Cape Town #19

Este es el último. Lo prometo.

You’re asking me will my love grow
I don`t know I don`t know

Llegamos finalmente a Cape Town. La jirafa de Duby, envuelta en diarios, alentaba comentarios curiosos. “It´s an elephant”, le decíamos a todo el mundo.

Empezamos a recorrer el aeropuerto buscando un lugar de alquiler de motos. Tantos capítulos de Long Way Down no habrían de ser en vano. Ya nos imaginaba: el sol en nuestros rostros, durmiendo como sea en la ruta. Ya se los contaré, cuando vuelva a casa. Comin’ round to meet you, The long way round. En información turística del aeropuerto, le preguntamos por alquiler de motos. La mina entró a google y escribió: “where can I rent a motor bike?”. En una agencia de alquiler de autos no tenían motos, pero insistían en que alquilemos auto. Le explicamos que veníamos de manejar 20 días por Namibia, Zambia, Zimbabwe y Botswana, y estabamos buscando vivir una experiencia diferente y matarnos en la ruta para ser recordados por siempre como dos idiotas aventureros.

Finalmente nos convencimos que en el aeropuerto no había agencias de alquiler de motos. Un taxi hasta el hostel: 20 USD. Alquiler de un auto por día: 20 USD. Ibamos a estar en Cape Town por 3 días; esto significaba que pagando 10 dólares más cada uno, ibamos a tener auto por los 3 días. La onda: TENER AUTO Y MOTO. Eso es lujo. Averiguamos en las 10 agencias de alquiler de autos del aeropuerto, y nos les quedaba NINGUN COCHE. ¿La crisis dónde está? Nos tomamos un taxi. El tachero era blanco, un gordo grandote. Creo que nos sorprendió que el conductor de un taxi sea blanco, por lo que veníamos viendo en el resto de Africa. Le empezamos a hablar del mundial 2010, pero el tipo no quería saber nada. No le interesaba el fútbol. No se si lo dijo, pero por el bien de la historia digamos que lo dijo: “El fútbol es deporte de negros”. El tipo no paraba de hablarnos de Rugby, de la selección Argentina de rugby, de Agustín Pichot y compañía. Sabía 50 veces más que nosotros acerca de Rugby argentino. Buena onda el gordo.

Nos dejó en el hostel, reservamos para la última noche que sabíamos que seguro ibamos a estar ahí, dejamos los bolsos en un lugar donde se dejan los bolsos (no sabíamos si ibamos a dormir ahí esa noche), y salimos a buscar NUESTRAS MOTOS. Primero fuimos a un local que quedaba a pocas cuadras del hostel. Nos atendió el dueño, y al escuchar la respuesta a su pregunta de qué uso le queríamos dar a sus motos, nos contestó: “No, ustedes necesitan algo más groso”. Lo miramos asustados. Con la mirada le decíamos: “¿COMO QUE ALGO MAS GROSO? SI NO MANEJAMOS UNA MOTO NUNCA EN NUESTRAS VIDAS, NO TENEMOS REGISTRO DE MOTOS, NADA”. Nos mandó a otro lugar que tenía motos más grosas. Queríamos hacer solamente 200 Km un día, y al día siguiente volver esos 200 Km. Ni siquiera estabamos seguros si nuestro registro de auto argento iba a pasar como registro válido para moto. Fuimos al local más groso, y nos mostraron unas Suzuki de 800000 trillones de caballos de fuerza que harían eyacular al mumo, unas Honda, máquinas zarpadas. Nosotros ni idea, pero eran grandotas y pesadas como brazo de gorda.

Nos asustamos cuando dijo el precio. Era algo así como 70 dólares por día. Alquilar un auto nos costaba 20 dólares por día (10 cada uno). Una moto: 70 cada uno. Mucha diferencia. Yo le decía a Duby que se lo tome como una excursión más, como si pagase 100 dólares por hacer bunjee jumping, y no como un medio de transporte. De todas formas no quería, y no lo pude convencer. Menos mal, ahora estaríamos presos por manejar sin registro, o muertos. Lo cierto es que no se negó solamente por la plata, también le daba miedo, y se podría decir que fue el único momento del viaje en el que Duby tuvo un gramo de conciencia acerca de los peligros involucrados. Se habían invertido los roles. Estrolarse contra el árbol de espinas lo había cambiado.

