Sharjah – Dubai, Emiratos Arabes #9

En el vuelo empezamos a ver lo que serían las personas de Emiratos: bien vestidos, de blanco ala impecable, planchadito todo. Usaban ropas parecidas a los de los sirios religiosos, pero de blanco impecable. Esos delantales que cubren desde los hombros hasta el piso. Y en la cabeza esos trapos árabes. Pero todo impecable, como si viviesen en un país con mucho mucho petróleo.

Llegamos a Sharjah como a las 5 de la mañana. La primer misión era pasar por una oficina de no se qué a buscar nuestras visas impresas. Nos atendió una negra gordita muy graciosa, que miró nuestros pasaportes, nos miró a nosotros y nos dijo: “Oooohhhh Argentina… my future passport” y se llevó los pasaportes al corazón haciéndonos ojitos. Nos dieron los papeles y fuimos a migraciones.

Me recibieron dos pibes vestidos también de blanco impecable y con trapo en la cabeza. Apenas vieron el pasaporte me empezaron a preguntar qué pasó con el mundial. Decían que todos en Emiratos hinchaban por Argentina. Maldita selección. Me preguntaron qué iba a hacer en Dubai, y lo tomé como una pregunta migratoria, pero lo preguntaban porque me dijeron de vernos en la playa para surfear. Bizarros tipos de migraciones. Dos pibes de unos 25 años.

Nos tomamos un bondi, que tardó como 1 hora en arrancar. El colectivero amagaba con irse, después se bajaba del colectivo, volvía a amagar, y así una hora. Ni idea qué pasaba. El bondi nos dejó en una estación de micros, donde nos tomamos un taxi hasta la frontera entre Sharjah (uno de los Emiratos Arabes) y Dubai (otro de los Emiratos Arabes). Resulta que los taxis de Emiratos para cruzar de un Emirato al otro hay que pagarles 20 dólares, y los tipos tienen que volver sin pasajeros al Emirato que les corresponde. Por eso lo más barato es que te deje el taxi de Sharjah en la frontera con Dubai, y de ahí caminar a otro taxi en Dubai. Eso hicimos.

El taxi de Dubai parecía conocer dónde quedaba el hotel, pero decía que era lejos, lo cual difería con la info del primer tachero. Le pedimos que llame al hotel y pregunte la dirección. El tipo llamó con su celular, y habló en inglés con el hotel, lo cual nos llamó la atención y yo paranoiqueé que no había llamado a nadie en realidad.

Nos dejó en el hotel sin problemas. En total nos había costado como 60 pesos la vueltereta de un bondi y dos taxis. En el hotel no tenían nuestra reserva, y nos decían que nos iban a cobrar más que lo indicado por hostel bookers (les parecía baratísimo el precio que nos habían dado de 38 Euros por el cuarto). Finalmente insistimos, pedimos wi-fi para mostrarles la reserva, hasta que cedieron. Tuvimos que esperar como 2 horas en el lobby hasta que se hagan las 9 para subir al cuarto.

Ya en el cuarto de nuestro hotel de Dubai nos dormimos una siestita. Al despertarnos, el recepcionista del hotel nos indicó que teníamos que agarrar “fast left”, que Duby interpretó como “Dale duro para la izquierda”. El flaco hablaba a los pedos, con mucha mucha fluidez, pero un inglés inentendible inventado por él mismo. El 60% de la población de Emiratos parece ser Hindú o de Sri Lanka… todos los esclavos que limpian pisos, barren la calle, jardineros, etc. Vienen a ser como los mexicanos de EEUU. Y tenés a los locales en sus autazos, vestiditos de blanco ala (o blanco Alah).

Caminamos bastante y no podíamos creer el calor que hacía. Cuando dije que en Damasco o en Aleppo hacía calor, exageraba. Esto no podía ser. Era una cosa imposible. Llegamos al subte, compramos los boletos por unos 10 pesos cada uno (ida y vuelta) y entramos. Lo primero que me sorprendió fue un cartel que decía GOLD GLASS. No entendía cómo podían ser de oro los vidrios, empecé a pensar que talvez eran de oro porque son más resistentes, o para hacerse los cancheros. Se lo comenté a Duby y me dijo que decía GOLD CLASS y no GLASS. Si seré pelotudo. El subte tiene primera clase, donde te sentás y te atiende una azafata. Es increíble Dubai. Obviamente aire acondicionado en las estaciones y dentro del subte, y una minita que te habla y te va diciendo en qué estación estás.

El viaje fue largo, como media hora de subte, y llegamos a Emirates Mall. Empezamos a buscar la pista de esquí adentro del shopping, y algo de Siria o de alguno de los destinos del viaje empezó a quejarse dentro de mi estómago. Tuve que salir corriendo al baño. Apenas salí, Duby me esperaba afuera. Empezamos a caminar nuevamente a la pista de esquí cuando algo de Siria o de alguno de los destinos del viaje empezó a quejarse dentro del estómago de Duby. Tuvo que salir corriendo al baño. Creo que tenemos los ciclos alimenticios muy aparejados después de comer por 2 semanas lo mismo.

