#9

Cuando terminamos de descansar, en el Tayrona, sobre las rocas, volvimos a nuestra carpa. Nos alegraba tener un “techo” sobre nuestra cabeza, pero no estabamos del todo contentos. Eso sí, el lugar era increible: las rocas, el verde, el cielo y el mar, pero no estabamos del todo cómodos en nuestra carpa, la gente dejaba bastante que desear, la comida era cara, y nos quedaba muy poca plata.
Comimos algo. Zetu hizo un esfuerzo terrible por comerse a un pescado que lo miraba. Yo pedí pollo, creo. Mientras nos traían la comida, seguí a dos chicas lindas que caminaban con sus toallas y shampooes. No, no soy un pervertido sexual; solamente quería saber dónde eran las duchas. Las seguí por un pasillo angosto muy muy oscuro, y para mi sorpresa, ninguna víbora me atacó. Cuando ví que salieron del campamento y comenzaron a alejarse mucho, desistí de mi marcha y volví al “restaurante” donde ibamos a comer. Despues de todo, no quería comer pollo frío.
Terminamos nuestros platos, y nos fuimos a caminar un poco por la playa, que estaba repleta de gente. Bueno, no repleta tipo Mar del Plata, pero era curioso encontrarse con más gente durante la noche que durante el día. Grupitos espaciados por unos 3 metros, de 2, 3 o hasta 5 personas sentadas charlando, mirando al cielo y el mar. No podíamos reconocer a nadie, no podíamos saber qué puntaje mochilero asignarle a las personas. Había luna llena pero la luz no alcanzaba. Decidimos seguir el comportamiento general y nos sentamos a mirar el cielo. Todo muy bello, aunque de día sí que es increible.
Nos dormimos extremadamente temprano, con mucho cuidado de que no entre ningún bicho a la carpa. En la mitad de la noche me dieron ganas de mear, y es lo peor que te puede pasar en un campamento. Bueno, lo peor no… pero es malo. Despertamos temprano, y nos cepillamos los dientes usando el agua mineral. Desayunamos unas galletitas que nos habíamos comprado, porque no podíamos pagar un desayuno como la gente. Zetu el día anterior ya me había dicho que no quería pasar más de una noche en el Tayrona. A mi el lugar me parecía maravilloso, y traté de convencerlo de que se quedase un día más, pero entendía su preocupación: estabamos a jueves, y si no encontraba un micro que lo lleve a Bogotá el viernes, podía perder su avión. De todas formas lo suyo era un tanto exagerado: llegando a Santa Marta el viernes, todavía tenía más de 24 horas para conseguir un micro a Bogotá, pero bueh, el llamado del deber pudo más. Bueno, de todas formas terminamos desayunando galletitas, para ahorrar, por si yo me quería quedar un día más con algo de plata.
Mi idea era conseguir lugar en Cabo, y dormir ahí, donde había mucho más ambiente, más juventud, y aparte se podía entrar al mar (en Arrecifes era muy peligroso y estaba prohibido). Pero no queríamos caminar nuevamente con las mochilas grandes en los hombros y correr el riesgo de que no haya lugar. Zetu ya me había confirmado que ese día a las 14 hs se volvía para Santa Marta. Yo me llevé una mochila chiquita con algunas cosas que podía usar durante el día y por la noche, y caminamos hasta Cabo. Había lugar. Seguimos caminando un poco, por las playas de Cabo, que eran demasiado lindas. Es difícil definir el lugar, pero si mirás al mar, atrás tuyo tenés montañas absolutamente verdes que te rodean, y adelante el mar turquesa, con rocas gigantes que también tienen árboles y mucho verde, sobre el mar. Es groso. Es turquesa, azul, verde y gris.
Seguimos caminando por un sendero, hacia una playa que nos dijeron que era nudista. En el camino, nos ultrapasaron dos flacos que venían fumando porro. No se si me escucharon cuando le dije a Zetu: “se están fumando un faso”, pero la cuestión es que 10 segundos despues nos convidaron. Zetu fumó algunas secas. Caminaba adelante junto a un flaco que tenía un nombre árabe, charlando. Yo detrás, con el flaco que llevaba el porro, así que fumé un tanto más: estaba bastante loco.