Volvimos al hostel, y al no tener medio de transporte para hacer los 200 Km ese día, reservamos para esa noche. Dejamos los bolsos en el cuarto, nos dimos una ducha, y salimos a almorzar. Cape Town parecía una gran ciudad, una ciudad “vibrante” como decía la Lonely. Cuando leía “vibrante” puteaba como diciendo qué carajo quiere decir eso, pero lo cierto es que la palabra entraba bien, como piña de mongólico (perdón Karen): negocios pintorescos, pintaditos, todo impecable, las calles con los carteles, mucho movimiento por las calles, todos bien prolijitos y vestiditos tipo zetu. Ya contaré más de Cape Town.

Almorzamos unos chegusanes en un negocio. Ya había llegado el punto del viaje en el que le hablabamos a todos en castellano, y de alguna forma nos entendían. Duby le dice a la mina después de terminar los sanguches: “Hola, cómo te va? Me das dos conos?”. La mina lo entendió, y le dijo en inglés que no le quedaban. Eso está filmado. De ahí empezamos a caminar hacia arriba. Literalmente. Subimos una montaña (no se si no es la Table Mountain), atravesamos toda una cadena montañosa cansándonos mucho, y llegamos como a un barrio de casitas impecables, mercedes benz estacionados en la puerta, lujo total. Parecía Niza, la costa azul, o cualquiera de todos esos lugares donde nunca estuve. Nos quedamos como 10 minutos mirando una casita con vista al mar… imaginándonos la vida del dueño de esa casa. Ningún problema.

Llegamos a la playa. Se estaba poniendo el sol y aprovechamos para sacarnos algunas fotos. Había un viento impresionante que nos lastimaba las piernas usando granos de arena como peones suicidas mártires. Después de la sesión de fotos, nos fuimos a buscar un bar para tomarnos una cervecita y ver la puesta del sol. Había cola de gente esperando que se libere una mesa al aire libre, pero los dos argentos se avivaron y ocuparon con mucha destreza la primer mesa que se desocupó. La moza era hermosa y copada. De alguna forma Duby la saludó con un beso, y estuvimos hablando un rato. Llegaron las cervezas, y ahí estabamos, en el bar más careta de la ciudad más careta de Africa, aún con moretones y astillas de los pueblos más mugrientos de los países más mugrientos de Africa. En ese momento me di cuenta que Cape Town es una mezcla entre Río de Janeiro y Punta del Este: una ciudad rodeada de montañas con vista al mar, pero con unas casas blanquitas pintadas impecables sin ningún descuido, una limpieza, una prolijidad, que dejaría boquiabierto al mismo Harry Potter. Sumado a esto la gente… las minas todas hermosas, producidísimas, los flacos vestiditos todos chetos, lacoste, polo, anteojos de sol, peinados chetos… etc. Punta del Este + Rìo. Nada más.

Enfrente nuestro había un Mustang con el precio de alquiler colgado: 70 dólares. Estaba divino, y tenía el volante de nuestro lado. Me agarró un poco de nostalgia de manejar de ese lado, y muchas ganas de alquilarlo y colearlo en las montañas Capetowneanas. Pero no daba, muy caro. Nos empezó a atender otra moza también hermosa. Entramos al bar, seguimos tomando algo. Duby ya estaba en pedo (se había tomado media cerveza y una cindor). Nos pusimos a hablar con unas minas chetas que no nos dieron mucha bola. Son otros códigos, estés donde estés en el mundo, ganarte una modelito impecable cheta… es imposible. Habrá que aprender a hacer surf, depilarse las tetas, ir al gimnasio y decir “nada” cada dos por tres.

