Tarea 05: Sísifo

Observó sus rostros: el de las dos suizas sentadas a su lado, el del muchacho norteamericano que bebía whisky y hablaba de su abuela muerta, y el del italiano que había decidido convertirse en un viajero eterno. Estaba seguro: nunca antes los había visto. Sin embargo no podía librarse de la sensación de conocerlos profundamente. Esto, por alguna extraña razón, lo hacía feliz. Nunca los volvería a ver, no tenía que aparentar. Se sintió libre. Eran sus amigos de siempre, pero con otros rostros, y sin el enorme peso de dejar marcadas sus acciones y palabras en el indeleble trazo del destino. Con toda esta libertad, con la posibilidad de ser él mismo, se levantó y salió a caminar, él solo, por Budapest.

El viaje a Europa lo había tomado desprevenido. Llevaba una vida convencional, trabajando como programador en una consultora informática, pero su carácter antojadizo, no de esos que lo invitan a beber té y tener conversaciones finas, lo instaba constantemente a escapar de la rutina. Peleaba de forma continua contra la inercia de seguir por el mismo camino, o correr riesgos. En una fiesta, antes de viajar a Europa, escuchó a actores improvisar dándole significados a palabras con la letra Z. Podían gritar enfurecidos “ZANAHORIA”, o con mucha tristeza acercarse a un miembro del público y decirle “zapato”. Pensaba en la forma y en el contenido cuando, parado en la vereda fuera de la fiesta, escuchó a uno de los actores decir: “la comodidad es la muerte del artista”.

Hoy camina por Budapest, y repasa el listado de las cosas que quiere hacer cuando vuelva a Buenos Aires. Se siente cansado, extraña a su familia y amigos, pero está feliz. Siempre disfruta de esos momentos en el viaje en los que al mirar atrás, ve más viaje. El mismo viaje en el que está ya forma parte de su pasado, y el ver con ojos del presente el pasado feliz del viaje le permite ver con ojos del futuro su presente también feliz. Decide prolongar el viaje, prolongar la incomodidad, y evitar la inercia. Los últimos días del viaje son los más incómodos, y sin embargo los que más disfruta: son aquellos en los que podría estar en Buenos Aires, pero sin embargo está en Praga, tirándose bolas de nieve con sus amigos de siempre que tienen un rostro distinto.

En Lyon, mirando recostado la parte inferior de la cama de arriba, comenzó a percibir al mundo como una inmensa calesita, en la que él permanece quieto en el centro, y alrededor suyo todo gira a una gran velocidad: los rostros de sus amigos, de los otros viajeros, los lugares que conoció, los lugares que no conoció, comidas, ancianos, niños, películas, estrellas, pasado, presente y futuro. Sólo él permanece quieto. Y al mismo tiempo él se mueve rápidamente en las calesitas de las otras personas. Todo le pareció tan absurdo, inútil, y aburrido, que decidió que todo debía importarle menos, y fue feliz.

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