Los baños de Emiratos son un lujo, por suerte. Habíamos cambiado muy poca plata, y dejamos todas las tarjetas y el efectivo en el hotel, para entrar al mar sin preocuparnos. Buscamos algo barato para comer. Un pollito con arroz cada uno y una sprite grande. Veíamos en las mesas de alrededor a las mujeres totalmente tapadas con sus maridos, con sus hijos. Es curioso verlas comer, levantándose cuidadosamente el trapo de la cara, metiendo la comida, y volviendo a ocultarse. Dan pena realmente.

Monstruos ninjas tapados

Salimos del shopping con la firme intención de caminar hacia el edificio con forma de vela construido sobre el mar. Empezamos a preguntar y parecía una misión imposible. Todo el mundo nos decía que era muy lejos, que no daba caminar, que la onda era taxi. Nos quedaban 30 Dirhams, moneda local, algo así como 30 pesos. Nos acercamos a un taxi, y Duby negoció que nos lleve por 10. La idea era quedarnos con ALGO por las dudas. El tachero aceptó. Apenas nos subimos, arrancó el contador, y Duby le dio los 10 Dirhams para asegurarnos que nos cobre los 10 y no lo que marque el reloj. El tipo se enojó, empezó a decirnos que Duby le dijo 10 Dinars y no 10 Dirhams. Me cago en la diferencia. Empezó a putearnos. Le decíamos que no teníamos más plata, si quería que nos bajemos. El tipo ya había arrancado el reloj y eso significaba que él tenía que pagarlo. Llamó a un tachero como más groso que él, más sindicalista, estacionado en el taxi de atrás. El tipo con mucha autoridad, medio a los gritos, nos miró a los ojos y nos dijo: “Le van a pagar lo que marque el reloj”. Y se fue.

Bruj Al Arab.

El tachero empezó a dar 18 vueltas simplemente para cruzar la avenida. Nos hubiera convenido cruzarla caminando y tomarnos un taxi de enfrente. Pero bueno, costó 15 al final y más o menos con los 15 que quedaban podíamos llegar al subte. Fuimos al edificio Bruj Al Arab, ese que tiene forma de vela, etc. Ya no teníamos carnets de prensa, lamentablemente. Es difícil viajar sin carnet de prensa. Preguntamos cuánto costaba entrar, y nos dijeron que lo mínimo eran 120 pesos. Qué se metan la vela en el orto. La miramos desde afuera, sacamos algunas fotos, y nos fuimos caminando a la playa. El calor era insostenible. Era estar en medio del desierto (y de hecho lo estábamos). Pocos días después nos fijamos en internet qué temperatura estaba haciendo, y decía 49 grados. No se si cuando estuvimos nosotros eran 49. Pero de 45 no bajaba. Un delirio. Dubai es un emirato inmenso, tipo yanqui, en donde no se puede caminar de un lugar al otro. Todo está pensado para andar en auto de shopping a shopping. Olvidate de un kioskito, de bajar al chino de la esquina a comprar 100 gr. de salame. Por lo menos en la zona más cheta, la de los edificios famosos, y eso. No es mala la de alquilar auto, pero no se que onda los estacionamientos.

El edificio ese copado sobre el agua...

Por suerte, las paradas de colectivos son cerradas y tienen aire acondicionado. Cada 2 cuadras nos metíamos en una, respirábamos un poco de aire frío, descansábamos un rato del calor, y seguíamos caminando. Era insoportable. Estabamos agotados y no teníamos plata ni para una botellita de agua.

Finalmente llegamos al mar. Ibamos a tener un poco de respiro, refrescarnos, sumergirnos en ese océano de agua fría y transparente. Pasamos junto a un flaquito que estaba sentado a un costado, que en Argentina sin dudas habríamos considerado un chorro. Dejamos las cosas bajo un techito de sombra, y nos metimos al agua. Si afuera hacía 45 grados, adentro hacían 48. No se podía estar. Por otro lado el flaquito que en Argentina hubiera sido chorro, también lo era en Emiratos. Se había acercado lentamente hacia nuestras cosas apenas entramos al agua, y cuando vio que yo amagaba a salir, se quedó ahí parado mirando al cielo y haciéndose el boludo. Insultando, salí del agua, puteando a este país que no sabe tener agua fría en el mar. Nosotros somos demasiado buenos en eso: no se puede entrar al mar en Mar del Plata ni en el día más caluroso del año. Caminé hacia una ducha, y resultó ser un espejismo: el agua salía aún más caliente. Sin encontrar refugio, desolado por la sed y el calor, me senté bajo la sombra.

Jugando con una pelota de Voley con 45 grados...

Miré la hora, y descubrí que el reloj que habíamos comprado el primer día de Aleppo, fundamentalmente para tener despertador, había quedado destruído por el agua. Lo di vuelta y releí el anuncio de “Water Resistant”. Recordé dónde lo habíamos comprado, y no me sorprendí que se haya roto.