Nos fuimos del bar más que alegres. Le pedimos al taxista que nos lleve al hostel. Nos contó que era policía en Zimbabwe, pero que con la crisis se tuvo que ir a Sudafrica a trabajar de tachero. Nosotros le contábamos que eramos entrenadores de delfines, y que por la crisis con los pinguinos en Argentina nos vimos forzados a mudarnos a Durban a trabajar con delfines. En la mitad del recorrido Duby me dice: “este nos está paseando”. Tenía razón. El tipo en lugar de cruzar las montañas por el camino por el que vinimos caminando, es decir, por el medio de las montañas, lo cruzó bordeandolas. No había dudas. Duby no se iba a quedar con la leche, así que se lo dijo. “¿No nos convenía cruzar por acá?” mostrándole en el mapa el camino adecuado. El tipo saltó con cualquier excusa. Seguimos discutiendo en la puerta del hostel. Lo cierto es que no era una discusión, el tachero era como que se sentía culpable y nos decía: “paguen lo que sientan que corresponde, no quiero que se vayan mal”. Muy rara la situación. No entendimos si eso demostraba que teníamos razón o que el tachero era un tipazo.

No se bien qué hicimos en el hostel. Robamos un poco de internet, porque detectamos una falla en una de las máquinas que ingresando admin como usuario, la podíamos usar gratis. Y salimos. Caminamos unas 10 cuadras hacia la zona de boliches. Entramos a uno, después a otro, hasta que nos cruzamos con LOS TANOS. Increíble. Tercera vez en el viaje que nos los cruzabamos. Estaban con dos argelinos copados, con mucha pinta de millonarios. Entramos a un boliche donde eran todos, pero absolutamente todos negros. Se sentía curioso. Nos miraban un toque raro, aunque acostumbrados a los malditos turistas que van a ver cómo bailan los negros. Las negras nos daban mucha bola, parecía gustarles nuestra condición de blanquitos sudacas.

Estuvimos un buen rato ahí, después cruzamos la calle y entramos al hostel de los tanos, que tenía un bar muy copado. No se bien qué hicimos, pero nos fuimos a dormir no tan tarde me parece. Antes sacamos pasaje en el barco que va a Roben Island (la isla donde estuvo preso Mandela).

Al día siguiente amanecimos, y empezamos a caminar hacia una montaña donde hay un teleférico desde donde se puede contemplar una vista maravillosa de Cape Town. Frenamos en un barcito a desayunar. Algo con huevos, bien sajón. El mozo buena onda. Duby decía que era dueño y yo que no. No sabemos.

Subiendo la montaña esta hacia el teleférico, muy cansados y tranpirados, nos cruzamos con dos chicas. Les preguntamos qué onda, y nos dijeron que estaba cerrado por vientos. Maldición. El viento mueve al teleférico, el teleférico se balancea y cae. Por eso lo frenan cuando hay viento. Lógico. De todas formas seguimos subiendo para escucharlo con nuestros propios oídos. Efectivamente, estaba cerrado. No tenían ningún tipo de estimación de apertura. Le compré una postal a nonna, tomamos mucha agua recuperando fuerzas por la subida. Nos sentíamos agotados mental y físicamente. Maldito final de viaje utópico. Maldita subida. Maldición. Bajamos, y le apuntamos al puerto 80, lugar desde donde salía el barco a Roben Island. Creo que fuimos caminando. El viento era muy fuerte en serio. En la boletería nos dijeron que se canceló el barco por viento, y que nos pasaban la excursión para el día siguiente. La puta madre. Un día desperdiciado: ni teleférico, ni barco.

Nos metimos en un shopping ahí por el puerto madero, y nos dedicamos a morfar pizza. Por suerte estaba muy rica. Duby le compró a gato una banderita de Lesoto (Lesutu). Es probable que nos hayamos vuelto a dormir una siesta o algo así. No suena muy aventurero, haber pasado de estrolarnos en la ruta con nuestras motos a irnos a dormir en nuestro anteúltimo día de viaje. Pero lo cierto es que hagas lo que hagas cuando estás de viaje, lo disfrutás más. Las siestas son geniales porque no te vas a dormir pensando: “tendría que hardcodear para zafarla” o “dónde carajo consigo un supermercado chino que cierre 6 días para filmar” o “de dónde carajo saco vestuario de época para 20 personas y actores en neuquen???” o “¿Dónde enterré el cadaver de ese policía?”. Glup.

