Siem Reap, Camboya #19

Luego de perder la virginidad anal en manos de los, según Duby, “aguerridos y atractivos” policías de migraciones camboyanos, nos encontramos con el incierto y desolador futuro que recibe al mochilero en cualquier frontera inhóspita. Definitivamente el primordial objetivo era preservar la virginidad auditiva (o de la oreja), y para lograrlo nos ajustamos los cinturongas (o riñoneras internas, según gusten llamarlas) y emprendimos la caminata sin mirar atrás.

 

La caminata consistió en unos 84 centímetros, aproximadamente, porque no teníamos idea de cómo llegar a Siem Reap desde Poipet.

 

Poipet resulta ser el primer pueblo de Camboya que nos recibió, con los brazos cerrados y un escupitajo en la cara (pero sin lágrimas de cocodrilo), al cruzar la frontera desde Tailandia. Nos paramos en la esquina, e inmediatamente paró un colectivo a nuestro lado. Todos los turistas que cruzan por esta frontera, tienen intenciones de ir a Siem Reap. El curro está demasiado bien organizado: tienen a mano la vaselina, los látigos y el pucho para después. Nos explicaron que el colectivo que paró a nuestro lado nos llevaría gratuitamente a la terminal de autobuses. “When something sounds too good to be true, it probably ain’t”, diría Brad Pitt en Bastardos Sin Gloria. Nosotros lo sabíamos, pero los muchachos, grandes conocedores de las desconfianzas mochileras, nos aclararon que eran empleados gubernamentales, nos mostraron sus “insignias” y nos aseguraron que era gratuito.

 

Nos sentamos dentro de nuestro transporte gratuito a esperar que nos lleve a la terminal de autobuses. El momento era incómodo, sospechábamos de todo y de todos, y decidimos bajarnos del micro. Apenas nos levantamos para decir que teníamos que ir al baño, que después nos subíamos, los tipos nos dijeron: “Ya salimos, ya salimos” y el chofer arrancó. Esto nos generó aún más desconfianza, obviamente. Cuando uno quiere bajarse, justo en ese momento arrancan.

 

En el colectivo íbamos una parejita de yanquis, Duby y yo. Nadie más. Uno de los “guías” empezó a hablarnos, a tirar chistes, a preguntarnos de qué país éramos. Flor de madrij. Nosotros contestábamos a desgano, preocupados, pensando a dónde nos estaban llevando, cuánto nos iban a querer cobrar, o en su defecto, cuánto iba a costar el colectivo a Siem Reap de la terminal donde nos iban a dejar. Los yanquis muy contentos se copaban con todas las del madrij. Por lo menos disfrutaron del viaje.

 

Nos bajamos del colectivo y efectivamente no nos pidieron nada. El madrij nos dijo que en la terminal había dos argentinos más. Nos pareció chamuyo, o que había entendido mal el país, o algo así. No habíamos visto a casi ningún argentino, y encontrarnos con dos en Poipet, Camboya, sonaba muy improbable.

 

Sucedió, pues, que era cierto. El madrij se acercó a los otros argentinos, y nos señaló. En cierta forma nos obligó a acercarnos y hablar con ellos. Se llamaban Fede y Xime, o algo así, habían estado trabajando “en publicidad” en India, como 3 meses. Y con esa plata andaban viajando por sudeste asiático como otros 4 meses. La terminal solamente ofrecía taxis a Siem Reap por 12 dólares por persona, o un bondi por 9 dólares. Fede y Xime habían comprado tickets para el bondi. Era carísimo para tan poca distancia (unos 150 kilómetros, aunque 4 horas de viaje), pero no nos habían dejado opción. Nos la habían puesto nuevamente. Quisimos hacer taxi con los yanquis pero ellos no quisieron.

 

El bondi costaba 9 dólares por persona, y sólo teníamos 20 Euros. Le di los 20 Euros y me devolvió 2 dólares. ¿PERO DE QUE ME ESTAS HABLANDO FLACO? Le pedí que me devuelva la plata, le di los tickets nuevamente, y crucé el pasillo de la estación para cambiar los 20 Euros por plata local. Estaban todos arreglados con todos, y el cambio era malísimo, pero posta una vez que la tenés adentro es jodido sacártela.

