecera gigante. No estuvimos mucho tiempo.

La hija imitando al padre rezando

El palacio muy lindo también. Lo más impresionante es la vista de la plaza que se puede apreciar desde ahí arriba. Es impresionante. Vale la pena Isfahan por esta plaza y sus alrededores.

La plaza de Isfahan

Caminamos un poco por el Souq, mucho más tranquilo que los otros donde habíamos estado, bastante desierto, con negocios más normales a los que conocemos, muchos cerrados y con aire acondicionado. Entramos a uno que vendía alfombras. El tipo era un fenómeno de persona. Nos mostraba cada alfombra, y nos contaba un poco de la historia, que su padre se las compraba hace años a los nómades. Que en realidad los nómades no vendían las alfombras salvo cuando necesitaban plata, porque en realidad las usaban para taparse por la noche, o para montar los animales. Le compramos algunas alfombras (yo una y Duby dos). Al rato llegó el padre, un tipo muy agradable, de anteojitos, tranquilo. Nos contó que él se iba al desierto en su camioneta, donde alquilaba un burro, y salía en búsqueda de los nómades para comprarles las alfombras. Toda una aventura. Nos ayudaron a planificar el viaje hacia Masuleh, llamando por teléfono varias veces a agencias, a aerolíneas, a compañías de micros. Todo muy relajado y nada obligados. Lo hacían de onda, de buenos tipos. Decidimos que lo mejor era ir a Teherán, a la estación Arjantin (Argentina!) y desde ahí tomar otro micro a Rasht, ciudad en la costa del Caspio, a hora de viaje de Masuleh. Nuestro amigo el alfombrero jóven se reía mucho porque la estación se llamaba igual que nuestro país.

Nuestro vendedor de alfombras

Por la tarde volvimos al hostel, dormimos una siesta, y nos sentamos a charlar con Juan, jordi y un alemán que venía haciendo un viaje muy similar al de Juan y David, pero con la mujer y en una furgoneta. El alemán, vamos a llamarlo Otto, o mejor Thomas Toth, ya que estamos, nos contó que había estado durmiendo en Irán en su furgoneta. Que un día en una plaza se le habían acercado dos pibes a charlar, como siempre se te acercan los iraníes, de buena onda y por conocer a un extranjero, y terminaron pegando buena onda. Los pibes le preguntaron si quería tomar alcohol. Al día siguiente cayeron a la plaza con dos botellas de cerveza escondidas debajo de unas camperas. Les recuerdo que el alcohol está terminantemente prohibido en Irán. Nuestro amigo Thomas Toth tomó cerveza escondido como si fuese un pibe de 12 años. Se reía contándolo. Es así, en Irán tomar cerveza es como en Argentina fumarte un porro. Está prohibido, pero no te matan si lo hacés, te cobran una multa de unos 300 dólares.

En esta conversación nos enteramos que era muy probable que en sudeste asiático no podamos alquilar un auto en Tailandia y cruzar las fronteras de Laos y Camboya manejando. Aparentemente no se puede entrar un auto alquilado a estos países. Nos molestó bastante enterarnos de esto porque cambiaba mucho los planes. Hay veníamos cansados de cambiar de hostel cada 1 día, de viajar en micros, de esperar en estaciones, de disfrazarnos con 25 ropas para que no nos cobren exceso de equipaje en los aviones. Extrañabamos aquellos días de antaño, africanos, en los que dejábamos absolutamente todo en el baúl de nuestra 4×4 y nos olvidábamos de todos esos problemas clásicos de mochileros que ya hemos vivido tantas veces.

Me compré un falafel, acompañé la conversación un rato más, y me fui a dormir.

Al día siguiente bajamos a desayunar, antes de la partida hacia Rasht, y nos encontramos allí con Juan, aquel motoquero español de la rodilla machucada. Resulta que David había emprendido su vuelta, y había dejado a Juan allí en Isfahan para que se recupere. Juan era serio en extremo. De esos que les hacés un chiste, te reís, y te contestan seriamente. Era buena onda igual. Estaba casado hacía 6 años, y se había ido a hacer ese viaje en moto que siempre había soñado. Lamentablemente el destino le jugó una mala pasada (el destino se le cagaba de risa en la cara, digamos) y le lastimó la rodilla. Él decía que si se le mejoraba la rodilla lo suficiente, cruzaría todo Pakistán para llegar a India solo, que no le importaba nada, que no quería volver todavía, que llevaba nada más 1 mes y medio de viaje. En una conversación con Jordi del día anterior, había dicho algo parecido, y había agregado: “pues tío, es que morir te puedes morir en tu casa por meter los dedos en el enchufe”, a lo que Jordi contestó: “Sí tío, pero es que yendo a Pakistán te la estás buscando”. Para mi tenía razón Jordi, Pakistán no da.