Caminamos nuevamente hacia el edificio de Vela. Queríamos preguntar si no había algún precio más barato, ver si había alguna otra forma de entrar. En el camino, nuevamente nos sumergimos en las reconfortantes y frescas paradas de colectivo. El reloj se quejaba, en pleno cortocircuito, y hacía ruidos muy raros. Un Srilankeano que conocimos en una de las paradas nos dijo que lo dejemos al sol. Se lo dimos y lo apoyó en la vereda, fuera de la parada, bajo el sol. La gente pasaba, lo miraba curiosa, y seguía caminando. Habiendo recuperado un poco la temperatura corporal, levantamos el reloj y seguimos caminando.

Con el edificio de Vela no hubo caso. Era carísimo. Continuamos un poco más la caminata buscando algo más interesante en Dubai, pero no encontramos nada, salvo el sistema de riego israelí. Nos subimos a un taxi, y pedimos que nos lleve nuevamente a Emirates Mall. Llegamos justito con la plata.

En el taxi me olvidé el reloj que de todas formas ya estaba roto. Le dije a Duby que lo había tirado, pero en realidad me lo olvidé en ese taxi. No le digan… creo que es imposible que se entere.

De vuelta en el mall, fuimos a ver la pista de esquí. Esto sí que es un delirio. Afuera 45 grados, y adentro nieve, gente abrigada y esquiando. Averiguamos precios. Acá sí hubiera estado bien la de prensa. Costaba 180 pesos las dos horas. Volvimos en subte, sacamos plata del cajero, comimos comida hindú spicy aunque pedimos no-spicy, y nos fuimos a dormir.

Con la pista de esquí de fondo...

Al día siguiente amanecimos temprano, desayunamos livianito, y caminamos a la terminal de autobuses. El flaco del hotel nos dijo que iba directo al aeropuerto, pero cuando llegamos nos dimos cuenta una vez más que el flaco del hotel era un idiota. Duby había entendido que lo de “Fast Left” era “dale duro a la izquierda”, pero en realidad el pibe decía “First Left”. Los micros no iban al aeropuerto, por lo tanto tuvimos que hacer algo similar a lo de la llegada con combinaciones de micros y taxis.

Nuevamente las ropas: dos pantalones, algunas remeras, dos buzos y una bolsa de nylon separada donde llevábamos las cosas más pesadas.

El vuelo fue raro. Estábamos yendo a Irán, qué menos. A mi derecha un iraní muy asustado por volar, joven, de unos 25 años. Solamente nos dijimos Salam. Duby habló más con los suyos. Tenía a su izquierda a un flaco de Omán y a su derecha a un iraní que estaba haciendo un PHD en algo, muy culto. Le contó de Irán, le enseñó a decir algunas cosas básicas, y le explicó que la moneda de Irán es el Rial, pero que todos te dicen los precios en Tomar, los cuales equivalen a un décimo del Rial. Muy confuso todo. Duby se sentía muy mal en el avión. Mareado, con nauseas, ganas de ir al baño. El avión se sacudía más que los del 11 de Septiembre mientras entraban de lleno a las torres. Cada gota de sudor que corría por el rostro enfermizo de Duby tenía 4 centímetros de diámetro (posta). Intentó ir al baño, pero estaba pasando el carrito de comidas. Esperando que pase, al Omanita se le ocurrió pedirse algo de comer y de paso invitarle un café a sus dos compañeros: el Iraní culto y Duby, quien insistió en que no quería nada, pero al ver que el Omanita era difícil de vencer cuando de invitar se trataba, le cambió el café por un té. Ahí estaba, transpirando como un cerdo kosher, mareado, con ganas de ir al baño, pero bloqueado por un Omanita hambriento y por un té sin terminar. Finalmente la aventura se termina cuando el avión aterriza y Duby puede acudir al baño sin demás obstáculos.

Por mi parte, mientras el avión se movía, mi compañero se puso a rezar o a hablar en árabe, insultando al avión. Yo lo miraba y pensaba: “así que vos sos el prototipo de iraní terrorista que está haciendo una bomba nuclear, y le tenés miedo a un avioncito”. Finalmente aterrizamos, y yo no había escuchado el audio indicándole a las mujeres que se tapen el cabello. Supuestamente en todos los vuelos que llegan a Irán se le da esa indicación a las mujeres.

En migraciones hicimos una cola bastante larga. Un viejo le pidió el agua a Duby para su hijo y no pudo decir que no, y tampoco tenía sentido recuperarla porque le da asco compartir el pico de cualquier bebida, salvo con Serdi.

Llegó nuestro turno, y por alguna razón estábamos más tranquilos en Irán que en Siria. Tardó un buen rato. No podía verificar algo de nuestros pasaportes en su sistema y se los tuvo que dar a su compañero. Pasamos sin problemas. En la máquina de rayos-x vieron la patente libanesa que le compré a mi viejo y me preguntaron qué era. Dudaron si la podía entrar al país. Yo insistía con “It’s a present for my father”. Se la llevaron para preguntarle a alguien si podía entrarla. En esos minutos me imaginé yendo preso en Irán por robarme una patente libanesa. Intenté explicar que era una patente vieja, una antigüedad, pero no me entendían. Por suerte, volvieron riéndose, y me dijeron que todo bien.

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