 

Pagué con los Kips, la moneda local, y me devolvió algo de Kips y otra vez los 2 dólares. Al menos había ganado algunos kips. Nos subimos al bondi, un colectivo desastroso, sin asientos reclinables, sin lugar para dejar las mochilas (las tiraron en el piso del pasillo). Tuvimos que esperar como media hora hasta que se llene y salga. Todo por 9 dólares. Mi cálculo hasta ahora, en el viaje, es que un colectivo cuesta aproximadamente 1 dólar por hora de viaje. Este viaje duraba 4 horas, por lo tanto, siendo Camboya el segundo país más pobre de Asia, uno imaginaría que debería costar menos de 4 dólares. Sumemos a esto el dato de los 150 kilómetros. ¡Eran 4 horas para 150 kilómetros! Malditos.

 

El viaje fue bastante incómodo. Íbamos charlando con Fede y Xime, mirando un poco por la ventanilla, viendo cómo el colectivo se esforzaba por lograr ese record de 50 Kilómetros por Hora.

 

 

Nuestro colectivo y su vecino, en una parada

Paramos a comer, obviamente en un restaurante arreglado con los del transporte, muchísimo más caro que cualquier otro restaurante de Camboya. Cruzamos la calle, y nos encontramos con un canadiense que estaba comiendo una comida recontra local que compró en un puestito de la ruta por 1 dólar: arroz con carne. Me compré lo mismo, y me siguieron Duby y Fede. Xime pidió que por favor no comamos eso porque no quería ser la única Argentina que sobrevivía a Camboya. La “carne” era hígado, y tenía un gusto bastante feo. Estaba MUY picante, pero obviamente nos hicimos todos los machos porque el canadiense nos había dicho algo así como: “está perfecto, nada picante”. Ningún sajón tiene más huevos que un argento. Curtite Canadian.

 

Duby, yo disfrutando mucho de la comida, y Xime

La Lonely Planet advierte con corrección que el transporte desde Poipet hacia Siem Reap va intencionalmente lento, para llegar a la noche, obligarte a tomar un Tuk-Tuk, y venderte los hoteles en los que ellos tienen comisión. Eso pasó. El colectivo avanzaba por la ruta principal, iluminada, hermosa, asfaltada, y dobló a la izquierda, hizo un kilómetro, y nos dejó en un zanjón de barro, lugar que ellos llamaban “estación”. Evidentemente era una estación falsa, construida por ellos mismos, con el sólo objetivo de obligarte a tomarte un Tuk-Tuk por el precio que ellos te decían. No nos quedaba otra. Yo quería caminar ese kilómetro, de la calentura que tenía, y no pagarles un mango. Pedían 2 dólares y medio por llevarte a cualquier alojamiento. Duby no quiso, y en el momento parecía que tenía razón. No daba caminar de noche por esa calle de barro oscura, parecía más una decisión de calentura. Nos subimos al Tuk-Tuk, pagamos de muy mala gana revolándole los billetes en la cara al “cajero improvisado”, y partimos. En el camino nos cruzamos con un mochilero que no quiso pagar la estafa e iba caminando. Un Tuk-Tuk le tocó bocina mal, y le tiró medio el auto encima, enojado por no haber participado de la mafia. Unos asquerosos.

 

El hostel estaba lindo. Con pileta, una barra copada. Nos hacía acordar un poco al hostel de las Victoria Falls en Zambia, el Jollyboys Backpackers. Estuvimos charlando un rato con Alessandra, una suiza que estaba estudiando medicina y no trabajaba. Parece que en Europa es mucho más común o trabajar o estudiar, hasta alguno se sorprendió cuando dijimos que hacíamos las dos cosas. Cené unos fideos a la bolognesa bastante caros (el hostel quedaba alejado del centro, y te cobraban cada cena más cara que la noche de alojamiento, buen truco), escribí un rato y nos fuimos a dormir. Compartíamos el Dorm con Alessandra, y mientras nos preparábamos para meternos en el sobre, la muy europea sin tapujos se sacó la remera, el corpiño, y se puso el pijama. Todo de espaldas a nosotros, pero aún así nos resultó más que curioso (por no usar otros adjetivos).