Después de la siesta nos fuimos a morfar unas hamburguesas a un restaurante al aire libre. Buena onda el mozo. Era raro, muy canchero, y nos contestaba todo el tiempo “sweet”, como diciendo: “copado”… un gil, ahora que lo pienso. Pero copado. Un gil copado. ¿¿¿COMO PUEDE SER QUE GILBERTO GIL SE LLAME GILBERTO GIL??? ¿ALGUNA VEZ LO PENSARON? ES GIL GIL… no existe.

Me duele la cabeza. Me quiero ir a casa. Esto me deprime.

Las hamburguesas buena onda. Después volvimos a Long Street (la calle donde estaban todos los boliches, a donde habíamos ido la noche anterior, donde nos cruzamos con los tanos). Entramos a un boliche buena onda, y conocimos a dos chicas, creo que una australiana y otra alemana. Hablamos un rato largo con ellas, pero cerca de las 12:30 se tuvieron que ir porque habían ido en auto con una que se quería volver ya (vivían lejos, no podían irse en taxi). Nos fuimos del boliche/bar/casa ese.

Nos encontramos nuevamente con los tanos y nos metimos nuevamente en el antro lleno de grones. Nos había gustado ese lugar. Duby estuvo un rato largo charlando con una chica, y los tanos empezaron a decir de ir a otro boliche. Yo estaba de acuerdo. Duby también. Salimos, y estuvimos un rato largo esperándolo, pero no salía. Volví a buscarlo, me dijo que ya salía, y tampoco… así que los tanos dijeron de irnos, que después nos iba a encontrar. Nos fuimos.

A las 3 cuadras me dio cosa, era obvio que no lo iba a encontrar nunca más en la última noche, así que volví a buscarlo. Entré nuevamente al boliche mostrando el sellito que me habían puesto en la mano (a los negros posta no se les notaba el sello), y empecé a buscarlo. No había señales de Duby. La puta madre. ¿Siempre tiene que pasar esto? Al toque lo encontré, que volvía de la manito con una negrita. Se habían estado besuqueando. De ahí nos fuimos a buscar a los tanos. Creo que no los encontramos, pero escena siguiente estamos en su hostel, y uno de los argelinos pregunta si alguno quiere fumar porro. Le digo que sí, y subimos al tercer piso (reservado para los que dormían ahí), esquivando al patovica. Salimos a una terraza donde estaba el amigo del flaco, una minita, y un flaco muy raro que no me acuerdo de dónde era. La minita muy linda, agradable, y drogada. La narguila en el medio. Empezamos a fumar los 5, ronda de narguila cual si fuese mate. Duby se quedó abajo. Todos muy drogados. La minita cantando, pero metida en la música, compenetrada, como una auténtica drogona. Me caía bien. A alguno de los argelinos se le cayó la brasa, y cuando intentaban levantarla se partía. Tuve que usar todo mi ingenio de drogón para lograr levantarla y colocarla nuevamente en nfjasnksjads. Se entendió.

Fumeteamos, y después no se bien qué hicimos ni qué pasó. Ah, nos pusimos a hablar con un grupete de 3 negritas buena onda. A las minas les sorprendía que seamos buena onda con negras, y nos decían: “es muy raro, generalmente a los blancos no les interesa mezclarse con los negros”. South Africa 100%.

Nos fuimos a dormir. Fue una buena última noche, pero no fue un descontrol con 12 suecas hermosas.

Al día siguiente, a las 10 am nos esperaba nuestro reluciente Golf City en la puerta del hostel. Duby firmó todos los papeles necesarios y arrancamos viaje con todos los bolsos y jirafa en el baúl. El plan: Robben Island, Cape Point y después agarrar la Garden Route hasta donde lleguemos.