Llegamos al límite de una playa, y pasamos junto a dos chicas muy lindas, que tomaban sol sin corpiño, pero con las tetas contra la arena. Como no veíamos las tetas, tuvimos que reconocerlas por sus caras. Como decía, en el límite, tocaba decidir si seguir caminando hasta otras playas, más desiertas y tranquilas pero también nudistas, o quedarnos ahí. La fiaca del porro pudo más, así que retrocedimos sobre nuestros pasos, pasando nuevamente junto a un viejo en bolas, una vieja gorda en bolas, un patova en bolas y una minita que estaba buena en bolas, para sentarnos entre dos grupos de gente en mallas. Nos sentíamos más cómodos. Enseguida sentí que me urgía retomar la armonía de estar entre gente en bolas, pero no me daba para pedirle a los grupos que se sentaban a nuestro lado que se desnuden, así que tuve que sacarme la malla yo. Estuve así por 10 segundos, tomando sol en bolas, hasta que me invadió la verguenza, y me volví a poner la malla. Fue raro hacerlo con gente al lado.
Descansamos un rato más, habremos leído un poco nuestros libros, y Zetu empezó a insistir con que deberíamos partir. Yo tenía que tomar una decisión. Estaba definitivamente fumado, con todos los efectos que esto acarrea. La estaba pasando de puta madre, pero tenía que definir si quedarme solo y arriesgarme a no conocer a nadie y aburrirme un tanto hasta el día siguiente, o pasar una última noche de fiesta con Zetu de despedida. Por supuesto, me decidí por la segunda, así que agarramos nuestras cosas, y comenzamos la vuelta. En Cabo, intentamos comer un arroz con camarones, pero había como 1 hora de espera, así que seguimos viaje hasta Arrecifes, donde me comí el arroz con camarones que no era gran cosa, y Zetu alguna cosa de esas que come él, tan tentadoras como: papas a la francesa (fritas) con queso.
Habíamos dejado nuestras mochilas adentro de la carpa, y habíamos arreglado con el dueño del campamento que si no volvíamos para las 14 horas (hora del check out), y necesitaban alquilar la carpa, que saquen nuestras mochilas y las guarden en algún lugar seguro. A mi me daba un poco de miedo dormir en Cabo tambien por este tema de la mochila: yo no había avisado en Arrecifes que no iba a volver a dormir, y no sabía qué podía pasar con mi mochila. Cuando llegamos a Cabo, entramos a la carpa y nuestras mochilas estaban ahí. Perfecto.
Comenzamos la caminata de vuelta entonces, que no fue tan larga como la ida. Se hizo más rápido y más tranca. A la gente que me cruzaba por el camino le decía “ya falta poco” aunque faltaba una fortuna, para alentarlos y que se pongan las pilas. Unas chicas reconocieron nuestro acento argentino, y nos preguntaron si lo eramos, y se empezaron a reir mientras se alejaban a nuestras espaldas, no sabemos por qué.
Llegamos a Cañaveral, desde donde salen los jeeps para El Zaíno, pueblo desde donde salen los buses a Santa Marta. Entonces, en Cañaveral, el heladero nos indicó que nos sentemos a esperar el bus. Ahí el heladero era el guía espiritual de todos, el que nos decía qué teníamos que hacer y cuando, el que avisaba cuándo venía el transporte oficial y cuándo el falso, y hacía todo sin obtener nada a cambio. Tomamos unos helados suyos, y cuando llegó el transporte oficial y nos indicó que nos subamos, le agradecimos demasiado efusivamente, casi llorando. Una vez cada uno: “muchas gracias heladero!!!!”, de a poco fuimos metiendole diferentes tonadas a la frase de agradecimiento, tiñiendola de sentimentalismos para con el heladero, que no entendía tanta emoción y respondía los agradecimientos con felicidad.