 

Amanecimos, desayunamos en el hostel, y arreglamos un recorrido con el encargado de los Tuk-Tuks del hostel para conocer los templos de Siem Reap. Dudamos mucho si hacerlo en Bici o en Tuk-Tuk, pero nos pareció que en tuk-tuk íbamos a llegar a ver más templos. Se podían seleccionar varios recorridos, y la mayoría de la gente que va a Siem Reap se queda 2 ó 3 días, pero yo no aguanto las ruinas mucho más de un par de minutos, así que decidimos mezclar dos recorridos y tratar de ver la mayor cantidad de templos en un solo día.

 

Íbamos comodísimos en el Tuk-Tuk, sentados en un asiento, con las patas arriba del otro, y nuestro esclavo manejando la motito ahí adelante. De lujo. Atravesamos la ciudad y llegamos al lugar donde se compraban los tickets. Nos habíamos olvidado que estábamos en la ciudad de los piolas avivados, más despiertos que los argentos más asquerosos. Pedían 25 dólares por entrar al sector templos. Nosotros estábamos en un presupuesto de 20 dólares por día. ¿Me la explicás? El país más pobre de Asia, y la entrada vale más que subir a la torre Eifel. Obviamente, pagamos. Te sacan una foto y la ponen en la entrada, para impedir que salga uno con dos entradas, el truquito de la cancha. Los tipos habían pensado en todo.

 

Yendo a ver las ruinas en el tuk-tuk

A cada rato en los templos, había gente controlando que todos tengan su ticket. El primer templo que vimos fue el Angkor Wat (Wat = templo). Muy lindo, el edificio religioso más grande del mundo, creo haber leído o escuchado. Muchos turistas, incluso una mujer igualita a la tía de Duby (con la que se sacó una foto).

 

Duby y su tía

Recorrimos varios templos más gracias a nuestro tuk-tuk. El conductor tenía la virtud de detectar rápidamente cuando salíamos de un templo, y ya estar listo, con el casco puesto y la moto encendida. Almorzamos en un puestito, muy barato. A nuestro lado un tipo de unos 65 años cenaba con un pibe oriental de unos 25. Lo mirábamos con curiosidad, preguntándonos si sería su “novio alquilado”.

 

Duby: “Bancame que le doy una moneda porque los pobres me dan lástima”

En Camboya volvimos a sentir la insistencia de los vendedores ambulantes, que podían freirte el cerebro en menos de 15 segundos si se lo proponían, con esos grititos infernales de: “Wateeeeeeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrrr”… en una frecuencia imposible de soportar. Un grupo de vendedoras rodeó al viejo, y empezó a ofrecerle cosas para su putito. El viejo negaba, hasta que se terminó enojando y diciendo: “¡¡¡He is not my boyfriend!!!”. Duby le dijo algo así como: “Oooohhh… ok”… como dejándole claro que era exactamente eso lo que todos pensábamos. Ahí empezamos a hablar con el viejo, que enseñaba informática en Irlanda, y según nos contó había adoptado a su hijo (el oriental de 25 años que lo acompañaba) en Vietnam. No terminaba de cerrar del todo, y lo cierto es que hasta el día de hoy creemos que se lo recontra garchaba.

 

Acá intentando hacer una foto como si se estuviese cayendo Duby

 

Otra

El viejo nos habló de los templos, que era la 5ta vez que volvía a Camboya, que le encantaba, sobre todo por “los pendejos orientales que me puedo coger por dos mangos”, nos dijo. Estábamos sentados frente al templo de una de las Indiana Jones (calculo que será el Templo de La Perdición, pero ni idea).

 

Seguimos recorriendo, viendo templos, disfrutando de esas civilizaciones tan antiguas que habían logrado cosas tan modernas. Cerca de las 17 horas terminamos con el recorrido. Nuestro tuk-tuk driver tenía la indicación (por pedido nuestro) de conducirnos a un templo para ver la puesta del sol desde ahí. Se notaba que estaba cansado y se quería ir a dormir, porque cada vez que nos subíamos nos decía: “Ok, are you tired?”…

 

Decía que eran las 17hs porque todavía era temprano para la puesta del sol. Acá en sudeste asiático se pone cerca de las 18.30hs… decidimos subir al templo a ver de qué se trataba, y ver si pintaba esperar una hora y media a la puesta del sol. La subida fue brava, llegamos cansadísimos, pero valía la pena por la vista de todos los templos desde arriba de una montaña con otro templo. Estuvimos un rato ahí, disfrutando de la vista, y decidimos irnos.

