Tarea 08: Final alternativo: La Metamorfosis
El hombre de barba, líder del grupo, se mostró muy interesado por el bicharraco que descansaba al borde de la puerta, mientras Grete tocaba el violín. Dijo creer haber visto un insecto similar en la casa de unos primos suyos. El padre, quien ya se aprestaba a golpear violentamente con una escoba a Gregorio – mientras éste retrocedía lentamente hacia el cuarto -, dejó descender la escoba y se aprestó a escuchar lo que el hombre de barba tenía para decirle.
Mientras el padre, escuchando atentamente, se sentaba nuevamente a la mesa, Gregorio colocó todos sus esfuerzos físicos en realizar la dificultosa tarea de girar sobre sí mismo y dirigirse al cuarto; y todos sus esfuerzos auditivos por no perder detalle de lo que el hombre de barba decía. Así supo que no era el único de su especie, y que existía un sitio especial para el cuidado de seres como él.
Al día siguiente, muy temprano, la hermana dejó una jaula en el cuarto de Gregorio, con la portezuela abierta. Él comprendió que sus días en la residencia Samsa habían llegado a su fin, y ponía sus esperanzas en aquella especie de geriátrico para insectos que le había sido anunciado muy a su pesar. La visión le pareció por demás injusta, pero privilegió el bienestar de su familia antes que el propio y entró en la jaula.
El viaje fue muy incómodo para Gregorio, pues la jaula era necesariamente pequeña para poder entrar en el baúl del automóvil que la familia había pedido prestado. Avanzaban por la ciudad con las ventanillas abiertas, soportando el helado invierno antes que el detestable olor de Gregorio. De a poco, fue sintiendo cómo los sonidos mutaban, el asfalto se convertía en tierra, y la tierra en silencio. El auto se detuvo.
El padre dio las indicaciones: debían permanecer todos en el auto mientras él hacía un reconocimiento del lugar. Gregorio permaneció en silencio. Ya no le molestaba la situación, de a poco había ido perdiendo sus pensamientos humanos, y disfrutaba esa sensación de no tener responsabilidades, de ser un simple insecto entre muchos otros. Ser un insecto lo liberaba del dolor de ser humano. El padre volvió, y entre todos arrastraron la enorme jaula con rueditas por el camino de tierra. Abrieron la jaula – mediante indicaciones de uno de los empleados del establecimiento – en un enorme patio: “acá va a estar bien, no se preocupen”, les dijo el empleado, acostumbrado a familias más arraigadas emocionalmente a sus insectos. Gregorio salió lentamente de la jaula, y se unió a un sinfín de insectos uniformes que caminaban en un mismo sentido, hacia un declive que terminaba en un apestoso sótano, donde compartían, uno encima del otro, restos de comida pestilente, abandonada hace semanas. Los padres, rápidamente, perdieron de vista a Gregorio. Así lo supo él cuando, al girar lentamente la cabeza, percibió tan sólo la mirada de Grete fija en él. Podía reconocerlo en medio de tantos insectos iguales a él. Su mirada lo reconfortó y lo abrigó, mientras dejaba atrás su humanidad, y se sumergía en el sótano con el resto de los insectos. Hay que imaginar a Gregorio feliz.