Le preguntamos a Juan qué onda con la mujer, si la extrañaba. Nos contestó, textual: “Bueno, pues, ella me extraña más a mí, las cosas como son”. Era muy serio Juan.

Nos despedimos, le pedimos el mail para saber qué había sido de él, y salimos a tomarnos el bondi para la estación de micros de Isfahan.

Quería comprarle un regalo a Ale Max de Isfahan, pero en medio del quilombo y de subirnos al primer micro que salía, la tarea quedó para otro momento. Lo ideal hubiera sido un tesoro escondido en el patio de alguna casa de Isfahan; talvez convenga fijarse en un patio de Buenos Aires directamente.

Una vez ahí, buscamos cuál nos llevaba a Teherán, a la estación Arjantin. Había muchísimas compañías de micros que iban a Teherán. El padre del alfombrero nos había recomendado ir con una, pero todavía faltaba mucho para que salga. Elegimos una al azar, y nos subimos.

Salió cerca de las 9 de la mañana. Teníamos 7 horas de viaje hacia Teherán, y otras 5 hasta Rasht. Un embole de viaje. Pudimos elegir los dos primeros asientos del micro, y eso aligeró bastante el viaje, pudiendo disfrutar del paisaje.

En este micro pasaron también las colas de las películas, y después una especie de tragicomedia bizarra que contaba la historia de un hombre, que en una situación de enojo le arranca el espejo a otro auto que estaba mal estacionado. El perjudicado persigue al hombre por la ciudad, hasta que el hombre, conduciendo realmente rápido por la ciudad, atropella a un viejo.

Este hombre, una especie de Gabriel Corrado iraní, va al hospital a ver al atropellado. Esperando en la sala de espera, se sienta sin saberlo al lado del hijo del atropellado, un hombre de unos 35 años, de clase baja. Vale aclarar que Gabriel Corrado es de clase alta. El hijo del atropellado, llamémoslo Bigotes, cuenta lo triste que está (en realidad no se qué cuenta porque habla todo en farsi) y que si agarra al que pisó al padre lo caga a trompadas. Gabriel Corrado confiesa que fue él. Bigotes lo mira, baja la cabeza, no sabe cómo reaccionar. Gabriel Corrado pide perdón y se va del hospital. Detrás suyo viene corriendo como una fiera Bigotes, y lo empieza a cagar a trompadas en la calle.

La cosa se empieza a complicar cuando Gabriel Corrado siente que tiene que hacer algo para corregir la situación, y va a la casa de Bigotes, quien lo recibe de muy mala gana. Nótese que Gabriel Corrado ahora está vestido de negro; empezó la transformación de Corrado en algo malo, se está sumergiendo en terrenos desconocidos para él. En la puerta de la casa, no se de qué hablan, pero escena siguiente, Gabriel Corrado está durmiendo en la casa de Bigotes. Tocan el timbre, y cae un tipo Millonario con sus matones a apretar a Bigotes, probablemente porque les debe plata. Gabriel Corrado salta a defender a Bigotes (en paralelo a todo esto hay flashbacks de Bigotes encarándose a la hija de Millonario).

Por la noche, Gabriel Corrado y Bigotes se visten de negro, con pasamontañas. Llevan una mochila cada uno. Caminan por las calles de Teherán, y comienzan a robar estéreos. Roban muchos. Imagínense una escena con música y un montaje rítmico con muchas elipsis espacio-temporales de robos de estéreos.

Llegan a la casa de Bigotes, abren las mochilas, y vuelcan como 20 estéreos cada uno en la alfombra. Gabriel Corrado todavía no está convencido de su transformación, de su vuelco al lado oscuro. Se queda en el piso cabizbajo, pensando. Bigotes está feliz; pone música y se pone a bailar en el living festejando el robo del siglo. De a poco Corrado empieza a aceptar su lado oscuro, y se para y también empieza a bailar con Bigotes. La escena se va convirtiendo en una comedia ridícula en la cual ahora Bigotes y Corrado están disfrazados con sombreros, bailando tipo árabes, muy felices.

Por momentos me dormía y volvía a despertarme, pero como ven, la trama no parecía muy complicada. Hasta que paramos en algún lugar, o cuando llegamos, y me cortaron la película por la mitad. Calculo que me la voy a poder bajar de Taringa buscando: “Gabriel Corrado Bigotes”.

Durmiendo en el micro con mi toalla de Undertaker

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3 Comments

    1. jaja, buscate la peli en taringa, la encontras seguro…

      Nano
      asd@asd.com
      186.18.196.49
      Submitted on 2010/08/04 at 5:35pm

      sajajajajajajajajaja que hdp, me dfejaste con la intriga!

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