 

 

Bajando la montaña nos cruzamos con hordas de turistas que caminaban en el sentido contrario. Nos sentimos bastante pelotudos por estar yéndonos cuando todos volvían, pero la verdad es que imaginé el sol poniéndose atrás de todo lo que habíamos visto, y con esa imagen me alcanzó. Después de largó a llover, y eso me confirmó que habíamos hecho bien.

 

Una nena divina a la que Duby le compró una flauta

Esta flauta

“Qué lindas ruinas”

Ya en el hostel, volvimos a la ruta a buscar un lugar para merendar. Encontramos un puestito callejero que vendía licuados de banana con cosas raras que nunca logramos discernir, justo al lado de la ruta. Y a 5 metros del puestito callejero, una confitería ultra-cheta con muffins, brownies, helados, de todo. Entramos a la confitería ultra-cheta, que no tenía licuados, vimos que los precios eran muy accesibles, preguntamos si podíamos entrar con licuados de afuera, a lo que nos contestaron que sí, bla bla bla.

 

En estos países el extranjero es un rey. Si venís con ganas de gastar algo de plata, nadie se te va a hacer el loco con “no me traigas un producto de afuera”. Compramos los licuados por 50 centavos de euro, y entramos a la confitería ultra-cheta donde consumimos 1 euro y medio entre los dos. Nos acostamos en unos asientos a tomar los licuados con esos muffins espectaculares, y estuvimos un rato largo charlando.

 

De vuelta en el hostel, fue ducha, lluvia, y cerca de las 21:30 salir a buscar un restaurante en la ruta. El primero no nos convenció. No tenían pollo y la carne en sudeste asiático es más dura que culo de profesora de pilates. Nos alejamos por la ruta en el sentido contrario al del centro, y empezamos a escuchar a alguien cantar muy desafinadamente, Parecía un karaoke. Seguimos acercándonos, y terminamos encontrando un restaurante vacío, sin comensales, con un escenario gigante en el medio donde dos koreanos vestidos de ciclistas cantaban canciones en koreano. La imagen era por demás bizarra. Imagínenlos con sandalias de ciclista, medias de ciclista, las calzas bien apretadas de ciclista, remera de ciclista, y el casco ese estirado de ciclista, cantando canciones en koreano muy arriba, descontrolados, felices. Nosotros no entendíamos nada. Qué hacían esos koreanos, vestidos así, sin nadie más en el restaurante. Vimos el menú mientras los escuchábamos cantar, y nos pareció carísimo. Le preguntamos al mozo qué onda los ciclistas, y nos dijo que venían pedaleando desde Korea del Sur, y habían parado hacía poco en ese restaurante a cenar y chupar, y se habían puesto a cantar, sin siquiera sacarse los cascos. Unos genios. Uno de ellos me hacía acordar mucho a Chichi.

Los koreanos cantando

Los precios no nos cerraron y nos volvimos al hostel, donde pregunté si la cocina seguía abierta, y una chica de muy mala gana me dijo que no, que cerraba a las 22:00 hs. Eran las 22:01, lo juro. En el reloj de la cocina, ni siquiera en el mío. Terminé convenciéndola para que me haga un sándwich de queso, tomate, huevo y escupida, que no estaba nada mal, y nos fuimos a dormir.

 

Nos habían mudado a un cuarto privado por la misma plata, porque tenían reservado los Dorms para un grupete de ingleses. Estábamos mucho más cómodos. Dormimos como bebés, y nos despertamos sin apuros, con el plan de pasar el día relajados, sin responsabilidades, como si estuviésemos de vacaciones.