Llegamos muy sobre el pucho y nos subimos cansados, con un toque de resaca, al barco. Dormimos una parte del viaje, y la otra salimos a ver unas focas o delfines camino a la isla. Estaba fresquito. En la isla nos esperaba un colectivo que nos fue haciendo el recorrido por todos los lugares donde estuvo Mandela. “Acá se lo culeaban los guardias, acá se lo culeaban los presos…”, y así. Pobre Mandela. Lágrimas de cocodrilo. El guía había estado preso en esa misma cárcel. No se si compartió celda con Mandela o algo así. Buena onda el tipo. Muy demagógico igual, y manejando muy bien los niveles de voz y los tonos para generar ambientes de misterio, de violencia, etc. Era interesante escucharlo hablar. “Y aquí… aquí mismo, en esta prisión… Estuvo preso Mandela… así es señoras y señores… “. Susurraba, levantaba la voz… todo dependiendo de la parte de la historia que esté contando. Y decía todo el tiempo Ladies and Gentleman. Después nos dejó en la cárcel, donde siguió el recorrido otro guía que también había estado preso ahí. Contó su historia, algo más de la de Mandela, nos mostró la celda donde estaba preso Mandela, el patio donde charlaban, dónde escribió ese libro tan famoso suyo: “Pollo y remolacha: Una combinación posible”. No.. cómo se llamaba… “Long Way To Freedom” o algo así… no da googlearlo.

Muy turistas nos sentíamos, yendo en un micro lleno, con el tipo hablando por el micrófono.. lo típico. Preguntó de qué países lo visitaban, y gritaron: “South Africa, Estados Unidos, Argentina y Brasil”… momento… ¿Argentina?… nos quedamos mirándonos sin entender, hasta que gritamos: “¿¿QUIEN DIJO ARGENTINA??”… la mina se levantó y empezó a decir que era Argentina pero que vivía en España hace mucho. A Duby le molestaba que se le escapen palabras en gallego, decía que lo hacía a propósito y que no era porque se le habían pegado. Paramos a sacarnos una foto al lado del agua, con vista a Cape Town, y empezamos a criticar a la mina Argentina, diciendo que era una boluda. Después le pedimos una foto a un flaco y nos dimos cuenta que era español, que era el marido de la mina, y que nos había escuchado (creo).

Se terminó el paseo, subimos nuevamente al barquito, y partimos hacia Cape Town. Habremos dormido toda la hora de viaje. Fuimos a almorzar al mismo shopping del día anterior. Duby creo que repitió pizza, y yo me mandé a un lugar de sandwiches tipo subway… estoy haciendo la cola, y escucho a un flaco que le dice a otro (en castellano): “che, ¿qué significa toasted tomato with lettuce bla bli blum?”. Me doy vuelta, y me encuentro con Pablo, patovica de Gibraltar. ¡Pablo!, le grito. Bueno, no se si me ubicó en su base de datos de borrachos de gibraltar, pero me saludó, buena onda, me preguntó qué andaba haciendo ahí, le dije lo de entrenar pinguinos, me dieron el sanguche, etc. El flaco amigo de él era más porteño que los cables de electricidad cruzando los cielos, y le decía a la mina en un inglés muy malo: “I HAVE ITALIAN BLOOD, ITALIAN BLOOOOOODD!”. Ni me acuerdo por qué… La mina se reía, porque no nos odiaba como el resto del país nos odia.

Morfamos… y volvimos a buscar el auto.

Nuevamente en la ruta, salimos para Cape Point. Hacía calor, y el Golf City no tenía aire acondicionado. Ibamos todo el viaje en cueros y con las ventanillas bajas. Tampoco teníamos música, así que enganchamos una estación de radio árabe e ibamos avanzando por las calles atrayendo miradas interrogatorias y temerosas: “por favor no se estrolen acá”. Fue un viaje larguísimo. Había mucho tránsito, pero fue lindo conocer esas partes de sudáfrica desde el auto. La verdad es un país hermoso (o por lo menos la zona de cape town). Veníamos andando por una ruta costera. A nuestra izquierda la playa, a nuestra derecha casitas, adelante autos. En el auto de adelante, sentada en la parte de atrás, mirando hacia nosotros, una chica muy bonita. Conducía el papá que llevaba a la familia de vuelta a casa luego de un día de entretenimientos playeros (presuntamente). Duby agarró una hoja, escribió su mail, y se lo mostró a la chica. Ella entrecerró los ojos intentando leer, y el padre dobló en la esquina en lo que podría haber sido un institnto protector hacia su hija, aunque no nos había visto. Creo que nunca llegó a leer el mail porque Duby me lo habría dicho.