Llegamos a El Zaíno, y pensamos en tomar un taxi entre 4: una parejita de Barranquilla y nosotros. Nos pidieron una fortuna, y el flaco estaba dispuesto a pagarlo, hasta que nosotros, dos argentos ignorantes, le hicimos entender que el bus nos llevaba a Santa Marta por tan sólo 3000 pesos colombianos. Se mostraron sorprendidos los dos, y nos siguieron al micro. Era mucho más lindo que el de la ida. Iba vacío, y pudimos tirar nuestros bolsos y descansar de la caminata. Fue un buen rato despues cuando me enteré por boca de Zetu que el micro estaba lleno de cucarachas.
El micro nos dejó en la terminal de buses de Santa Marta. Teníamos que averiguar por diferentes buses para cada uno de nosotros, por primera vez en el viaje. Yo a Medellín y Zetu a Bogotá. Me había costado tomar la decisión de a dónde ir en la etapa “solo” de mi viaje; las opciones eran: Venezuela, amazonas ecuatoriano, Ciudad Perdida o un poco más de la Colombia civilizada. La decisión fue un tanto por descarte: en una semana hacer Venezuela o amazonas ecuatoriano era medio poco, y a Ciudad Perdida le tenía un tanto de miedo; recién estaba recuperandome de unas anginas, y me daba miedo que me agarre fiebre y no tener antibióticos en un viaje en la mitad de la selva por 6 días sin civilización, aunque la gente que lo hizo decía que era lo más increible del mundo. De todas formas estaba dispuesto a hacerlo, pero los viajes a Ciudad Perdida salen cuando se forma un grupo de entre 4 y 12 personas, y yo no tenía tiempo para esperar a que se forme un grupo y luego viajar 6 días. Se me iba el avión. Las chances de que ya haya un grupo armado eran remotas. Por otra parte me tentaba terminar de recorrer bien Colombia.
Llegado el momento de sacar el pasaje (yo Medellín; Zetu Bogotá), se generó el siguiente inconveniente: nos acordamos que no teníamos plata. En la terminal no aceptaban dólares, y aparentemente en donde queríamos sacar el pasaje acababa de romperse el lector de tarjeta de crédito. Todo mal. Para colmo en cada empresa en la que queríamos averiguar teníamos que hacer colas horribles de gente que se colaba. Todo muy incivilizado. Terminamos encontrando una empresa en donde aceptaban nuestras tarjetas, y compramos los boletos. Viajar en micro en Colombia es más caro que Argentina, y la calidad de los micros es MUCHO, pero MUCHO mas inferior. No se compara. No existen los coches cama, ni media cama. Son todos como colectivos de linea de acá, pero con asientos un poquito reclinables y aire acondicionado (los mejores). Un rolang. Ah, bueno… y pasan películas de Van Damme.
Sacamos los pasajes, y partimos en taxi hacia los hostels recomendados por la Lonely. Todos llenos. Este fue el lugar en el que más preguntamos por hospedaje, y en el que más rechazos recibimos. Entramos en Casa Familiar, tambien recomendado, y la mina nos dijo que vayamos a un par más a ver si conseguíamos, pero que si no teníamos suerte, nos tiraba unos colchones en el living del hotel. La mejor la mina, muy buena onda y muy predispuesta a ayudar a como de lugar. Nos ofreció que dejemos nuestras mochilas ahí mientras buscabamos y eso hicimos. Cuando estamos saliendo a continuar con la búsqueda, Zetu me señala unas fotos y me dice: “mirá: Ciudad Perdida”. La mina levanta la vista y me dice: “mañana sale un grupo”. Mierda. De todas formas no estaba convencido de querer hacerlo, y teniendo en cuenta lo bien que la pasé en los días siguientes, no me arrepiento. Ese viaje tiene muchos riesgos: el primero, la claustrofobia espacio temporal. Es un viaje de 6 días del que uno no puede salirse antes, porque no puede volverse solo caminando por la selva. Por la otra, si el grupo es una cagada, te aburrís, te llevás mal, etc. La otra es si no me banco la caminata, pero a eso no le tenía tanto miedo. Bueno, salimos a buscar hostel / hotel.
Finalmente en una esquina, encontramos lugar: 60.000 pesos colombianos los dos. Lo negociamos por 50.000 y allí nos quedamos. (25 dólares los dos). Era caro, el más caro de todos, pero parecía estar bien. Limpito, prolijito, pintadito: como Zetu. El único problema eran los 5 pisos por escalera. Nos bañamos, y salimos.