 

Alquilamos unas bicicletas, y salimos para el centro de Siem Reap. El primer objetivo: ver cómo llegar a Laos. En una agencia de viaje nos ofrecieron volar a Luang Prabang (norte de Laos – mucha distancia) por la módica suma de 125 dólares, y después ir bajando por Laos, cruzar a Bangkok, alquilar un auto, bajar manejando hasta la Full Moon Party del 25 de Septiembre, y después subir a Chiang Mai para cerrar el viaje. La verdad es que 125 dólares no era mucho por ese pasaje. La otra opción era ir en colectivo hasta las 4000 Islas (sur de Laos), ir subiendo por Laos hasta Luang Prabang, y después cruzar a Chiang Mai, no alquilar auto, y perdernos la Full Moon Party.

 

Una modelo famosa de Camboya

Si ven un mapa, van a darse cuenta que la primer opción era un tanto desquiciada, y bastante más cara. La segunda opción era la más potable. Luang Prabang y Chiang Mai no están a tanta distancia, y terminábamos haciendo un círculo para cerrar el viaje, la única contra era que llegar por tierra desde Siem Reap a Luang Prabang, nos iba a tomar aproximadamente unos 4 viajes de 12 horas cada uno, contra un vuelo de 1 horita. Encima el bondi al sur de Laos costaba 40 dólares. Se imaginarán lo que nos costó llegar a la decisión de hacerlo por tierra. No fue fácil.

 

Me fui a la mierda del relato. Seguimos en la agencia de viajes, escuchando las opciones que nos da la mina. Estaba decidida a vendernos algo, nos decía cosas como: “Ustedes son mis primeros clientes, acá en Tailandia tenemos una tradición, que es que si no le vendemos al primer cliente, no vamos a vender nada en todo el día, por eso les estoy haciendo un precio especial, por eso les pido por favor que me compren”. Duby tiene un problema serio, que es que toda la gente que le quiere vender algo le da lástima. Es tremendo, tiene la mochila llena de compras que son hijas de la lástima. Pero en este caso nos resistimos, le dijimos que más tarde volvíamos, y que íbamos a pensar qué hacer.

 

En el hostel estuvimos debatiendo, y fue cuando llegamos a la conclusión de ir en bondi a las 4000 Islas. Si elegíamos la primer opción, la del vuelo, no íbamos a hacer nada del sur de Laos.

 

Luego de la determinación, tocó pileta. Luego de la pileta, tocó ir a almorzar, otra vez en bici, al centro. Nos arrepentimos bastante de haber dormido en el Earth Walkers. El centro de Siem Reap tenía muchos negocios que no estaban mal, con precios muchísimo menores a los de nuestro hostel. Comimos muy bien, y caminamos un poco por un mercado típico oriental, que tenía desde comidas asquerosas, hasta peces que estaban a la venta en un puestito, e intentaban saltar y escaparse saltando al piso (sospechamos que querían suicidarse). Le compramos un regalo a Gato, nos volvimos a montar en las bicicletas, compramos pasajes para el día siguiente a las 4000 Islas, y pedaleamos como 10 kilómetros más hasta un globo aerostático.

 

Las bicicletas estaban en condiciones paupérrimas, sobre todo la de Duby, cuya dirección se iba hacia la derecha constantemente. Lo raro es que el manubrio estaba alineado con la rueda. Nos turnábamos para usarla porque era agotador. Cuando llegamos al globo aerostático, en la zona de templos, nos dijeron que por la tarde estaba cerrado porque había mucho viento.

 

 

Igual estuvieron muy buena onda, nos mostraron cómo funcionaba, y nos lo imaginamos, con lo cual nos ahorramos 15 Euros y fue casi tan lindo como subirse. El globo es un poco trucho, porque no funciona con aire caliente sino con helio. Simplemente lo rellenan de helio cada tanto, cuando empieza a desinflarse, y listo. Lo tienen siempre atado a tierra.

 

Volvimos pedaleando, y llegamos agotados a la zona del hostel. Otra vez merendamos en NUESTRO restaurante inventado: licuado de banana con leche en el puesto callejero, y unos muffins o donas o no me acuerdo qué adentro de la confitería cheta.

 

Entró un contingente de turistas japoneses, todos vestidos igual, todos igualitos. El guía iba gritando gustos de helado y los japoneses levantaban la mano y se anotaban al gusto. Nosotros obviamente levantamos la mano cuando dijo Chocolate y todos los ponjas se rieron al mismo tiempo. Estábamos casi seguros que el guía se iba a copar, de buena onda, y nos iba a traer nuestros helados, pero se ortivó, nos hizo algún que otro chiste, y nos dejó con las ganas.