Llegamos a Cape Point, intentamos entrar con prensa, pero fue imposible. Conocimos un poco el lugar, sacamos fotitos, caminamos bastante… pero iba atardeciendo y todavía no habíamos salido a la Garden Route. Nos fuimos de una. Por la noche, ya muy cansados, llegamos a la Garden Route. No se veía absolutamente nada. Hicimos 2 kilómetros, y nos dimos cuenta que el viaje se había terminado: todo lo que no habíamos llegado a hacer hasta ese punto, no lo ibamos a hacer nunca. (el nunca es para darle más dramatismo… quién sabe algún día volveremos a Africa y seremos millones).

Cenamos algo por la ciudad con las pocas monedas que nos quedaban. Duby se tomó un licuado nada más, y yo un pollo muy bueno. Me moría de hambre. Contamos las monedas, y nos alcanzaba justo para eso. Nos quedamos dormidos en el restaurante hasta que nos rajaron. Parecíamos dos linyeras. Nuevamente en el auto, Duby se acostó en el asiento de atrás, y yo manejé hasta el aeropuerto. Era un desafío, y la verdad es que no me tenía mucha confianza. Duby es el más orientado de los dos, al que más le gusta mirar mapas, y por eso siempre anduve medio distraído preguntandole constantemente por Africa: “Ah, ¿esto es Namibia??”… y Duby me iba aclarando en qué país estabamos cada 2 horas. Pero ahora Duby estaba dormido y era un desafío lograr llevarlo hasta el aeropuerto a salvo. Bueno, llegamos bien, no me perdí en absoluto, fue casi mágico.

Los del alquiler del auto nos habían dicho que dejemos el auto en cualquier estacionamiento del aeropuerto, que ellos lo iban a encontrar. No se si tenía algún tipo de rastreo satelital o si mandaban a un grone a buscarlo por un par de días (talvez eso les costaba menos que un rastreo satelital – mano de obra africana le dicen). No sabíamos qué estacionamiento elegir, es muy grande el aeropuerto de capetown, pero terminamos en uno al aire libre, que era el más barato. Nos tiramos a dormir ahí un par de horitas. El vuelo salía como a las 5 am si no recuerdo mal. Una vez despiertos, revisamos el auto buscando algún objeto olvidado, y al asegurarnos que todo estaba afuera, tiramos las llaves en el baúl y lo cerramos. No había vuelta atrás: le habíamos cerrado la puerta a la utopía, y habíamos dejado las llaves adentro.

Caminamos a la sala de salida, y nos cruzamos con un televisor que indicaba: “CAPE TOWN -> BUENOS AIRES 9 HS”. Un vuelo que nos llevaría de vuelta a casa en tan sólo 9 horas. Lamentablemente, ese no era nuestro vuelo. El televisor se cayó al piso, destrozándose, y detrás alcanzamos a ver un monitor viejo, con la imagen rayoneada, en cortocircuito, donde se leía: “CAPE TOWN -> JOHANESBURGO -> SAO PAULO -> BUENOS AIRES” y tomaba 22 horas. Ese era nuestro vuelo.

Checkineamos, subimos Duby, jirafa y yo, y emprendimos la vuelta.

La verdad es que vengo escribiendo este mail hace como 1 mes, tratando de acordarme… y ya no me acuerdo nada. Pero bueno, lo terminé, a como dió lugar.

Esta vez, no voy a cerrar con ninguna opinión de lo fea que es la vida en Buenos Aires, o lo triste que es vivir. Esta apología de la felicidad ha llegado a su fin.

Gracias.

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