Por la calle Zetu, con su sombrero de cowboy, atraía involuntariamente putas, que nos chiflaban y se nos acercaban ofreciendo sus servicios. Yo me sentía excesivamente cansado, así que comimos algo rápido y nos fuimos al sobre. No recuerdo mucho más de esa noche.
Al otro día amanecimos y teníamos que cumplir con ciertas responsabilidades antes de poder disfrutar de nuestro último día de playa juntos: cambiar dólares era la principal. Caminamos bastante buscando casas de cambio, preguntando, hasta que varias respuestas nos llevaron hasta el Banco de Colombia. La costumbre es que las casas de cambio no te pidan el pasaporte, pero en el banco lo exigían, así que tuvimos que volver al hotel a buscar el pasaporte. De vuelta en el banco, hicimos la cola para cambiar la plata. Adelante nuestro una señora con su presunta hija cambiaban plata. Tambien eran argentinas, e intercambiamos informaciones últiles acerca de nuestros viajes.
La idea era ir a las playas de Rodadero, y cerca de las 14 horas volver, bañarnos en el hotel antes de hacer el check out (15 hs), almorzar y salir para la estación de micros. No nos quedaba mucho tiempo para disfrutar de la playa, así que salimos lo más rápido que pudimos. Taxi, y al ratito estabamos en Rodadero. Mucha mucha gente. Santa Marta es Mar del Plata, definitivamente. El mar es turquesa, pero la cantidad de gente, el tipo de gente… mardel. Averiguamos por un armario para dejar la mochila de mano, pero decidimos confiar en alguna carpa para que la cuiden y ahorrarnos los 2 dólares del armario. Entramos al mar y salimos rápido: el agua estaba fría. Decidimos andar en banana. Yo lo había hecho una sola vez en gualeguaychú, en épocas de carnaval, y fue imposible con los compu boys estar sentado por más de 5 segundos. Lo peor es que, en Gualeguaychú, habíamos apostado con el flaco que manejaba la lancha doble o nada. Para qué. Nos tirabamos los unos a los otros. Bueno, esto fue parecido. Los tipos ya saben en dónde te caes, y tienen calculado el recorrido de la lancha y de la banana (claro); de todas formas hacíamos boludeces y nos terminabamos cayendo siempre antes. La última vuelta Zetu venía atrás mio pegandome trompadas en las costillas y en la cara, que yo intentaba devolverle hacia atrás. Y bueh, terminamos todos en el agua. Fue divertido.
La gente que nos cuidaba la mochila nos dejó la carpa mientras se iban a almorzar, y ahí estabamos, los dos bacanes con su carpa privada. Uno de los dueños de la carpa me recomendó que vaya a Manizales, que queda cerca de Medellín. Esto me venía joya, porque una semana para hacer Medellín y Cali me parecía mucho, y necesitaba un destino más para meter en el medio. Manizales parecía ideal: ciudad en las montañas, a mi que me gusta tanto la montaña.
Tomamos un poco de sol, descansamos en la carpa, y salimos nuevamente para Santa Marta. Nos duchamos, hicimos los bolsos, y nuevamente taxi hasta la estación de buses. El mio estaba ahí, listo para salir. Nos despedimos con Zetu, y le pedí que llame al hostel de Medellín (Palm Tree Hostal) para reservar. El no tenía forma de avisarme si conseguía establecer la reserva o no. Yo subí al micro, con previa revisada como en todas partes acá (entrada a shoppings, subida a micros, entrada a boliches) de mi mochila de mano, y toqueteo de piernas en búsqueda de armas, todo esto realizado por los milicos. No encontraron nada, y subí. Al rato, antes de que salga el micro, veo por la ventana que viene Zetu, y me confirma que pudo reservar en el hostel. Perfeeeeeeeecto.
El viaje en micro, con Angélica sentada al lado mío, del otro lado del pasillo una mina con nombre raro que me dijo que era hebreo, y a su lado Dazo, se los contaré en otro momento.
Saludos cordiales, esta vez desde Buenos Aires, Pablo.

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