 

NUESTRO lugar de merienda en Siem Reap

Habremos hecho algo más, pero en resúmen: nos fuimos a dormir.

 

A las 5am nos despertamos, nos bañamos y bajamos a la recepción a esperar nuestro transporte a la frontera con Laos, y luego a las 4000 Islas. Los pendejos ingleses estaban también en la recepción, por lo tanto asumimos que venían con nosotros a Laos, aunque nos llamó la atención que no iban muy cargados. Bueno, no llevaban nada en realidad. Los pasaron a buscar a los 10 minutos, y se fueron en una van sin nosotros. Obviamente, iban a ver la salida del sol a algún templo.

 

Esperamos hasta las 5:20, y le pedimos al seguridad de la noche que llame para quejarse. Nos dijo que no nos preocupemos, que era temprano para llamar, que ya iban a venir. A las 5:40, insistiendo, logramos que llame. Le dijeron que todo bien, que ya iban a pasar a buscarnos. A las 6am cayó un tuk-tuk con un acompañante. Entraron corriendo al hostel, agarraron nuestras mochilas, y nos pidieron que los sigamos. Todo a las apuradas. El tuk-tuk iba a los pedos, y sentíamos que en cualquier momento se la iba a poner e íbamos a salir volando 400 metros.

 

Llegamos al bondi, y éramos los últimos que faltaban. Estaba repleto de gente y de mochilas. Los bolsos iban en el piso del pasillo. Quedaba libre el último lugar, al medio del asiento del fondo, y una ventanilla cerca del conductor. Duby se fue para el fondo, trepando arriba de las mochilas, pisando en los bordes de los asientos, un delirio. Yo me senté al lado de la ventanilla.

 

Si no fuese por el enfermo mental del chofer, el viaje no hubiera estado nada mal. Iba mirando el paisaje de Camboya, sintiendo el viento en la cara, pensando en cosas placenteras, cuando de golpe el hijo de mil puta clavaba bocinazos sin sentido a una moto que iba al costado de la ruta 200 metros más adelante sin molestar a nadie. La bocina resonaba adentro del micro más que afuera seguramente. Era increíble. Todos los turistas (el micro era sólo de extranjeros) nos mirábamos sin poder creer lo insoportable que era el chofer, cómo tocaba bocina al pedo cada 2 minutos. Me empezó a irritar cada vez más, y no voy a decir “posta estuve cerca de pararme y ponerle una trompada” porque sabemos que no es cierto, que no estuve tan cerca, pero lo pensé seriamente, pensé en qué desencadenaría una buena trompada puesta al chofer mientras manejaba y tocaba bocina, quiénes me defenderían, qué pasaría después… decidí que no era lo mejor. Duby después me contaría que desde el fondo estuvo pensando en sacarse una zapatilla y reboleársela por la cabeza. No lo hizo porque no estaba seguro de poder pegarle de lleno.

 

En algún momento le grité: “SHHHHHHHHHHHHHHH” y paró de tocar la bocina por un rato, pero enseguida volvió a hacerlo con más ganas. Era un energúmeno. Se iban haciendo las 10 de la mañana, y por supuesto, nuestro chofer del micro de asientos-que-no-se-reclinan-y-no-tiene-aire-acondicionado-pero-costó-40-dólares seguía molestando con su bocina. El sol pegaba en el techo de chapa y nos queríamos matar. Todavía faltaban cerca de 8 horas de viaje, y no estábamos en las horas más calientes del día. Afortunadamente, el micro se detuvo. Muchos nos bajamos, porque teníamos que hacer un cambio de micro. Una francesa criticó al chofer por el “clarinete”, creo que le dijo.

 

El otro micro era un lujo, un micro normal, con asiento con felpita, que se reclinan, y aire acondicionado. Por supuesto los 40 dólares seguían siendo un robo, pero por lo menos seguimos el viaje más cómodos.

 

Cerca de la frontera Camboya-Laos, el “azafato” del micro empezó a pedir pasaportes y plata. Por supuesto, no confiábamos en nadie. Nos dijo que eran como 45 dólares. Le dijimos que lo íbamos a hacer nosotros mismos en la frontera el trámite migratorio. Nos preguntó de qué país éramos, y luego de la respuesta nos preguntó si Argentina quedaba en el sur de África. Dijo que si no le creíamos el precio que nos había dicho, nos podía mostrar una tabla de precios. Sacó una hojita que imprimió él mismo con los precios. Un asco. Argentina decía 30 dólares. El tipo explicó que había que pagar también 1 dólar en la frontera de Camboya por el sello, y 2 dólares en la de Laos. Eso sumaba 33 dólares. No le creímos nada, al igual que muchos otros extranjeros.

 

Cuando llegamos a la frontera de Camboya, bajamos del micro todos los renegados. Con Duby fuimos de los primeros en pagar ese dólar. Nunca nos había pasado de pagar por un sello en una frontera. La explicación era que estaban trabajando fuera de horario (porque era sábado) y que por eso cobraban esa plata. Duby le pidió el recibo el tipo de migraciones, y al negarse, le tiró el billete arriba de la mesa, muy de mala gana. El tipo se lo quedó mirando enojado, agarró el billete, se lo dio a Duby y le dijo sin sacarle la mirada y con el entrecejo fruncido: “AGAIN!”. Yo temí que Duby se siga haciendo el loco, que se lo vuelva a tirar de la misma forma, pero se lo dio bien, y ahí se lo sellaron. Aparentemente Duby se había temido que no lo dejen pasar a Laos hasta el lunes, y le pareció que la mejor opción era darles el billete como lo pedían.

 

Del lado de Laos, también nos pidieron 2 dólares. Uno para el sello y otro porque estaban trabajando un sábado. Esta frontera está abierta hace MUY poco (Diciembre 2009), y nos costó bastante averiguar si íbamos a poder cruzar por ahí. Se nota que es una frontera nueva porque se están mandando un curro divino. Les pagamos los 30 dólares además de esos 2 dólares, y seguimos viaje. El “azafato” del micro estaba enojado con todos los extranjeros que no confiaron en él porque hacerlo individualmente hizo que lleve mucho más tiempo el trámite. Puto azafato.

 

Estuvimos charlando con una brasilera copada que viajaba con un canadiense. Ni idea si eran pareja, o se habían conocido hacía 10 horas en algún hostel. La piba hablaba excelente el inglés, y muy bien el español. También iba a las 4000 Islas, pero cuando nos bajamos, ella siguió. Ni idea en qué parada del micro se iba a bajar.

 

Nuestro boleto de micro decía: “Don Khong”, que es una de las 4000 Islas de Laos. Por supuesto, nos dejaron en la mitad de la ruta y el micro se fue. Acá nos esperaba una combi, que nos aclaró que la combi era gratis, pero que teníamos que pagar el bote hasta Don Khong. Le mostré el ticket del micro que decía “Destino: Don Khong”, pero me insistió en que la combi era gratis pero el bote no. Insoportables. Terminamos pagando como 4 Euros más, que probablemente se lo dividieron entre el de la combi y el del bote. De todas formas no queríamos ir a Don Khong, sin a Don Khone. Se pronuncian casi igual y hubo una gran confusión entre todos los que queríamos ir a alguna de esas dos islas. Los conductores estaban acostumbrados a esta discusión, y nos preguntaban a cuál de las dos íbamos, pronunciando las dos cosas de la misma forma. Terminamos eligiendo Don Khone que era la más barata (4 Euros) y la más pequeña.

 

En Don Khong hay electricidad hace unos 10 años, y en Don Khone hace unos 2 años.

 

En la combi íbamos sentados al lado de dos japonesas. Una de ellas tenía unos aparatos fijos rojos, y era feísima. La combi llegó a una especie de puerto, donde nos subimos a un botecito, y 10 minutos después (lluvia de por medio) llegamos a Don Khone.

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2 Comments

  1. Qué buena descripción loco!!! Me maté de risa, sos muy divertido p escribir, ja ja… Para todos los q alguna vez viajamos de mochilero a países como los que estuviste (en mi caso centroamérica y Africa)las situaciones q describís son sumamente habituales… Ni que decir…

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